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La descripción bíblica de la cruz es diversa, pero no divergente. En efecto, lo que llama la atención de la presentación diversa de la cruz en las Escrituras es la interconexión de sus palabras, figuras y conceptos.

La Escritura nos ofrece ocho formas de pensar en la cruz: obediencia, sacrificio, propiciación, redención, reconciliación, justicia, conquista y ejemplo moral. Sin embargo, ninguno de estos temas se debe considerar de manera aislada y aleatoria, en especial cuando se sitúan dentro de las verdades bíblico-teológicas sobre la identidad de Dios, Jesucristo, la humanidad y su relación con el pecado. Todos estos temas juntos explican el significado y la importancia de la muerte salvadora de Cristo por nosotros de una manera muy específica.

Obediencia

Esta palabra o concepto expresa la perspectiva de Cristo sobre la cruz: Él ha venido a hacer la voluntad de Su Padre (como palabra: Ro 5:19; Fil 2:8; Heb 5:8-9; como concepto: Mr 10:45; Jn 5:30; 10:18; Gá 4:1-4; Heb 2:10-18; 10:5-10). En Romanos 5, se sitúa en el contexto del pacto relacionado con los dos representantes de los seres humanos —Adán y Cristo—, en el que destaca la obediencia representativa y la muerte sustitutoria de Cristo por nosotros. En Hebreos 2 y 5, se sitúa en el contexto de la muerte sacrificial de Cristo como nuestro gran Sumo Sacerdote, y así subraya Su muerte sustituta por nosotros.

Sacrificio

La muerte de Jesús también se describe como un «sacrificio» por nuestros pecados. Entendida dentro del contexto del sistema sacrificial del Antiguo Testamento, la cruz debe considerarse como un acto representativo y sustitutorio (Hch 20:28; 1 Co 5:7; 11:25; Ef 5:2; Ro 8:3; 1 P 1:9; 3:18; Gá 1:4; Ap 5:8-9; 7:14; cp. Heb). ¿Por qué? Porque en el pensamiento bíblico no se puede pensar en la muerte de Cristo como sacrificio sin considerar la representación sacerdotal y la sustitución penal.

Hoy en día, algunos apelan a la diversidad de sacrificios del Antiguo Testamento para restar importancia a la naturaleza sustitutoria de la muerte de Cristo. Sin embargo, si se investiga cómo funcionan estos sacrificios dentro del antiguo pacto y del libro de Levítico, es difícil evitar la conclusión de que en el centro del sistema sacrificial está el tema del pecado, la culpa, el juicio de Dios y la necesidad de un pago por el pecado (1 P 2:24-25).

Propiciación

«Propiciación» es otra palabra que describe la cruz de Cristo y la vincula con las figuras del sacrificio, del sacerdote y de la ira de Dios contra el pecado (Ro 3:24-26; Heb 2:17; 1 Jn 2:2; 4:10). De modo significativo, esta palabra presenta a Dios, en Su santa ira contra el pecado (Jn 3:36; Ro 1:18-32), como el objeto de la cruz. Los efectos del pecado son diversos pero ante todo, nuestro pecado es contra Dios y, si habremos de ser redimidos, Dios debe actuar y tomar la iniciativa en gracia y amor para satisfacer Su propia demanda justa y santa contra el pecado, que es precisamente lo que ha hecho en Su Hijo.

Redención

«Redención» y «rescate» también se utilizan para explicar el significado de la muerte de Cristo por nosotros (Mr 10:45; Ro 3:24-25; 1 Co 6:19-20; Gá 3:13; 4:4-5; Ef 1:7; Col 1:13-14; 1 Ti 2:6; Ti 2:14; 1 P 1:18-19; Heb 9:12, 15). Como término/concepto, «redención» transmite la idea de ser liberado o «recomprado» de un estado de esclavitud mediante el pago de un precio

Algunos intentan interpretar «redención» como un acto de liberación solamente, pero en repetidas ocasiones en las Escrituras las personas y los bienes son «redimidos» por medio del pago de un precio (p. ej., Éx 13:13; 34:20; Nm 18:14-17; Jr 32:6-8; Ef 1:7; Hch 20:28; Ap 5:9). Esto también es cierto en el caso de la cruz de Cristo: el costoso precio de nuestra redención fue pagado por Cristo mismo al derramar Su sangre para el perdón de nuestros pecados (p. ej., Hch 20:28; Ef 1:7; 1 P 1:18-19).

