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Cuando un rayo de luz atraviesa un prisma, se refracta en los colores del arcoíris. Ningún color es más prominente que los demás, pero cada uno contribuye a la belleza de la luz.

Podríamos comparar la doctrina de la expiación en la iglesia primitiva con un rayo que entra en un prisma y se refracta en muchos colores de doctrina. Estos padres y madres de la iglesia apreciaron y usaron las diversas formas en que las Escrituras hablan de la obra de Cristo en la cruz. La expiación sustitutiva penal, la idea de que Jesús fue castigado en nuestro lugar, es ciertamente uno de esos colores, aun si no es más brillante que los otros colores en sus escritos.

Aquí debemos navegar entre dos ideas equivocadas. El primer error, que es el más común entre los estudiosos, es sugerir que la iglesia primitiva nunca habló de sustitución penal, lo cual espero disipar. El segundo error, más común entre los evangélicos, es exagerar el caso y leer la sustitución penal en textos que no se refieren a ella.

Podríamos comparar la doctrina de la expiación en la iglesia primitiva con un rayo que entra en un prisma y se refracta en muchos colores de doctrina

En nuestra búsqueda de la sustitución penal, corremos el riesgo de perdernos muchas de las otras formas hermosas en que la iglesia primitiva habló de la expiación, desde Christus Victor (la teoría del rescate) hasta Christus Medicus (Cristo como nuestro sanador). A riesgo de ser monocromáticos, algunos evangélicos han subestimado la gama completa de la expiación, por lo que podríamos beneficiarnos de aquellos que vieron todo el espectro, aun si seguimos viendo correctamente la sustitución penal como el fundamento de la expiación. Dirigiéndome entre estos dos errores, quiero usar como muestra tres padres de la iglesia y una madre de la iglesia, para mostrar que el concepto de sustitución penal estaba presente en la iglesia primitiva.

Clemente

Antes de pasar a ejemplos que me parecen claros, quiero comenzar con un extracto de 1 Clemente, ya que sirve como una advertencia en contra de ver la sustitución penal por doquier en la teología cristiana primitiva. La primera epístola de Clemente es el escrito más antiguo que tenemos después del Nuevo Testamento. Era otra carta a la descarriada iglesia de Corinto que hasta ese momento todavía no podía llevarse bien.

Al centrarse en el amor de Dios y exhortar a los de Corinto a seguir el ejemplo de amor de Jesús, Clemente escribió: “Por el amor que sintió hacia nosotros, Jesucristo nuestro Señor dio su sangre por nosotros por la voluntad de Dios, y su carne por nuestra carne, y su vida por nuestras vidas” (1 Clemente 49:6).

En lo que podríamos llamar una teoría de ejemplo moral de la expiación está escondida la noción de sustitución. Jesús expresó su gran amor al ocupar nuestro lugar como sustituto. Pero el hecho de que haya sustitución no significa que haya sustitución penal, porque debe haber un castigo involucrado para que sea una sustitución penal, lo cual no está claro en este texto.

El concepto de sustitución se difundió durante los primeros siglos, lo que ha llevado a algunos estudiantes de la iglesia primitiva a leer de más en estos textos; pero debe haber un vínculo a una idea jurídica, que se extrae de los tres ejemplos siguientes.

Eusebio de Cesarea

Una de las mejores pruebas para la sustitución penal proviene de una fuente sorprendente: Eusebio de Cesarea, mejor conocido por su Historia eclesiástica. Escribió un libro menos conocido, La prueba del evangelio, para persuadir a los incrédulos y fortalecer la fe de los creyentes.

En un momento dado, se esmera en exponer las maldiciones de la ley mosaica y los castigos que requería. El pecado siempre exige un castigo. Citando Isaías 53:5 (“Él fue herido por nuestras transgresiones”), Eusebio argumenta:

“En esto muestra que Cristo, estando libre de todo pecado, recibirá los pecados de los hombres sobre sí mismo. Y por tanto, sufrirá el castigo de los pecadores, y sufrirá por ellos; y no por sí mismo” (La prueba del evangelio, 3.2).

