“Dios quiere que seamos felices, ¿no te das cuenta?” me dijo una ilustre desconocida en Facebook. Ya ni recuerdo bien por qué.
Me resulta cada vez más curiosa y abyecta la idea de que Dios quiere que seamos felices. Sí, está claro que la Biblia está llena de todo tipo de bienaventuranzas desde el Antiguo Testamento hasta el mismísimo Apocalipsis, pero si nos fijamos bien, no se trata de la felicidad que nosotros imaginamos.
La mayoría de las personas hoy en día cuando dicen “Dios quiere hacerme feliz” dan por supuesto primero todo aquello que, según ellos mismos, los haría felices: una carrera exitosa, una familia bonita, una casa en la colina, un ministerio reconocido, fama y reconocimiento, una relación duradera con alguien hacia quien se sienten atraídos, etc. Y desde ese presupuesto intocable imaginan que Dios “les concederá las peticiones de su corazón”. Pero Dios afirma claramente que sólo le son concedidas las peticiones del corazón a quienes, primero, se deleitan en Jehová (Salmo 37.4), no en las cosas, circunstancias o relaciones que Jehová da o podría dar. Y deleitarse en Jehová significa valorarlo como el tesoro mayor, el tesoro suficiente, el deleite último, el más sublime de todos, al lado del cual vale la pena dejar atrás cualquier otro placer, pues todos los demás son menores e insuficientes.
La noticia es esta: Dios no quiere darte TU concepto de felicidad. Dios definitivamente no quiere TU felicidad. Él te creó y Él sabe qué es lo mejor para ti, mejor que tú mismo, pues la raza humana hace tiempo que perdimos el rumbo y que vagamos en las granjas de cerdos deseando las algarrobas que les dan, mientras nuestro Padre tiene un banquete en casa. Hace rato que tomamos agua de la letrina y la llamamos deliciosa cuando a sólo un paso está el agua fresca y cristalina de la vertiente que Dios nos ofrece. Hace rato que empezamos a llamar a lo malo bueno y a lo bueno malo.
Dios quiere destruir TU felicidad. Y, si es necesario, para librarte de la triste esclavitud en la que te encuentras, preso de tus propios conceptos mediocres de felicidad, Dios va a romper tu corazón, Dios va a hacer que se venga abajo tu carrera, Dios te va a quitar tu mejor trabajo, Dios va a hacer que te decepciones de tu iglesia y tu iglesia se decepcionará de ti, Dios va a arruinar tu reputación, Dios te va a llevar a la bancarrota financiera, Dios va a deshacer el buen nombre tuyo y de tu familia, Dios te va a quitar tu hijo(a), Dios no te va a prosperar (no importa cuánto lo intentes), Dios va a alejar de ti a la persona que más amas, Dios te dará el desprecio de las personas que quieres agradar, Dios va a destruir la relación de tus sueños. Y todo esto simplemente porque Dios no quiere TU felicidad.
¿Por qué Dios hace eso? ¡Para que seamos verdaderamente libres! Y es que hemos construido muros alrededor de nosotros mismos que nos aíslan de Dios y de la verdadera felicidad. Nos hemos construido burbujas de concreto. Burbujas de sueños vanos. Burbujas donde cada ladrillo es un deseo que nuestro corazón pecaminoso anhela. Sin puertas. Sin ventanas. Nos construimos habitaciones perfectamente aisladas, muy bien higienizadas por dentro como cámaras hiper-báricas, de murallas blancas como nieve y todo iluminado por una pequeña luz tenue, muy tenue, que dan dos ampolletas titilantes. Una ampolleta de superioridad moral y otra de esperanza superficial: “algún día mis sueños se harán realidad”. No importa si tus sueños son sueños ambiciosos de fama, fortuna y grandes logros o si son sueños más “hippies” de vida en familia, casa sencilla y disfrute de la naturaleza. Todos tus sueños son vanos. Y Dios lo sabe… pero tú no. No importa si te sientes moralmente superior porque eres más exitoso o porque, justamente, no has logrado éxito (“es que yo no me vendo a este sistema”), pero la moralina supura por tus poros igual y enrarece el aire en tu habitación aparentemente perfecta, construida de certezas, sueños e ideologías.
Entonces Dios, porque nos ama, comienza a deshacer nuestros sueños, nuestros logros, nuestras expectativas. Pequeñas grietas comienzan a aparecer en las paredes de nuestro cuarto de aire enrarecido. Dios nos muestra Su soberanía quitándonos lo que un día nos dio. Los necios ignorantes culpan al diablo y a las maldiciones hereditarias. Los ilusionados (un poco menos necios que los anteriores), piensan que hicieron algo mal y que Dios los está castigando. La verdad es que ninguna de esas cosas está ocurriendo. ¡Dios nos está libertando por amor! Dios nos está salvando de nuestro peor enemigo: nosotros mismos. Y su misericordia nos está conduciendo para que sintamos desagrado, decepción e insatisfacción con la vida que estamos llevando.
Dios comienza a producir grietas en nuestros sueños y entonces la verdadera luz, la luz del Sol resplandeciente de Justicia, comienza a entrar y se cumple la profecía del gran poeta canadiense Leonard Cohen “hay una trizadura, un quiebre en todas las cosas… y es por ahí que la luz entra”. El aire enrarecido se empieza a ir y comienza a entrar aire fresco. Con ese aire entran partículas de polvo que nos hacen estornudar y descubrimos ese placer infantil que existe en el segundo previo y posterior a los estornudos. Nuestro concepto de higiene moral se viene abajo. Las grietas del suelo permiten que toda clase de insectos y lombrices entren con la tierra, las flores y pastos se abren paso a través de las trizaduras. Las grietas del techo hacen que la lluvia nos moje. Al inicio nos irritamos, pero luego descubrimos el placer de pisar los charcos y de ver cómo los rayos de sol hacen que se vean brillantes y hermosas las telas de arañas cargadas con gotas de rocío.
Así nuestro corazón se empieza a libertar de sus ídolos esclavizantes, llenos de demandas sanguinarias. Así comenzamos el lento reencuentro con nuestro Creador y Redentor: cuando dejamos atrás nuestra felicidad y corremos a abrazar, como niños colgados del cuello de papá, la felicidad que Él tiene para nosotros.
Y esta es la buena noticia: Dios no quiere TU felicidad. Dios quiere hacerte verdaderamente feliz.