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«¿Qué tal es tener hijos adolescentes?», me preguntó una joven mamá hace poco. Respondí con completa honestidad. Le conté que cuando mis hijos eran pequeños me aterrorizaba la idea de la adolescencia. Tal vez porque escuchaba lo que otros padres estaban viviendo en esta etapa —sobre todos los que atravesaban dificultades. Tal vez porque recordaba mi propia adolescencia. Sin embargo, el tiempo llegó y, aunque no carece de desafíos, ha sido muy diferente de lo que esperaba.

Tenemos dos hijos. La mayor ya no es adolescente, pero «el benjamín» de la casa sigue en esos años, de modo que escribo estas palabras no como alguien que «se graduó» en la materia. En cambio, escribo como alguien que ha visto la gracia de Dios a cada paso de un camino que me asustaba mucho recorrer y en el que todavía me encuentro, pero ahora con un entendimiento diferente.

Consejos para madres de adolescentes

Escribir artículos con consejos siempre requiere que hagamos una salvedad: no todas las cosas funcionan de la misma manera en todas las situaciones. De hecho, es lo mismo que debemos recordar del libro de Proverbios, el epítome de los consejos. Proverbios es un compendio de observaciones generales sobre el curso de la vida, bajo el lente del temor a Dios y Su sabiduría.

No obstante, lo que vas a leer aquí no pretende en lo absoluto ser algo así, en el sentido de que las palabras del autor de Proverbios fueron inspiradas por Dios y las mías no lo son. Estas son las palabras de una mamá que quiere compartir contigo algunas lecciones que ha aprendido; observaciones sobre el curso de la vida en la adolescencia. Te las comparto sin ningún orden específico; es decir, todas juegan su papel y ninguna es más importante que la otra.

1. Busca cada vez más ser una influencia

Cuando nuestros hijos entran en la etapa de la adolescencia, su personalidad está mucho más definida que en la niñez. Eso implica que van llegando a sus propias conclusiones acerca de la vida. También es aquí cuando, en muchos casos, comienzan a definir su fe.

Además, empiezan a tomar sus propias decisiones. Decisiones que ayudamos a tomar, pero de un modo diferente a como lo hicimos cuando eran pequeños. No es que renunciemos a ejercer autoridad como padres (Ef 6:1-3), sino que esta no se ejerce de la misma manera (cp. Ef 6:4). Los métodos que funcionan con un niño de cinco años no tienen resultados con un adolescente.

Una meta de la crianza es que, cuando los hijos se marchen del hogar, tengamos con ellos el tipo de relación que nos permita ser una voz influyente. Pero eso se fomenta con el correr de los años. Así que, según nuestros hijos van llegando a la adultez, ya no buscamos tanto el ejercicio de una autoridad fuerte, sino el tener una voz influyente. Buscamos tener el tipo de relación que les permita colocarse bajo esa influencia que hayamos desarrollado como padres.

2. La adolescencia es la etapa de “ir soltando”

Con «ir soltando» quiero decir que es el tiempo en el que poco a poco lanzaremos a nuestros hijos a volar solos. Pero es un proceso, de manera que en algunas cosas daremos más independencia y en otras todavía no (cp. Ec 3:1-8). Que nuestros hijos aprendan a volar solos implica que entendamos que han llegado a un punto en el que no estamos llamados a controlar cada detalle de sus vidas, como los deberes escolares, por ejemplo.

El control de todo, incluyendo la vida de nuestros hijos, también está bajo la soberanía de Dios

No formaremos adultos independientes si los tratamos como alumnos de primaria. Nuestros hijos adolescentes deben estar pendientes de sus responsabilidades escolares, actividades extracurriculares, etc. Eso es parte de su proceso de madurez. Así que, la adolescencia es una etapa de transición donde poco a poco dejaremos que ellos aprendan a tomar sus propias decisiones, las consecuencias de cada una y así caminar hacia la adultez.

A las mamás particularmente nos cuesta mucho soltar. Pero, si somos honestas, es un problema de nuestro deseo de control. Esto es algo que revela el estado de nuestro corazón. Queremos controlar cada detalle de la vida de nuestros hijos porque nos produce un sentido de seguridad o de realización. Sin embargo, es un engaño. El control de todo, incluyendo la vida de nuestros hijos, también está bajo la soberanía de Dios. Esto no quiere decir que no tenemos responsabilidad, sino que desempeñamos nuestro rol conscientes de Quién tiene la última palabra.

Cuando vivimos ancladas en esa verdad, podemos descansar y dejar de vivir afanadas (Fil 4:6-7). Como creyentes, nuestra identidad no está en nuestros hijos. Eso quiere decir que sus errores no nos definen, ni tampoco sus logros. Por un lado, podemos dejar que cometan errores porque de ellos aprenderán y, sobre todo, les mostrarán su necesidad de un Salvador que sí es perfecto. Por otro lado, cuando haya logros en sus vidas, podemos usarlos como una oportunidad para recordarles la gracia de Dios que les ha permitido alcanzarlos.

3. Escucha y vuelve a escuchar

Una tentación que los padres enfrentamos es dar nuestra opinión desde el mismo momento en que una conversación empieza. Pero eso suele terminar el diálogo, cuando lo que buscamos es comunicación y no monólogos. Así que es necesario escuchar, dejar que hablen (cp. Stg 1:19). Luego, hacer preguntas para asegurarnos de que estamos entendiendo bien.

