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«Porque el desvío de los simples los matará,
Y la complacencia de los necios los destruirá»
(Proverbios 1:32).

Shamima tiene 21 años, pero ha experimentado más dolor que muchos en toda una vida. A los 15 años huyó de su casa en Londres para unirse al Estado Islámico y convertirse en la esposa de un combatiente. Ella se presentaba dura y decía aprobar las atrocidades que se cometían a su alrededor. Shamima llegó a tener tres hijos, aunque todos murieron por enfermedad y desnutrición debido a las terribles condiciones que les tocó vivir. Hoy está detenida en una prisión en Siria y la corte suprema inglesa le quitó la ciudadanía y le negó el reingreso a Inglaterra por razones de seguridad.

Ella dice estar arrepentida y desea volver a Inglaterra. Ha señalado que sus actos fueron errores infantiles de una adolescente, que solo quería sentirse parte de sus amistades que estaban tomando la misma decisión y no quería quedarse atrás. Ella tomó ese camino porque, según sus propias palabras, era «joven e ingenua».

En Proverbios hay dos elementos que se presentan como promotores y evidencia de la necedad: la simpleza y la complacencia. La simpleza o ingenuidad puede tomarse como la sencillez de alguien incauto, que no se ha preparado para caminar por la vida con cautela y sabiduría. Proverbios no considera la simpleza como una virtud positiva, sino como una manifestación negativa de ignorancia, falta de entendimiento y negligencia que debe remediarse a la brevedad.

En consecuencia, somos necios cuando alimentamos la simpleza en lugar de erradicarla de nuestras vidas. Tendemos a alimentar nuestra mente con porciones incompletas y demasiado pequeñas de supuesta sabiduría que solo terminan confirmando nuestra simpleza y no confrontan nuestra ignorancia. No estamos dispuestos a aprender e investigar más allá de nuestros supuestos, y menos a confrontar nuestras creencias al profundizar en nuestra búsqueda de conocimiento. 

¿Cuál es el resultado de tamaña necedad ingenua? Shamima nos muestra que sus decisiones infantiles y adolescentes no fueron inocuas. Como dice el proverbio que encabeza esta reflexión, la simpleza nos hace creer que nuestro camino, cualquiera que sea, mientras sea «mío», será el mejor y el más adecuado. Pero en realidad es un desvío peligroso que lleva a la muerte. Solo podremos vencer la simpleza cuando nos decidimos a aprender y buscamos crecer y salir de nuestro metro cuadrado de ingenuidad personal. Involucra aceptar que no hemos inventado la rueda y que necesitamos de otros para aprender de ellos, a través de ellos y con ellos.

También somos necios cuando alimentamos una complacencia absoluta y simplista en lugar de erradicarla de nuestras vidas. Si hay algo que caracteriza a nuestra generación de cualquier edad es la búsqueda irrestricta y 24/7 de satisfacción y placer a cualquier precio. Solo queremos ser alabados, nunca cuestionados; solo celebrados con «me gusta» y demostraciones públicas de que somos únicos e importantes. Hemos olvidado que la vida no es color de rosa y requiere de fortalecer nuestro interior para poder nadar contracorriente, vencer la adversidad, hacer valer nuestros principios y enfrentar el viento en contra. Sin embargo, ahora nos gusta ponernos quietos boca arriba, de cara al sol con los ojos cerrados y dejarnos llevar sin mayor resistencia por la corriente de este mundo. 

Tanto la simpleza como la complacencia pueden demostrarnos la ausencia de la capacidad de luchar y sudar por alcanzar una sabiduría que nos fortalecerá para tomar decisiones correctas, y no solo dejarnos llevar por los demás como lo hizo Shamima. La simpleza produce muerte y la complacencia necia produce destrucción. Eso es seguro.

Sin embargo, podemos dejar la necedad y buscar la sabiduría. Empecemos aceptando que la simpleza y la complacencia la tenemos por default en el corazón y de nacimiento. El evangelio anuncia que el Señor puede cambiar un corazón de piedra y sin vida en un corazón que lata por Él y viva para Él. Jesucristo es la sabiduría misma y nos dice: «Pero el que me escucha vivirá seguro, y descansará, sin temor al mal» (Pr 1:33).

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