Reconciliación

La muerte de Cristo también asegura nuestra «reconciliación»: primero con Dios (Ro 5:1-2; Ef 2:17-18; 3:12; Heb 10:19-22); luego entre nosotros, al cumplirse las exigencias del antiguo pacto y crearse una nueva humanidad (Ef 2:11-22); a nivel cósmico, en la derrota del pecado, de la muerte y de Satanás y la inauguración de la nueva creación (Col 1:15-20; 2:15; cp. Ro 8:18-27; Ef 1:10, 22).

Situada dentro de la historia bíblica, la «reconciliación» supone que una vez estuvimos alejados de Dios y bajo Su condena debido a nuestro pecado, pero, ahora en Cristo, la enemistad fue eliminada y podemos empezar a disfrutar de todos los beneficios de la nueva creación.

Justicia y justificación

La cruz de Cristo también se presenta como un acto de justicia que tiene como resultado nuestra justificación (Ro 3:21-26; 5:9; cp. 2 Co 5:21; Gá 3:13). En el centro de esta figura está la imagen del tribunal de justicia. Ante el Juez santo y justo del universo, debido a nuestro pecado, el veredicto de Dios es que todos los humanos son culpables y están condenados (Ro 3:23; 6:23; cp. 8:1).

Sin embargo, por la gracia y la iniciativa de Dios, el Hijo divino se ha hecho uno con nosotros en Su encarnación para desempeñarse como nuestro representante legal del pacto (Ro 5:12-21) y para morir por nosotros como nuestro sustituto penal (Ro 3:24-26; Gá 3:13). Como resultado de Su obra, y unidos a Él por la fe, Dios nos declara justos, no como una descripción de nuestro carácter moral actual, sino como una declaración de nuestro estado/posición ante Dios debido a la obra representativa y sustitutoria de nuestro mediador, Jesucristo nuestro Señor.

Victoria/conquista

La cruz de Cristo también vence a todos nuestros enemigos: el pecado, la muerte y al propio Satanás. A partir de Génesis 3:15, el tema del guerrero divino es un aspecto importante para entender el logro de la cruz de Cristo. En el Nuevo Testamento, esta verdad la desarrollan Jesús, Pablo y el autor de Hebreos (Jn 12:31-33; Col 2:13-15; Heb 2:14-15).

Hoy en día, algunos sostienen que la idea de Christus Victor es el tema dominante por el que debemos interpretar el logro de la muerte de Cristo por nosotros. Sin embargo, es importante recordar que el pecado, la muerte y Satanás tienen poder sobre nosotros solo a causa de nuestro pecado. Nuestro problema principal no es Satanás, sino nuestro pecado ante Dios (Gn 2:17; Ro 6:23). Después de todo, Satanás es solo una criatura. La única autoridad que tiene la usurpó, y Cristo vino a derrotar la obra del maligno al tratar el problema de raíz: el pecado. Por eso, la derrota de las potestades se logra primero en la derrota del pecado y su cancelación ante Dios (Col 2:13-15).

Ejemplo moral

La Escritura también presenta a Cristo y Su cruz como el ejemplo moral supremo de amor, obediencia y sufrimiento para los creyentes (p. ej., Jn 13:12-17; Ef 5:1-2, 25-27; Fil 2:5-11; 1 P 2:18-25; 1 Jn 4:7-12). Sin embargo, el significado principal de la muerte de Cristo no es este. La Escritura enseña que para redimirnos se necesita algo más que un ejemplo. Lo que se necesita es que Cristo viva y muera por nosotros.

Nuestro problema, en última instancia, es el pecado ante el Dios santo y trino, y este problema requiere la encarnación del Hijo de Dios para que nos represente en Su vida y muera por nosotros como nuestro representante del pacto y mediador. Solo cuando Cristo obra por nosotros como nuestro sacrificio propiciatorio se satisface de manera plena la justa demanda de Dios y nosotros, por la fe sola en Cristo, recibimos todos los beneficios de Su obra en el nuevo pacto: redención, reconciliación, justificación y victoria sobre nuestros enemigos.


Esta es una adaptación de un ensayo publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Diego Lazo.
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