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Cuando Taisiia Lukich no recibió noticias de su novio el pasado octubre, no se preocupó.

«No era la primera vez que no me contestaba durante mucho tiempo porque, ya sabes, hay muchas conexiones de internet y telefonía móvil dañadas», dijo Taisiia, quien es editora de TGC Ucrania. Antes de la invasión rusa, ella y su novio, Alex, habían estado pensando en una boda para 2022. En lugar de eso, ella pasó gran parte de 2022 como refugiada, mientras Alex se incorporaba al ejército ucraniano.

Tras cuatro días de mensajes sin respuesta, Taisiia recibió noticias de un amigo de Alex. Le dijo que no le escribiera más.

Alex había muerto en combate.

Taisiia y Alex / Cortesía de Taisiia Lukich

Taisiia se desmoronó. Dejó de comer, de dormir. Como el cuerpo de Alex estaba desfigurado, su ataúd estuvo cerrado en el funeral y ella se preguntaba si realmente él estaría allí dentro. Enojada con Dios, elevó numerosas oraciones airadas y dejó de leer la Biblia.

«Sentía que caía en un pozo de pena y tristeza de llanto y dolor», cuenta. «Sentía que ya no tenía futuro, que no había razón para vivir mi vida. Algunos días estaba tan vacía que ni siquiera podía hablar con otras personas».

No se lo contó a muchos amigos de la iglesia, porque le dolía demasiado hablar de ello y porque sabía que ellos estaban luchando con lo mismo. Cuatro de los miembros de su iglesia habían muerto en combate; otros catorce estaban sirviendo en el ejército.

«Un día, cuando ya no tenía fuerzas para soportar lo que me pasaba por dentro, oré pidiendo a Dios todo el amor, paz y consuelo que tenía para mí», explica. Se durmió llorando, pero se despertó renovada. Fue como un milagro.

«A menudo, en situaciones difíciles, solo prestamos atención al dolor que este mundo nos ha dado», dijo. «Nos olvidamos de mirar a Cristo, que sabía desde el principio de los siglos que este dolor estaría en nuestras vidas. Él ya nos ha preparado consuelo precisamente para estas situaciones».

El vecindario de Taisiia / Cortesía de Taisiia Lukich

Esa verdad se está reproduciendo en toda la iglesia ucraniana. Hace exactamente un año que las fuerzas rusas iniciaron lo que el presidente Vladimir Putin denominó una «operación militar especial» para «desmilitarizar» y «desnazificar» Ucrania. En ese tiempo, sus fuerzas han destruido y saqueado cientos de edificios de iglesias (en inglés). A lo largo de las cambiantes líneas de combate, las iglesias se han ido vaciando a medida que sus miembros morían, huían o se unían a los combates.

Pero si hablas con los cristianos ucranianos, te dirán que Dios no los ha abandonado. Muchas iglesias, al igual que algunos seminarios, están creciendo. Los refugiados ucranianos están revitalizando iglesias en otros países. Las iglesias de todo el mundo se han unido para recibir a los refugiados ucranianos o enviarles ayuda.

«La guerra es un tiempo en el que ves lo peor y lo mejor de las personas», comenta Caleb Suko, misionero estadounidense que lleva veinte años en Ucrania. «Hemos visto lo mejor de lo que Dios hace».

Escape

Como Rusia llevaba tanto tiempo rondando las fronteras, la invasión del año pasado, el 24 de febrero, sorprendió a muchos ucranianos. Taisiia, que vive cerca de una base militar a menos de 11 kilómetros de Kiev, se despertó con seis llamadas perdidas de Alex y más llamadas y mensajes de otros amigos.

¿Por qué hoy soy tan popular?, se preguntaba. «Empecé a abrir los mensajes y vi, bueno, es la guerra».

Taisiia no sabía qué hacer. Ella y su madre se aprovisionaron de agua y colgaron mantas pesadas en las ventanas. Fueron a la iglesia a preguntar qué hacían los demás. Fueron a la tienda de comestibles, pero casi todo estaba agotado, aunque eso estaba bien para Taisiia.

Taisiia hizo pan para su iglesia y sus vecinos / Cortesía de Taisiia Lukich

«Mi abuela vivió la Segunda Guerra Mundial, así que tenía la costumbre de almacenar cereales y papillas para que tuviéramos comida», explica. Empezó a hacer pan para las personas de su iglesia y su barrio.

El sábado, los tanques empezaron a rodar por las calles del barrio de Taisiia. Las fuerzas ucranianas destruyeron el puente de Kyiv y la explosión derribó el techo de su habitación. Una semana después, los aviones de combate llegaban tan bajo que Taisiia y su madre podían sentir cada pasada. Podían oír las explosiones.

