“Pon tu delicia en el SEÑOR, Y El te dará las peticiones de tu corazón”. Salmos 37:4 NBLH.
Siempre que escuchamos o leemos este versículo, nuestro corazón se va inmediatamente a la segunda parte del texto. Y es que podemos pensar que éste gravita alrededor de la posibilidad de que Dios finalmente conteste nuestras peticiones, de manera que podamos crear nuestro mundo ideal donde somos el centro de él.
Sin embargo, en realidad esa parte que habla de Dios dándonos las “peticiones de nuestro corazón” viene como resultado de la primera parte esencial y condicional. Dice, “Pon tu delicia en el Señor”.
Nuestro problema es que muchas veces vemos a Dios más como a un jefe, como colaborador, o simplemente una posición teológica. Él es una persona que ha hecho hasta el extremo para no solamente salvarnos, sino también tener una relación con nosotros, al punto de adoptarnos en su familia.
Deleitarnos en el Señor es gozar de su presencia y compañía, valorándolo más que a cualquier otra cosa, persona, y experiencia en este mundo.
El teólogo y predicador norteamericano Jonathan Edwards habla del valor supremo de “deleitarse y gozarse en Dios, una dulce y derretidora gratitud a Dios por Su bondad. Es una exaltación santa y una victoria del corazón en el favor, suficiencia y fidelidad de Dios”.
Por eso, cuando nuestros valores se convierten en sus valores, cuando nuestras peticiones se convierten en sus peticiones, y cuando las peticiones de nuestro corazón vienen de deleitarnos en Él y reflejan sus propósitos en nosotros, los creyentes podemos afirmar y confirmar lo que expresa Agustín cuando dice, “Ama a Dios y haz lo que quieras”.
Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.