1. La hospitalidad refleja el evangelio.
Los cristianos fieles son, y siempre han sido, una minoría extraña en un mundo hostil. Redimidos por Cristo, hemos perdido nuestra antigua vida y, con ella, hemos dejado atrás la historia, la identidad y las personas que una vez nos reclamaron como suyos.
La conversión comienza con el sacrificio de lo que una vez fue y el evangelio provee aquello a lo que hemos renunciado mediante la hospitalidad. Cuando Pedro le dice a Jesús: «Mira, lo hemos dejado todo y te hemos seguido», Jesús responde con este consuelo:
En verdad les digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras por causa de Mí y por causa del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna (Mr 10:28-30).
El evangelio viene con una llave de casa, y esa llave abre el «ciento por uno» de la provisión de Dios de familia y comunidad para los demás. La hospitalidad es la base de la vida cristiana.
2. La hospitalidad es una guerra espiritual.
La hospitalidad que reúne a hermanos y hermanas con vecinos no salvos y desconocidos no es caridad ni bondad; más bien, lleva el evangelio más allá de la guerra cultural —donde debe estar— y sacude las puertas mismas del cielo para las almas de nuestros vecinos.
Cuando nos relacionamos diariamente con los demás, no actuamos con ignorancia ni estereotipos sobre otras personas y sus «estilos de vida». No tenemos que preguntarnos qué piensa nuestro vecino incrédulo de nosotros, porque está sentado aquí mismo, pasando las papas y diciéndonos exactamente lo que piensa.
En nuestra casa, al terminar de comer, los niños pasan las biblias y mi esposo, Kent, comienza cada noche la práctica de los devocionales familiares, donde todos son bienvenidos. Mis vecinos saben que pueden irse, pero por lo general no lo hacen.
3. La hospitalidad da cabida a diferentes tipos de anfitriones e invitados.
Todo cristiano está llamado a practicar la hospitalidad, pero eso no significa que todos la practiquen de la misma manera. Practicamos la hospitalidad compartiendo nuestros recursos y necesidades, sirviendo como anfitriones y huéspedes, como lo hizo Jesús cuando vivió en esta tierra.
Todo cristiano está llamado a practicar la hospitalidad, pero eso no significa que todos la practiquen de la misma manera
La hospitalidad funciona similar al diezmo: o estás dando o estás recibiendo. O edificas el cuerpo o necesitas que el cuerpo te edifique. Todos tenemos interés en la hospitalidad porque Jesús lo tiene.
4. La hospitalidad es la opción benedictina en la misión.
San Benito, el padre del monacato occidental del siglo VI, cuya respuesta al colapso de la civilización romana ayudó a preservar la fe cristiana, ha recibido renovada atención con la publicación de Rod Dreher en 2017 de La opción benedictina: Una estrategia para cristianos en una nación poscristiana.
Con mi familia practicamos la hospitalidad casi a diario, incluyendo la comunión en la mesa, la lectura de la Biblia, el canto de los salmos y la oración. Esto se traduce como la opción benedictina en la misión. La invitación es amplia y a veces nos reunimos en tres salas.
Cenar cada noche con hermanos y hermanas de la iglesia ha desarrollado profundos lazos familiares. Con los años, hemos aprendido a ayudarnos mutuamente sin que nadie nos lo pida. Somos un pueblo apartado. Amamos a la iglesia, ensalzamos sus virtudes e invitamos a otros a unirse a la familia de Dios.
En nuestra casa, algunos llegan temprano y otros tarde. Algunos vienen porque quieren saber por qué todos los autos están estacionados afuera. Algunos traen comida. Otros traen amigos. Esta fiesta de la gracia es nuestro pilar, y buscamos intencionalmente a los no creyentes para que se unan a nosotros.
Estamos claramente apartados para Cristo y estamos comprometidos con el mundo, sirviendo a los demás, invitándolos a probar y sentir que el Señor es bueno. ¿Es esto incómodo? Sí. Pero ¿de qué otra manera sabrá tu vecino no salvo que el trono de Dios trae gracia a algunos, pero juicio a otros? ¿Cómo sabrá que la cultura de la libertad sexual y la autonomía personal lo ha engañado y le ha robado su integridad como portador de la imagen de un Dios Santo?
5. La hospitalidad requiere unidad en la iglesia.
Cuando vivía perdida como lesbiana en una comunidad LGBTQ diversa en Nueva York en la década de 1990, alguien abría las puertas de su casa todas las noches para cualquier persona de nuestra comunidad. La epidemia del sida nos aterrorizaba y nos unía a la vez, y era impensable que alguien en nuestra comunidad se quedara solo de forma crónica y extensa, especialmente en tiempos tan desesperados. Mi pareja lesbiana y yo abríamos nuestra casa los jueves por la noche, y entonces aprendí a cocinar para un número indeterminado de personas y a priorizar el servicio a los demás, incluso en medio de una vida profesional frenética.
Si por nuestra parte la iglesia priorizara la hermandad por encima de nuestras identidades carnales, nosotros también priorizaremos la hospitalidad. La unidad cristiana cambiaría nuestro enfoque de los programas a las relaciones. Veríamos nuestra falta de hospitalidad vibrante, regular y distintiva como el pecado sucio y podrido que es.
6. La hospitalidad nutre y hace crecer a la familia de Dios.
La soledad crónica nunca debería ser la norma en la iglesia. La iglesia es la familia de Dios y debemos vivir en comunidad a diario. La soledad crónica y debilitante en medio de la gran asamblea del pueblo de Dios devasta vidas y, lamentablemente, este cáncer está creciendo en la iglesia.
