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Un pariente que amas esta muriendo delante de tus ojos; el ruido del monitor cardiaco anuncia cada latido del corazón.  Bip…bip…bip… Sin embargo, no es el sonido del equipo hospitalario el que esta llevando tu alma a la desesperanza; es la conflictiva mezcla de pensamientos y emociones que está dando vueltas dentro de ti. Las hermosas y tiernas memorias están dando lugar al frío y estéril lecho de muerte. Buscas aplicar tu fe en la providencia de Dios, pero el torrente de emociones cae sin misericordia sobre ti, causando que pierdas toda esperanza. Experiencias así pueden replicarse en mil escenarios distintos. Todos hemos estado allí en algún punto de nuestra vida. Algunos de nosotros estamos viviendo allí en este mismo momento. Entendemos bien el concepto de Filipenses 4: pensar en aquellas cosas que son dignas de alabanza y verdaderas, con oración y súplica, haciendo a un lado la preocupación para dar lugar a la gratitud, y la paz inescrutable de Dios guardará nuestro corazón. Sin dudas, esta es una preciosa y más que verdadera promesa. Sin embargo, en algunos momentos de crisis estamos distraídos a tal punto que nos sentimos incapaces de controlar nuestros pensamientos y por ende, incapaces de encontrar paz. ¿Qué hacemos entonces?

Un problema esencial

El Señor de gloria unifica la creación bajo el reino de Cristo en el vínculo de la paz del Espíritu Santo. El Diablo, por el otro lado, viene a robar, matar y destruir. Él divide y conquista. Es una estrategia que ha existido desde que existe el pecado. El Hijo del Hombre siembra buena semilla en su campo, produciendo una cosecha de vida que redunda para la gloria de Dios; el Diablo siembra cizaña que amenaza con ahogarla. Ese es el patrón. El Padre extiende Su mano de redención para someter y organizar el caos de la creación bajo Su cuidado; el pecado produce más y más caos. Cuándo el caos del pecado se enfrenta con nuestra alma, la ansiedad es la consecuencia natural. La palabra que se traduce como “ansiedad” en Filipenses 4:6 viene de la palabra griega merimnao.  Esta palabra toma significado de las palabras merizo “dividir” y nous “mente”. Esta mente dividida es la infeliz condición del hombre a quién el Apóstol Santiago describe como “de doble ánimo, inestable en todos sus caminos” (Santiago 1:8). Tal inestabilidad se enfoca rutinariamente en el objeto de la ansiedad a expensas de Dios. En tales momentos, esa enfermiza sensación en nuestro estómago y falta de aliento en nuestro pecho confirma que los dardos de fuego han penetrado nuestra armadura espiritual. Hemos sido heridos y estamos en problemas.

Vamos al grano

Si te encuentras en esta situación, aprovecha la primera oportunidad que puedas para ir delante del Señor. La ansiedad nos impone un trance hipnótico que debe ser roto. Si alguna vez leíste La Silla de Plata por C.S. Lewis, por ejemplo, este tipo de fenómenos se ilustra en la escena en la que la malvada Dama Verde, gobernadora del inframundo, busca embrujar al Príncipe Rilian y a sus amigos.  Recordaras que justo cuando parecía que los había logrado esclavizar con sus mentiras, Puddlegum apaga el fuego mágico de la bruja y rompe el hechizo. Rilian luego se despierta, mata a la serpiente y lleva a los viajeros a un lugar seguro. Nuestro Príncipe de Paz, Jesús, nos dice, y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”, Juan 8:32. La verdad de la Palabra de Dios, independientemente de nuestros sentimientos, constituye la realidad. El reto es abrir los ojos del corazón para abrazar esta verdad, especialmente cuando los dardos de fuego están volando hacia nosotros rápida y furiosamente. Un tiempo de soledad delante de Dios es precisamente lo que necesitamos en esos momentos. Mientras escribo esta oración, estoy viendo un tranquilo estanque. Solo el agua con este nivel de tranquilidad podría reflejar el cielo. De la misma manera, reflejaremos la paz del Señor cuándo estemos sentados en la quietud de Su presencia.

Humilde Oración

Reconocemos la verdad en la quietud y la galvanizamos en oración.  Mientras que el legado griego nos dice “conócete a ti mismo”, el Romano dice “gobiérnate a ti mismo”, el budista dice “aniquílate a ti mismo”, el musulmán dice “sométete a ti mismo” y el de la Nueva Era nos dice “ámate a ti mismo”, Jesús nos dice, “…separados de mí, nada pueden hacer” (Juan 15:5)  ¿Por qué nada? Porque sin Cristo estamos trabados en el inframundo de la ansiedad sin esperanza alguna de libertad. Seguro, uno puede hacer como que escapó la ansiedad, distrayéndose con la bebida o el entretenimiento, pero estas salidas son solo momentáneas. Únicamente la dependencia total en Cristo, expresada a través de la oración humilde, puede liberarnos de manera genuina. Cuándo estés en la punta de la ansiedad, ve a solas con Dios, lee en voz alta sus promesas de salvación -que son más seguras que el aire que respiramos- y, mientras entregas todas tus cargas a Él, que la paz de Cristo sea tuya.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Juan Callejas.
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