«Mi amiga me llamó y empezó a gritar, preguntándome por qué seguía aquí», explica. Ella sabía por qué, para ayudar en su iglesia, pero también sabía que era responsable de la seguridad de su madre. Taisiia y su madre recogieron su computadora portátil, algo de ropa necesaria y su gato, y se dirigieron a la iglesia, donde el líder de su grupo pequeño las llevó tan lejos como pudo.

No fue muy lejos. Como no había puente, Taisiia y su madre tuvieron que ir a pie. Su madre se cayó sobre unas rocas y se empapó la ropa.

«Después de cruzar el río, la artillería enemiga empezó a disparar», dijo Taisiia. «Ahora estamos en campo abierto. No hay nada tras lo que esconderse. Te quedas ahí de pie orando: “Por favor, Dios, ahora no”».

Las fuerzas ucranianas respondieron al fuego y los cañones rusos se detuvieron. Taisiia estaba en camino.

Atrapados

En cuestión de días, las fuerzas rusas se apoderaron de una franja del territorio ucraniano, incluida la ciudad de Balakliya, donde vivía un pastor llamado Oleksandr. Su iglesia era grande, con muchas familias jóvenes. Empezó a conducir, sacando a la gente del territorio controlado por los rusos y trayendo de regreso alimentos.

«Cuando celebramos el servicio del domingo, simplemente vi miedo en la gente», dijo en una conversación grabada (en inglés). Se quedó porque «cuando estás cerca de ellos como pastor, como ministro, eso simplemente inspira a las personas».

A principios de mayo, intentó llegar a Kiev para asistir a una conferencia de pastores, pero fue rechazado. Unos días después, las fuerzas rusas se presentaron en su casa y le dijeron que subiera a la patrulla.

El pastor Oleksandr y su esposa Ekatarina / Cortesía de Caleb Suko

Lo llevaron a comisaría, y Oleksandr supo que estaba en problemas cuando le colocaron una bolsa en la cabeza. Durante los dos días siguientes le golpearon duramente.

«Al principio no sabía qué querían de mí», dijo. «Luego empecé a darme cuenta, en primer lugar, de que esta gente, el hombre que dirigía el interrogatorio, odia radicalmente a todos los protestantes. Lo decía claramente: “No les dejaremos vivir aquí. Aquí solo habrá una iglesia: la Iglesia Ortodoxa Rusa”».

Más tarde, los rusos acusaron a Oleksandr de trabajar para la inteligencia estadounidense. Le golpearon y patearon por todas partes, le magullaron todo el cuerpo y le rompieron el brazo izquierdo.

Oleksandr oró al Dios que sabía que liberó a Pedro de la cárcel y a Daniel del foso de los leones. «Sentí que Dios guardaba silencio», dijo. «Fue horrible. Ese es el momento en que necesitas que Dios hable, y estaba en silencio».

Las heridas de Oleksandr eran tan graves que lo llevaron al centro médico de enfrente. Tras permanecer allí dos semanas, su esposa pudo llevarlo a casa. Esa liberación «demostró que Dios estaba conmigo, demostró Su fidelidad», dijo. «Me di cuenta de que cuando Dios calla, no significa que no esté ahí».

Balakliya fue liberada por las fuerzas ucranianas el 8 de septiembre, y se descubrió la cámara de tortura en el sótano de la comisaría. La iglesia de Oleksandr recuperó su edificio e inmediatamente empezó a distribuir ayuda humanitaria, tapar ventanas con cinta adhesiva y orar con las personas.

«Ahora hay muchas personas que vienen al servicio dominical», afirma Oleksandr. «Solo quieren tener comunión con nosotros. Quieren pasar tiempo con nosotros».

«Los miembros de la iglesia son más maduros», añadió su esposa. Mientras que algunos solo intentan pasar el día, otros han crecido en la fe. «Están cansados, se caen, pero predican y ministran», afirma. «Me alegra el corazón y admiro su valentía. Admiro la fortaleza de los creyentes».

Oleksandr está orando por su iglesia, pero también por sus antiguos captores.

«Si al menos una persona en la prisión escuchó el evangelio y fue tocada de alguna manera por el mismo, concédele el arrepentimiento, y quiero ver a ese hombre en el reino de los cielos», dijo. «Será un gran gozo para mí, si llego al reino de los cielos y veo a uno de estos que se han arrepentido ante Dios».

