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Recientemente fueron exaltados al salón de la fama del beisbol[1] cuatro jugadores: Randy Johnson, Pedro Martínez, John Smoltz y Graig Biggio. Ingresar al Salón de la Fama es el acto que corona la carrera de cualquier jugador, no importa el deporte que halla practicado. Atletas sobresalientes por su comportamiento dentro y fuera del juego después de retirarse han sido elevados al salón de la fama de sus respectivas disciplinas. Algunos de ellos: en boxeo, Muhammad Alí, Joe Louis, Sugar Ray Leonard; en tenis, John McEnroe, Bjön Borg, Pete Sampras; en basketball, Michael Jordan, Magic Johnson, Larry Bird, etc; en fútbol[2], Alfredo di Stefano, Pelé, Diego Armando Maradona, Michel Platini entre otros.

En el mundo del arte se entregan premios y se hacen reconocimientos. Los más preciados en cine son los premios Oscar y el Festival de Cannes. Los artistas de distintas disciplinas tienen su Paseo de las Estrellas en Hollywood. En la música, los Gramys, Latin Gramys, Bilboard, MTV, Premio Lo Nuestro, y todos estos sin contar con las premiaciones locales que tienen todos los países. También hay premios que tienen una connotación más trascendente y menos comercial como son los Nobel, Príncipe de Asturias, Pulitzer, Smithonian, etc.

Vivimos en un mundo de reconocimientos, donde unos lo otorgan y otros lo reciben. Unos son sorprendindos al recibirlos y otros se quedan esperando lo que ellos creen merecer. Hay una tendencia innata en el ser humano de querer ser reconocido. Cuando vamos a las Escrituras, nos damos cuenta que está práctica viene de muy lejos: ;a Biblia nos dice que Caín espereba un reconocimiento de parte Dios y, al no recibirlo, su corazón se llenó de amarguras y mató a su hermano Abel:

Entonces el Señor dijo a Caín: ¿Por qué estás enojado, y por qué se ha demudado tu semblante? Si haces bien, ¿no serás aceptado? Y si no haces bien, el pecado yace a la puerta y te codicia, pero tú debes dominarlo. Y Caín dijo a su hermano Abel: vayamos al campo. Y aconteció que cuando estaban en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Génesis 4: 6-8

En el caso de Saúl vemos lo que produce un reconomiento que nunca llega. Al igual que Caín, su corazón se llenó de amargura hacia David porque era objeto de una ovación que él creía que merecía:

Y aconteció que cuando regresaban, al volver David de matar al filisteo, las mujeres de todas las ciudades de Israel salían cantando y danzando al encuentro del rey Saúl, con panderos, con cánticos de júbilo y con instrumentos musicales. Las mujeres cantaban mientras tocaban, y decían: Saúl ha matado a sus miles, y David a sus diez miles. Entonces Saúl se enfureció, pues este dicho le desagradó, y dijo: Han atribuido a David diez miles, pero a mí me han atribuido miles. ¿Y qué más le falta sino el reino? De aquel día en adelante Saúl miró a David con recelo. I Samuel 18: 6-9

La sed de reconocimientos es común en los seres humanos, y esta actitud guarda una estrecha vinculación con la envidia, el egoismo y el orgullo. Normalmente, quien espera reconocimiento es porque cree que lo merece, y el no recibirlo puede llevarle a la amargura y en muchos casos a decisiones fatales como la de Caín o Saúl. La tendencia de recibir galardones muchas veces comienza en la niñez donde algunos padres queriendo estimular a sus hijos para que cumplan con sus deberes les ofrecen premios. Aunque esto no es malo, esta práctica puede llegar a niveles incontrolabes donde ese niño después se hace adulto creyendo que merece ser reconocido por lo que hace. Quienes estamos en el ministerio, y los cristianos en sentido general, no escapamos a esta realidad. El deseo de ser reconocidos siempre estará a las puertas de nuestros corazones. Una ovación, una admiración siempre será de gratificación a nuestros sentidos empedernidos por todo lo que estimula nuestro ego.

¿Cuál debe ser nuestra actitud hacia los premios o reconocimientos?

