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En el Nuevo Testamento, la palabra “don” se refiere a una habilidad espiritual conferida por el Espíritu Santo que es ejercida en el ministerio para glorificar a Dios y edificar a la iglesia (1 Co 12:11; 14:12). Sin embargo, en el relato de Lucas sobre el nacimiento de la iglesia en Jerusalén, esta palabra tiene un uso diferente. Para comprenderlo mejor, leamos el pasaje que se encuentra dentro del contexto del discurso evangelístico de Pedro, después de la manifestación del Espíritu Santo en Pentecostés:

“Al oír esto, conmovidos profundamente, dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: ‘Hermanos, ¿qué haremos?’. Entonces Pedro les dijo: ‘Arrepiéntanse y sean bautizados cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para ustedes y para sus hijos y para todos los que están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame” (Hechos 2:37-39, cursiva añadida).

La pregunta que motivó este artículo es: ¿Cuál es el “don del Espíritu Santo” en este pasaje? Si notas la frase “don del Espíritu Santo”, puedes ver que está en singular y no en plural, como llamando la atención no a los dones espirituales (plural), sino a un don (singular) en particular y al parecer más especial.

No olvides que la Biblia es una obra de origen espiritual, pero redactada en un idioma humano. Es decir, Dios se comunicó con la humanidad en un lenguaje que se puede entender, en este caso, por medio del idioma griego —del Nuevo Testamento— respetando las reglas gramaticales del idioma. Es por eso que, para explicar esta frase “don del Espíritu Santo”, debemos comprender una regla gramatical básica del idioma griego llamada genitivo epexegético o genitivo “explicativo”, cuya función es explicar. Es decir, en este versículo, Lucas quiso decir lo siguiente: “y recibirán el don que es el Espíritu Santo mismo”.

No olvides el contexto: Pedro se estaba dirigiendo a personas que todavía no habían escuchado el mensaje del evangelio y que, al oír el discurso evangelístico de Pedro, se compungieron y le preguntaron cómo podían ser salvos. La respuesta del apóstol fue más allá de lo esperado, porque ellos querían la salvación y recibieron una noticia que implicaba aún más beneficios.

Ahora no solo podían ser salvos de la condenación, sino que podían recibir el regalo que es el Espíritu Santo mismo, quien les consolaría, capacitaría y guiaría a la verdad. Además, recibirían el beneficio magnífico de su presencia permanente (Jn 14:16). Los creyentes de todos los tiempos, desde ese día en Pentecostés, hemos descubierto estas verdades en nuestro caminar con Cristo y en el estudio de la Palabra.

El don o regalo que es el Espíritu Santo también nos da una esperanza segura de que un día estaremos en la presencia de nuestro hermoso Salvador y recibiremos la confirmación final de la corona que es la vida eterna (Ef 1:13-14; Stg 1:12).

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