“Dulce será mi meditación en él; Yo me regocijaré en Jehová”, Salmo 104:34
Para el salmista en ese tiempo, el meditar en la grandeza y poder de Dios no solo como creador, sino también como su Dios (v.1) traía gozo y dulzura a su vida. Podía reconocer que Él es el Dios todopoderoso que ejerce control y autoridad sobre cada aspecto de la creación y de la vida del hombre. Podía además ver a su alrededor la obra de Sus manos y recordar en la historia de Israel que Él estaba en favor de los Suyos.
Es esta meditación lo que le llevaba a decir, “¡Cuán innumerables son tus obras, Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría; ¡la tierra está llena de tus beneficios!” (v. 24).
Para nosotros hoy, la meditación en la Palabra de Dios trae dulzura, libertad y descanso a nuestras almas cuando encontramos en ella las bendiciones que tenemos en el evangelio, y “porque todas las promesas de Dios son en Él «sí», y en Él «Amén»” (2 Co. 1:20). Estas bendiciones fueron ganadas a alto precio: el sacrificio del Hijo de Dios por nosotros y tienen que ver con nuestro mayor problema, el pecado. Proveen para nuestras necesidades físicas, pero su mayor provisión es para nuestras necesidades espirituales y eternas. Son bendiciones que no merecemos, no podemos ganar, pero que tampoco podemos perder, ya que reflejan el carácter y pacto de Dios con Sus hijos.
Son noticias frescas para el sediento, de descanso para el agotado, de expansión para el angustiado y de ánimo para el cansado. ¡Son noticias que tienen que capturar nuestro corazón, imaginación y afectos!
Como el salmista, también recordamos en el presente la obra del Padre en nuestro favor, y esta continua meditación de la provisión de Dios en favor de Sus hijos trae libertad y gozo en nuestro corazón para, como el Salmista, prorrumpir en gratitud, alabanza y adoración a Dios por Sus obras maravillosas.
Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.