Un pequeño grupo que se reúne una vez a la semana es una respuesta insignificante a este problema. Pero la convivencia en la mesa cada noche, donde todos los hermanos y hermanas de la iglesia son bienvenidos, forja relaciones de pertenencia y crecimiento en la gracia. No queremos detenernos allí.
La hospitalidad es buena para quien la da porque expone nuestra vida y nuestro corazón
Nutrir a la familia de Dios y animar a quienes no gozan de Su favor a que se acerquen a nuestra mesa son los dos pilares de la hospitalidad. En comunidades delimitadas por la igualdad de raza y clase, a menudo es difícil saber cómo salir de nuestras propias barreras. Debemos buscar a quienes están fuera de nosotros con intención. ¿Cómo sería nuestra familia eclesial si tuviéramos miembros cuya participación en programas sociales permitiera que lo externo entrara?
Podríamos convertirnos en un socio familiar seguro, en el enlace con un hermano encarcelado, en una familia de acogida autorizada, y cuidar significativamente a familias de refugiados trabajando con agencias que ya lo hacen.
Estas no son relaciones complejas ni imposibles de forjar. Solo se necesita una verificación de antecedentes, un estudio del hogar, tu tiempo y la disposición a salir de tu zona de confort.
7. La hospitalidad es buena para quien la da.
Las personas cuyas vidas están plagadas de patrones pecaminosos ocultos odian la hospitalidad. Temen su apertura. Se quejan de sus cargas. Sus ídolos no dejan lugar a la competencia. Tal vez no sea un pecado atroz el que causa la barrera. Tal vez sea un pecado doméstico. Tal vez les importan más sus límites y su alfombra blanca que su familia de la iglesia o el estado eterno de sus vecinos.
La hospitalidad expone nuestras vidas y corazones. Vemos nuestra ambición egoísta y nuestro orgullo. Cuando vemos nuestro propio pecado con claridad, cuando confesamos y nos arrepentimos de él a diario, entonces estamos listos, con la conciencia limpia, para no tomar en serio las cosas materiales y amar a las personas.
La hospitalidad es buena para quien la da porque expone nuestra vida y nuestro corazón. Nos impulsa a confesar y arrepentirnos, a vivir por debajo de nuestras posibilidades y a reservar tiempo para las necesidades inesperadas de los demás.
8. La hospitalidad diaria es buena para los niños.
Es bueno para los niños ver a sus padres vivir el evangelio en la mesa común cada noche. Los ven abrazar con cariño a vecinos que piensan diferente y esperan que tal vez, solo tal vez, sus secretos estén a salvo con ustedes. Los ven vivir con fluidez el evangelio, manejar conflictos, hacer sacrificios y ven a los no creyentes acercarse a Cristo en la mesa de la cocina.
Los niños del vecindario se dan cuenta de lo que sucede en su hogar y pronto comienzan a cenar, a hacer preguntas, a abrir sus corazones en los devocionales familiares y a asistir a la iglesia. Estos niños comienzan a traer a sus hermanos. O a sus padres. Tus hijos comprenden que Jesús realmente es Rey y que realmente está vivo, y que no es solo un accesorio que se usa el domingo por la mañana o para el grupo de jóvenes.
9. La hospitalidad es cara.
La hospitalidad requiere tiempo y dinero. La hospitalidad diaria multiplica el presupuesto de comida de mi familia. También me mantiene en una rutina diaria de cortar verduras, amasar pan y remojar frijoles secos.
A las 4:30 pm, el ritmo de nuestra casa cambia de la educación en casa a la hospitalidad. Mientras nuestro hijo adolescente todavía hace la tarea y nuestra hija menor practica el piano, empiezo a ordenar la casa para la mesa y Kent empieza a pensar en el pasaje para el devocional familiar de esta noche.
La hospitalidad diaria cultiva una cultura cristiana distintiva desde dentro, al abrazar el optimismo evangelizador
Mis amigos solteros de la iglesia llegan a casa y se encuentran con una comida caliente, con muchos amigos esperando para abrazarlos. Otras familias de la iglesia empiezan a entrar. Mis vecinos saben que a menudo puedo cuidar niños después de la escuela, así que regularmente recibimos a niños del vecindario. Todo esto requiere tiempo, dinero, sacrificio y flexibilidad.
10. La hospitalidad vale la pena.
La hospitalidad desarrolla la capacidad de ver. Afila la sierra de la Palabra de Dios en nuestros corazones endurecidos. Cultiva una intimidad audaz entre personas que nunca tendrían motivos para ser amigos. Lamenta la pérdida de oportunidades de servir. Se estremece ante las palabras de Jesús:
«Porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; fui extranjero, y no me recibieron; estaba desnudo, y no me vistieron; enfermo, y en la cárcel, y no me visitaron». Entonces ellos también responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, o como extranjero, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?». Él entonces les responderá: «En verdad les digo que en cuanto ustedes no lo hicieron a uno de los más pequeños de estos, tampoco a Mí lo hicieron» (Mt 25:42-45).
Jesús se identifica con el extraño, el forastero, el necesitado. La hospitalidad diaria cultiva una cultura cristiana distintiva desde dentro, al abrazar el optimismo evangelizador, sabiendo que, si Dios quiere, los forasteros se convertirán en vecinos y los vecinos formarán parte de la familia de Dios. ¿Quién sabe? Esto podría suceder en tu mesa esta noche.