A la fuga

Mientras Oleksandr estaba en el sótano de la comisaría, muchos de los miembros de su iglesia se dispersaban por Ucrania y países vecinos. Hasta la fecha, alrededor de un tercio de los ucranianos se han visto desplazados: ocho millones (en inglés) de ellos están repartidos por toda Europa.

«El 7 de marzo no pensábamos mudarnos», dijo el profesor del seminario Vasyl Novakovets. «El 8 de marzo, estábamos en el carro».

Vasyl vivía en Odessa, un objetivo estratégico (en inglés) para Rusia. Con sus tres hijos de entre seis y once años, su esposa tenía miedo de quedarse. Tras un día de oraciones y llamadas telefónicas, se abrió una vía para que la familia escapara a Rumanía. Permanecieron un tiempo en un centro cristiano y luego se trasladaron a Austria.

Vasyl (en el extremo derecho), su esposa, sus hijos, su sobrino y un conductor (su antiguo estudiante) se dirigen a la frontera el 8 de marzo de 2022 / Cortesía de Vasyl Novakovets

«Tienes algo de ropa para ti y tus hijos, y te vas», explica. «Las primeras semanas fueron muy malas, muy estresantes. No sabíamos cuánto tiempo íbamos a estar en algún sitio. En Austria, el alemán era nuevo. Nuestros hijos iban al colegio pero no entendían nada. Durante una semana, ni siquiera me atreví a leer la Biblia. Estaba muy mal».

Poco a poco, Dios le proveyó de nuevos amigos con los que hablar y orar, cuenta Vasyl. Encontró una iglesia de habla ucraniana donde podía predicar con regularidad y unirse a un grupo pequeño.

«En tiempos oscuros, te acercas más a Dios», afirma. «Realmente dependes de Él porque no sabes qué pasará al día siguiente o al mes siguiente. Pero Dios abrió nuevas oportunidades, nuevos ministerios, nuevos apoyos. Si alguien me preguntara: “¿Te gustaría repetir este tiempo?”, diría que sí, porque fue duro, pero me ha acercado mucho a Dios».

En diciembre, la familia de Vasyl se trasladó a Pensilvania, donde conectó con una iglesia de habla ucraniana (en inglés) que conocía bien. Ya en 2015, había iniciado un proyecto con el miembro Roman Kapran, que le precedió como refugiado hace veintitrés años, poco después de la caída de la Unión Soviética.

La familia de Vasyl en Rumanía / Cortesía de Vasyl Novakovets

Roman es ahora el presidente de la Convención Bautista Ucraniana de Estados Unidos. Estaba trabajando en la primera Biblia de estudio ucraniana cuando, en 2015, la editorial Crossway concedió permiso para una traducción al ucraniano de las notas de la Biblia de estudio ESV.

Tras siete años de trabajo con Vasyl y otros teólogos ucranianos, la obra estaba casi terminada cuando empezó la guerra. Los traductores se tomaron unos meses para reestabilizar sus vidas y ahora están terminando las ediciones y buscando fondos (en inglés) suficientes para imprimirla, un coste de unos cincuenta mil dólares, según las estimaciones de Roman. La última reunión se celebró en diciembre en Zoom, con participantes ucranianos de toda Europa Occidental y Estados Unidos.

En esa llamada, Vasyl pudo ver a Dios obrando, y no solo en el trabajo que habían realizado juntos.

«Mis amigos son ahora misioneros en Holanda, Alemania, Eslovaquia, Rumanía y Polonia», afirma. «Ahora hay ucranianos en esos países, y estos líderes intentan compartir el evangelio y ayudarles».

Recepción de refugiados

Aleksander Saško Nezamutdinov llegó a la fe en una iglesia evangélica ucraniana cuando tenía doce años. Mientras estudiaba en un instituto bíblico, se planteó la posibilidad de trabajar en una misión en la antigua Yugoslavia, hasta que alguien le mostró un mapa de Polonia en el que la presencia protestante estaba marcada en rojo.

Mapa de la presencia protestante en Polonia / Cortesía de Saško Nezamutdinov

«Todo el mapa era tan blanco, tan blanco, casi vacío», dijo. Así que Saško hizo unas prácticas con el equipo de Misión al Mundo (MTW) de la Iglesia Presbiteriana en América, y luego inició un proyecto de plantación de iglesias en Cracovia. Su iglesia, de veinte miembros, pasó a tener cuarenta durante la pandemia y se instaló en un local alquilado de doscientos metros cuadrados.

A partir de ahí, Saško vio cómo los diplomáticos occidentales abandonaban (en inglés) Kiev en enero y febrero de 2022, y cómo las agencias misioneras más grandes empezaban a retirar personal.