Cuando escuchamos a nuestros hijos y dejamos que expresen sus inquietudes e ideas —incluso si discrepamos— estamos construyendo un vínculo de confianza. Ellos sabrán que el hogar es un puerto seguro donde pueden expresar sus dudas sobre asuntos profundos como la fe, ideologías, temas sociales y mucho más. Por eso es tan importante escucharlos.

La adolescencia es una etapa en la que surgen preguntas, pues nuestros hijos luchan con distintas cuestiones. Pero todos tenemos dudas en algún momento. Así que, cuando somos padres, queremos que nuestros hijos aprendan a pensar por sí mismos y que sepan por qué creemos lo que creemos. Al mismo tiempo, recordemos que nunca vamos a tener respuestas para todo; es bueno admitirlo e incluso decir: «No sé la respuesta, ¡pero busquémosla juntos!». De otro modo, si convertimos sus dudas en un campo de batalla, perderemos la oportunidad de ganar influencia, como recomendé antes.

4. No tires la toalla

Hay una situación en la historia de Israel que nos puede ayudar en esos momentos de cansancio y hasta frustración en el trato con nuestros adolescentes: cuando el pueblo acudió a Samuel para pedirle un rey y Dios les concedió esa petición, a pesar de lo malvada que era, pues ellos básicamente estaban renunciando a Dios como Rey y escogiendo su propio camino.

Sin embargo, cuando los israelitas se dieron cuenta de lo grave de la situación, volvieron otra vez a Samuel y le pidieron que intercediera por ellos ante Dios. Entonces Samuel les dijo que Dios, a causa de Su gran nombre, no los iba a desamparar. Y añadió esto: «Y en cuanto a mí, lejos esté de mí que peque contra el Señor cesando de orar por ustedes, antes bien, les instruiré en el camino bueno y recto» (1 S 12:23).

Enseñemos a nuestros hijos a preguntarse qué hay en sus corazones, para luego llevarlos a la cruz

Samuel pudo haberles dicho: «Ya me cansé de ustedes, arréglenselas como puedan», pero entendió que actuar así sería un pecado; sería abandonar la responsabilidad que Dios le había dado. Es lo mismo en nuestro caso: no debemos tirar la toalla de nuestro llamado de instruir y discipular a nuestros hijos en las diferentes etapas de su vida.

Criar hijos, con sus muchos retos y desafíos, es una oportunidad para crecer en dependencia de Dios. No se requiere perfección de nuestra parte, ¡eso es imposible! Se requiere fidelidad, perseverancia y saber que Cristo y Su gracia son suficientes en todas las etapas.

5. Enfócate en el corazón

Durante la adolescencia ya no tratamos con la desobediencia de nuestros hijos de la misma manera que cuando eran pequeños. En esta etapa es necesario hablar más del corazón (cp. Mt 15:18-19). Enseñémosles a preguntarse: «¿Qué hay en mi corazón que está provocando cierta conducta?». Luego usemos esa conversación para llevar a nuestros hijos a la cruz y a la gracia.

No siempre es fácil, porque tendemos a establecer reglas y nada más. Las reglas nos ayudan, ¡piensa en el caos de una ciudad sin reglas de tránsito! Sin embargo, si no nos damos cuenta, las reglas cultivan en nosotros ese corazón legalista que constantemente ve su valor en cumplir con ellas. Así que nuestros hijos podrían terminar obedeciendo simplemente para evitar consecuencias o para quedar bien, pero sin un convencimiento en el corazón.

Con los adolescentes es necesario establecer consecuencias claras por su pecado, para que puedan entender que lo que buscamos es que miren su corazón y reconozcan que el pecado es una realidad con la que lucharemos cada día debajo del sol. Al mismo tiempo, queremos que sepan que nuestras conversaciones son motivadas por el amor hacia ellos y para glorificar a Dios como padres, con nuestra propia obediencia a Él en lo que espera de nosotros con ese rol.

Criar hijos es una oportunidad para depender de Dios. Se requiere fidelidad, perseverancia y saber que Cristo y Su gracia son suficientes

Nuestra misión con nuestros hijos adolescentes sigue siendo proclamar el evangelio y hacer discípulos, recordando que la salvación es del Señor. Me consuela saber que Dios no me ha dado la tarea de salvarlos ni de cambiar sus corazones. ¡Eso es obra de Cristo! Como padres, oramos para que el Señor abra los ojos de nuestros hijos y que puedan ver su condición y su necesidad de un Redentor. Nosotros no podemos regenerar corazones muertos. ¡Pero sí podemos orar por ellos! Así que oremos y descansemos en Él.

Hacia el umbral de la adultez

La adolescencia pasará más rápido de lo que imaginas. No es una etapa para vivir aterrorizadas sino que, como afirma el autor Paul Tripp, es «la edad de la oportunidad».

Tenemos la oportunidad única de caminar junto a nuestros hijos este tiempo que los conducirá hacia el umbral de la adultez. Tenemos la oportunidad de reír con ellos, llorar con ellos, compartir sus sueños y sus desilusiones. Y más que nada, tenemos el privilegio de ocupar un puesto en primera fila de la obra que Dios está haciendo en sus vidas.

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