Aquí está la esencia de la sustitución penal: Jesús cargó con nuestro castigo para que pudiéramos ser salvos de la ira de Dios. Muchos eruditos no han podido ver la conexión explícita entre la expiación y el castigo en la iglesia primitiva y, sin embargo, aquí hay un ejemplo claro. A lo largo de la obra de Eusebio, la pena se menciona varias veces en relación con Cristo llevando el castigo que merecíamos.

Macrina la Joven

Varias de las figuras más importantes de los debates trinitarios del siglo IV fueron los Padres Capadocios: Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno. Pero Basilio y Gregorio de Nisa tenían una hermana que también era conocida en su época, Macrina la Joven, a quien sus hermanos veían como modelo de piedad y amor por Cristo. Después de su muerte, Gregorio de Nisa escribió sobre su vida y citó sus últimas palabras:

“Nos redimiste de la maldición y del pecado, te convertiste en ambos por nosotros. Has aplastado las cabezas de la serpiente que habían agarrado al hombre por su mandíbula a causa del abismo de nuestra desobediencia. Nos has abierto el camino de la resurrección, habiendo derribado las puertas del infierno y reducido a impotencia al que tenía poder sobre la muerte”.

El infierno es la pena y Satanás el enemigo. Sin embargo, Cristo nos ha redimido convirtiéndose tanto en nuestro pecado como en nuestra maldición en nuestro lugar. Él fue nuestro sustituto y pagó el castigo de la maldición del pecado. Las últimas palabras de Macrina rebosaban de esperanza en la sustitución de Cristo, la redención del pecado, el triunfo sobre el diablo y la esperanza de la resurrección.

Epístola a Diogneto

La joya de la corona de la sustitución penal en la iglesia primitiva se encuentra en la obra apologética del siglo II llamada Epístola a Diogneto. Aunque extenso, este párrafo es la mejor descripción de la sustitución penal en los primeros siglos, y muy posiblemente en la historia de la iglesia:

“Por compasión hacia nosotros tomó sobre sí nuestros pecados, y Él mismo se separó de su propio Hijo como rescate por nosotros, el santo por el transgresor, el inocente por el malo, el justo por los injustos, lo incorruptible por lo corruptible, lo inmortal por lo mortal. Porque, ¿qué otra cosa aparte de su justicia podía cubrir nuestros pecados? ¿En quién era posible que nosotros, impíos y libertinos, fuéramos justificados, salvo en el Hijo de Dios? ¡Oh dulce intercambio, oh creación inescrutable, oh beneficios inesperados; que la iniquidad de muchos fuera escondida en un Justo, y la justicia de uno justificará a muchos que eran inicuos!” (Epístola a Diogneto, 9.2-5).

La joya de la corona de la sustitución penal en la iglesia primitiva se encuentra en la Epístola a Diogneto

“¡Oh dulce intercambio!”. ¡Cristo por nosotros! Jesús tomó nuestros pecados porque era santo, inocente, justo, incorruptible e inmortal, mientras que nosotros somos malos, culpables, injustos, corruptibles y mortales. Necesitábamos esconder nuestros pecados en Él y recibir su justicia, una hermosa expresión de doble imputación (nuestros pecados a Jesús; su justicia a nosotros). Pero observa también que se menciona a Cristo como nuestro rescate. En este pasaje, están presentes varios matices de la expiación.

Colores del arcoíris

Terminamos donde comenzamos, con los colores del arcoíris. Esto es apropiado, ya que los padres exprimieron significado de cada palabra de la Escritura, y también color. Una imagen que usaron repetidamente para la expiación fue el hilo escarlata de Rahab, colgado de su ventana para su salvación (Jos 2:18), que muchos en la iglesia primitiva tomaron como la sangre de Cristo.

Para citar a Clemente una vez más: “Y además le dieron una señal [a Rahab], que debía colgar fuera de la casa un cordón de grana, mostrando con ello de antemano que por medio de la sangre del Señor habrá redención para todos los que creen y esperan en Dios” (1 Clemente 12:7-8).

Para aquellos en la iglesia primitiva, para los reformadores, para los evangélicos modernos y para todos los que alguna vez buscarían la salvación en Jesucristo, nuestra esperanza está en su sangre, derramada para apartar la ira de Dios que merecemos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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