«Entonces sabes que algo viene», dijo. Así fue. A medida que Rusia avanzaba con ataques aéreos, misiles y tropas, los ucranianos se dirigían en la otra dirección. El año pasado, más de nueve millones y medio (en inglés) de ucranianos cruzaron la frontera con Polonia.

La iglesia de Saško vio a sus primeros refugiados dos días después de la invasión. Unas diez mujeres ucranianas acudieron a los servicios dominicales.

«La semana siguiente fue la más dura», cuenta Saško. «No paraba de recibir llamadas de ucranianos que querían salir por Cracovia, y llamadas de amigos polacos que me ofrecían ayuda. Toda esa semana estuve constantemente al teléfono».

Refugiados ucranianos / Cortesía de Saško Nezamutdinov

Algunos refugiados necesitaban un lugar donde pasar unas horas mientras esperaban un tren o un avión. Otros necesitaban pasar varias noches. Algunos sabían adónde iban; otros no tenían ni idea. Algunos necesitaban comida, ropa o coches de bebé. Todos necesitaban oraciones y consuelo.

«La respuesta de Polonia ha sido increíble», declaró Saško. «En la historia de Europa no hemos visto nada igual. Hubo un momento en esas primeras semanas en que había más polacos en la frontera esperando con sus vehículos para ofrecer transporte a las personas que ucranianos que lo necesitaban».

La generosidad de Polonia tiene su origen en una fuerte memoria histórica. Cuando Alemania invadió Polonia en 1939, la Rusia soviética les seguía de cerca y ambos países se repartieron Polonia.

«Polonia recuerda lo que se siente cuando no hay nadie que te ayude», dice Saško. Ansiosos por ayudar, los miembros de su congregación alquilaron otro edificio y compraron algunas camas. Acogieron a refugiados, organizaron el transporte y clasificaron la comida y la ropa. Cuando pasó la primera oleada de refugiados y la situación se estabilizó, la congregación de Saško alquiló una escuela y organizó una escuela bíblica de verano para niños de unas diez semanas de duración.

Saško había publicado textos teológicos en polaco; el verano pasado añadió el ucraniano. Hasta ahora ha impreso sesenta mil ejemplares de títulos como Cincuenta razones por las que Jesús vino a morir, de John Piper, y El burrito que cargó a un rey, de R. C. Sproul. Algunos libros volvieron a Ucrania, mientras que otros fueron a parar a iglesias polacas, checas o alemanas con refugiados ucranianos.

Saško hizo de pirata en la escuela bíblica de verano / Cortesía de Saško Nezamutdinov

«Fue como Jesús alimentando a la multitud con un número limitado de panes y peces», dijo. «Los apóstoles no producían la comida. Su responsabilidad era distribuirla. Sentí que nuestra iglesia estaba haciendo eso durante el año pasado. Los recursos que nunca podríamos haber tenido o soñado nos fueron enviados para que pudiéramos utilizarlos».

Los cuarenta miembros de la iglesia de Saško no podían hacerlo solos. MTW envió misioneros, algo por lo que Saško llevaba orando desde 2015. Los refugiados también ayudaron. «No creo que haya una iglesia en Polonia que no tenga una familia ucraniana», dijo. «Las iglesias duplicaron su tamaño. Es realmente alentador para el evangelicalismo polaco».

La iglesia de Saško acoge ahora a unas sesenta personas cada domingo.

«Si todos los ucranianos se quedan aquí, cambiará drásticamente el mapa religioso», afirma. Ya ha cambiado al propio Saško.

«Mi fe es más fuerte gracias a la fidelidad de Dios que he visto en la vida real», afirmó. «Esto es increíble: la manifestación más fuerte de Su obra que he visto».

De vuelta a Ucrania

Tras la caída de la Unión Soviética en 1991, Ucrania fue, de todos los antiguos países de la Unión Soviética, el más abierto al evangelio.

«Si repartías una caja de Biblias en los años noventa, se acababan en dos minutos», dice Caleb Suko, que hizo su primer viaje allí en 1994. «Hubo grandes avivamientos y se construyeron muchas iglesias».

Instituto Bíblico Tavrisky en Kherson tras la invasión rusa / Cortesía de Caleb Suko

En la actualidad, Ucrania cuenta con entre tres mil y cuatro mil iglesias evangélicas, según estima Rick Perhai, profesor y director de estudios avanzados del Seminario Teológico de Kiev. Tantas que Ucrania es conocida como el «cinturón bíblico» (en inglés) de la región.