¿Son malos los reconocimientos? ¿Qué debemos de hacer si se nos otorga un reconocimiento? Lo primero es que todo lo que pensamos o hagamos no debe ser por el reconocimiento personal, sino para la Gloria de Dios. La Biblia es clara en esto:

Entonces, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquiera otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. I Corintios 10:31

El que habla, que hable conforme a las palabras de Dios; el que sirve, que lo haga por la fortaleza que Dios da, para que en todo Dios sea glorificado mediante Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén”. I Pedro 4:11

Nuestra motivación debe ser que Cristo sea glorificado en todo lo que hagamos. El pastor inglés Eric Alexander cuenta que le preguntó al Dr. Martin Lloyd-Jones en qué consiste todo nuestro esfuerzo y trabajo ministerial. La respuesta del Dr Lloyd-Jones fue “la exaltación y glorificación de nuestro santo y bendito Señor Jesucristo”. No debemos ver nuestros ministerios como trampolín para la grandeza personal. Atletas y artistas buscan esa grandeza, pero en los siervos y siervas de Dios no debería ser así. Son claras las palabras del profeta Jeremías:

¿Buscas para ti grandezas? No la busques… Jeremías 45:5

Todo el elogio, toda la ovación o el reconocimiento que nos puedan hacer no es nuestro, es del Señor. Por tanto, por más que nos guste, debemos poner esa honra a los pies de la cruz, porque ahí es donde deben estar. Como hemos vistos la búsqueda de reconocimientos y fama es fatal en los cristianos, pero peor si son líderes, porque es perjudicial para el ministerio y para la persona misma.

Sin embargo, debemos decir que si bien quien trabaja en el ministerio no debe buscar reconocimientos para sí, es necesario que él si lo haga en los demás. En otras palabras, nadie debe buscar grandeza, pero debe reconocerla en el otro. Las Escrituras nos exhortan a ser justos en estimular a quiénes trabajan:

Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras. Hebreos 10:24

Pero os rogamos hermanos, que reconozcáis a los que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen, y que los tengáis en muy alta estima con amor, por causa de su trabajo. Vivid en paz los unos con los otros. I Tesalonicenses 5: 12-13

Los ancianos que gobiernan bien sean considerados dignos de doble honor, principalmente los que trabajan en la predicación y en la enseñanza. I Timoteo 5:17

En adición a esto, vemos que nuestro Señor Jesucristo es el perfecto ejemplo con los estímulos y correcciones que hace a las iglesias del Asia menor en Apocalipsis capítulos dos y tres. Quienes servimos en un ministerio debemos resistir siempre a la tentación de los reconocimientos, pero no debemos resistir el darlos a otros. Lamentablemente es frecuente ver cómo muchos han sucumbido, amando más su propia gloria que la de Dios. He pasado por momentos donde me he visto tentado a acariciar la vanidad de los elogios o inclinado a tomar para mi la gloria de Dios. Debemos resistir a esta realidad sabiendo que esto es un mal que siempre estará merodeando.

Es importante ver la sed de los seres humanos por reconocimientos recordarlo nos ayudará a estar conscientes de esa realidad. Compartamos con alguien maduro esa lucha para orar juntos por esto. Es posible que si nos quedamos callados, entremos en complicidad con nosotros mismos. Practiquemos el elogio a los demás y no el nuestro. Una de las mejores definiciones de humildad que he leído y que lamentablemente no decía el autor es “que la verdadera humildad consiste en callar constantemente nuestras virtudes y dejar que otros, si quieren, la reconozcan. No hay nadie más vacío que el que está lleno de si mismo”.

El único reconocimiento que debemos esperar es aquel que esperaba el apóstol Pablo y que constantemente nos lo recuerda por medio de las Escrituras:

Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida. II Timoteo 4:8



[1] Los principales deportes tienen un Salón de la fama donde son exaltados sus jugadores más sobresaliente. El  beisbol muy conocido en el área del Caribe hispano y en los Estados Unidos tiene su salón de la fama, en la ciudad de Cooperstown, New York, y allí ingresan los que califican y están relacionados con la Major League Baseball.
[2] El 9 de julio de 2011, en México el presidente, Felipe Calderón, acompañado por el Presidente de Chile, Sebastián Piñera Echenique y el titular de la FIFA, Joseph Blatter, inauguraron: el Salón de la Fama del futbol nacional e internacional.
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