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Un libro del Nuevo Testamento que hace un hincapié particular en la asombrosa gracia soberana de Dios es la carta de Pablo a los Romanos. Según Pablo, esta gracia hace que tanto judíos como gentiles sean coherederos del reino de Dios con el fiel Abraham (Rom. 4:16). Establece paz entre Dios y los pecadores, quienes son sus enemigos (Rom. 5:2). Solo esta gracia es más fuerte que las fuerzas del pecado, trayendo libertad genuina y duradera del dominio del pecado (Rom. 5:20-21; 6:14). La gracia divina equipa a los hombres y mujeres cristianos con dones variados para servir en la iglesia de Dios (Rom. 12:6). Esta gracia en última instancia va a conquistar a la muerte y es el presagio seguro de vida eterna para todos los que la reciben (Rom. 5:20-21), porque es una gracia que data de antes de la creación del tiempo y, sin respetar el mérito humano, elige hombres y mujeres para la salvación (Rom. 11:5-6).

Esta idea de que la salvación se debe totalmente a la gracia de Dios es el tema central no solo en Romanos sino también en todas las epístolas de Pablo. Por ejemplo, Pablo comienza su carta a los Filipenses con una oración por la Iglesia en la que dice: “el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (1:6). “La simiente de Dios vendrá a la cosecha de Dios”, escribe Samuel Rutherford. La salvación no es ni nuestra ganancia ni nuestra obra. Es por eso que Pablo oraba con gozo y acción de gracias cada vez que recordaba los Filipenses. Si el hombre habría comenzado la obra de la salvación, la continuaría, y tendría que completarla, la alabanza de Pablo sería silenciada. Pero debido a que la salvación fluye de una obra divina que persiste día a día a pesar de las luchas y contratiempos del hombre, una obra que sin duda se perfeccionará en el gran día, todo es para alabanza de la gloria del Dios trino. Es por esto que Pablo da gracias a Dios por todas las doctrinas de la gracia, y es movido a gozo cada vez que piensa en los creyentes siendo atraídos a Cristo. Al aferrarnos a la gracia de Dios, nosotros, al igual que Pablo, podemos ser cristianos gozosos que victoriosamente confiesan: “Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom. 8:31).

La gracia nos llama (Gal. 1:15), nos regenera (Tito 3:5), nos justifica (Rom. 3:24), nos santifica (Heb. 13:20-21), y nos preserva (1 Pe. 1:3-5). Necesitamos de la gracia para ser perdonados, para volvernos a Dios, para sanar nuestros corazones rotos, y para fortalecernos en tiempos de problemas y de guerra espiritual. Solo mediante la gracia libre y soberana de Dios podemos tener una relación salvadora con Él. Solo a través de la gracia podemos ser llamados a la conversión (Ef. 2:8-10), la santidad (2 Pe. 3:18), el servicio (Fil. 2:12-13) o sufrimiento (2 Cor. 1:12).

La gracia soberana aplasta nuestro orgullo. Nos avergüenza y nos humilla. Queremos ser los sujetos, no los objetos, de la salvación. Queremos ser activos, no pasivos, en el proceso. Nos resistimos a la verdad de que Dios es el único autor y consumador de nuestra fe. Por naturaleza, nos rebelamos contra la gracia soberana, pero Dios sabe cómo romper nuestra rebelión y hace que seamos amigos de esta gran doctrina. Cuando Dios le enseña a los pecadores que su misma esencia está depravada, gracia soberana se convierte en la doctrina más alentadora posible.

Desde la elección hasta la glorificación, la gracia reina en espléndida soledad. Juan 1:16 dice que recibimos “gracia sobre gracia”, que literalmente significa “gracia frente a la gracia”. La gracia sigue a la gracia en nuestras vidas como las olas siguen unas a las otras hasta la orilla. La gracia es el principio divino por el cual Dios nos salva; es la provisión divina en la persona y obra de Jesucristo; es la prerrogativa divina que se manifiesta en la elección, el llamado, y la regeneración; y es el poder divino que nos permite abrazar libremente a Cristo para que podamos vivir, sufrir y hasta morir por su causa y ser conservado en Él por la eternidad.

Los calvinistas entienden que, sin la gracia soberana, todo el mundo se perdería para siempre. La salvación es completamente por gracia y es toda de Dios. Primero tiene que venir vida de Dios antes de que el pecador pueda levantarse de la tumba.

La gracia gratuita clama por tener expresión en la iglesia de hoy en día. Las decisiones humanas, manipulaciones de multitudes y llamados al altar no producirán convertidos genuinos. Solo el evangelio antiguo de la gracia soberana capturará y transformará a los pecadores por el poder de la Palabra y el Espíritu de Dios.


Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Markos Fehr.
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