«A mediados de la década del 2000, todo eso se estaba reduciendo», afirma Caleb, que se trasladó a Ucrania de forma permanente en 2007. «La siguiente generación se estaba formando en las iglesias. La gente estaba más ocupada. Ucrania se estaba enriqueciendo poco a poco: había centros comerciales, cafeterías y tecnología».

Cuando el presidente ucraniano decidió no firmar un acuerdo con la Unión Europea en 2014, se produjeron violentas protestas en Kiev y Rusia tomó Crimea. «Vimos algo así como un avivamiento espiritual en ese momento», dijo Caleb. «Eso duró a lo largo de 2014 y 2015».

Pero aquella crisis fue pequeña comparada con esta. «Esta vez vemos una enorme apertura al evangelio y enormes necesidades», señaló

Mientras la mies está lista, los obreros son pocos.

«Incluso nuestro decano académico ha sido llamado a la guerra», dijo Rick. El Seminario Teológico de Kiev, consciente de que los estudiantes que se encuentran en una zona de guerra probablemente no tienen tiempo para cursar una licenciatura o una maestría, comenzó a ofrecer un programa certificado de un año de duración. Se imparte principalmente en persona y ayuda a los estudiantes a «hacerse una idea de lo que es el evangelio y a manejar correctamente las Escrituras», dijo Rick.

Estudiantes del programa certificado de pastoral juvenil del Seminario Teológico de Kiev en febrero de 2023 / Cortesía de Rick Perhai

El programa de certificado se ofreció por primera vez el pasado otoño. Se matricularon unos ciento cincuenta estudiantes, el doble de los sesenta y cinco que normalmente se matriculan en todo el programa de licenciatura.

Estos pastores jóvenes tienen un trabajo difícil: en una iglesia de ochenta miembros, quedan menos de veinte. Todos están preocupados y enojados; un hombre que perdió a su hijo en la guerra lucha contra sus deseos de venganza. En otra iglesia, el 75 % de los asistentes huyeron. El pastor comparte el evangelio (en inglés) a los refugiados.

«Algunos de los refugiados han sido salvados», afirma Rick. «Ahora están siendo discipulados, y algunos pronto serán bautizados… El ministerio acaba de estallar en un sentido positivo: ha explotado con multiplicación y fruto».

Sombras de Mordor

Si atraviesas Ucrania de oeste a este, verás cada vez más señales de destrucción: edificios bombardeados, puentes derribados, montones de escombros.

«Es como si estuvieras conduciendo por Gondor y pudieras ver Mordor», dijo Rick. «Aquí hay muchas sombras de Mordor, pero hay esperanza en medio de todo eso».

Taisiia lo siente así. Tras una temporada en Eslovaquia, ayudando a refugiados en un centro de Juventud para Cristo, ella y su madre volvieron a su casa cerca de Kiev.

La casa de Taisiia. Alrededor del 70% de su pueblo ha quedado dañado o destruido. / Cortesía de Taisiia Lukich

«Un misil impactó en nuestro sótano y ahora tenemos un enorme agujero», explica. «Faltan ventanas y se han caído algunos techos más».

Pero me sentí muy bien de estar en casa, dijo. Estos días, Taisiia ha vuelto a la iglesia, como voluntaria. Tiene varios trabajos, entre ellos traducir y editar artículos para TGC.

«Sin el viaje al interior de los lugares más oscuros de mi alma, nunca estaría en el punto en el que me siento nuevamente reconfortada, feliz, amada», expresó. «Dios me dio consuelo en ese momento en el que dejé de esperar volver a tener consuelo. Estaba tan encerrada en mis pensamientos desesperados que olvidé que Dios entregó a Su Hijo. No tenía derecho a decir que nadie me entiende; Él sí me entiende, incluso más de lo que yo creo».

No deja de recordarse a sí misma que Dios tiene más planes para ella. «Si Dios no me ha quitado la vida hoy, significa que probablemente tiene algo para mí mañana».

Sus hermanos y hermanas cristianos coinciden en ellos.

Ministrar en Ucrania en estos momentos «no es nada fácil, es muy, muy difícil», asegura Rick. «Pero es básicamente creer en la Palabra de Dios, hacer lo que Él dice que hagamos, y creer que Su Palabra es viva y activa y que Su Espíritu se va a mover en los corazones de Sus elegidos».

«Dios nos da Su gracia», asegura Caleb, quien ha estado repartiendo regularmente comida y mantas a cientos de personas. «Sabemos a dónde nos ha llamado, así que sin duda es ahí donde queremos estar. No querríamos estar en ningún otro lugar ahora mismo».


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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