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La historia de la película Red de Pixar es muy específica: una niña chino-canadiense de trece años lucha con las transiciones de la pubertad en la ciudad de Toronto de principios de los años 2000. Sin embargo, como todas las historias específicas, hay temas universales en juego y presuposiciones sutiles pero significativas de su cosmovisión que deben ser examinadas.

Disfruté varios aspectos de la película. La animación es de primera categoría, los chistes son a menudo divertidos y la representación de culturas y contextos poco vistos es refrescante. Además, la película refleja el conflicto generacional en las familias de inmigrantes y la inevitable incomodidad de la pubertad. La directora Domee Shi (china-canadiense que creció en Toronto) ha dicho explícitamente que el panda rojo es una «metáfora de la pubertad mágica», y Red (clasificada PG) capta bien la volatilidad desordenada de esta etapa de la vida. La verdad es que me gustó el enfoque honesto y comprensivo de la película sobre la experiencia de la pubertad. Proporciona un buen material de discusión para los padres de las jóvenes que están al borde, o en medio, de esta transición de desarrollo a menudo tumultuosa.

Es una pena que muchas de las ideas y mensajes de Red sean tan poco útiles. A pesar de todos sus méritos, la película defiende en última instancia un mensaje central equivocado bajo la apariencia de empoderamiento: abraza lo que eres, incluso tus vicios imprudentes e impulsos peligrosos, y no dejes que nadie te detenga.

No domines a la bestia. Déjala salir.

En Red, la protagonista, Meilin Lee (Rosalie Chiang), descubre que su bestia interior sale a la luz cuando sus emociones se agitan: se convierte, literalmente, en un panda rojo de dos metros de altura. La historia juega con el viejo esquema de Jekyll y Hyde (o de Bruce Banner y Hulk). Pero como está de moda en nuestra época no binaria, sugiere que las categorías opuestas son anticuadas y perjudiciales. No se trata de enfrentar a nuestro Jekyll interior con nuestro Hyde interior; se trata de abrazar a ambos como lados esenciales del auténtico yo. Es el arco natural de nuestra era moderna: del blanco y el negro a todo lo gris; replantear la disforia como euforia.

Tradicionalmente, la idea de estas historias tipo Jekyll/Hyde es que los seres humanos son intrínsecamente conflictivos y que nuestras pasiones carnales están en desacuerdo con nuestra lógica/voluntad, ya que las primeras a menudo nos llevan a un caos precipitado e irracional, mientras que la segunda nos ayuda a cultivar la virtud y el orden, y a «contener» el potencial daño que podrían infligir nuestras pasiones ingobernables.

Por supuesto, esta es también una idea profundamente teológica. Pablo escribe vívidamente sobre esta guerra dentro de sí mismo: «Porque lo que hago, no lo entiendo. Porque no práctico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco… Porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no» (Ro 7:15, 18). A menudo también habla de la lucha entre la carne y el Espíritu (Ga 5:16-26) y del viejo y el nuevo yo (Ef 4:17-24).

Es alentador que el Nuevo Testamento normalice este aspecto del ser humano: que nuestra naturaleza caída orientada al caos siempre está socavando nuestros deseos racionales (voluntad) de ser virtuosos y ordenados. Sin embargo, lo que no encontrarás en el Nuevo Testamento es un estímulo a simplemente resignarte a estos «dos lados de ti mismo» y abrazarlos como ambos aspectos esenciales de «quién eres». La Biblia nunca nos anima a aceptar los lados bestiales de nuestras naturalezas caídas como bienes santificados, como si el lado Hyde de nuestra naturaleza fuera de alguna manera parte de un «verdadero yo» santificado que no deberíamos ocultar, sino más bien dejar salir sin vergüenza.

La Biblia nunca nos anima a aceptar los lados bestiales de nuestras naturalezas caídas como bienes santificados

Pero nuestra cultura actual nos dice que hagamos precisamente eso. Y también lo hace Red.

En un momento de la película, el padre de Meilin le habla de los distintos «lados» de nosotros mismos y le dice que, aunque «algunas partes son un desastre», la cuestión «no es apartar lo malo. Se trata de hacerle espacio, de vivir con ello».

La última frase de Meilin en la película añade un punto de vista incluso más directo: «Todos tenemos una bestia interior», dice en un resumen didáctico dirigido a los niños que la ven. «Todos tenemos una parte desordenada, ruidosa y extraña de nosotros mismos escondida. Y muchos de nosotros nunca la dejamos salir. Pero yo sí. ¿Qué hay de ti?»

Es un mensaje totalmente acorde con el zeitgeist (espíritu de la época) «ama lo que eres», y no es del todo diferente de los himnos de empoderamiento «libérate» que hemos escuchado en las películas de Disney durante años. Pero es un mensaje terrible. Como observa la escritora y académica Jessica Hooten Wilson en un hilo de Twitter (en inglés) en el que critica la película, la verdadera libertad es, en realidad, lo contrario de dejar que tu bestia interior se desborde: «Eres libre al no ser un esclavo de tus deseos. Eres libre controlando la parte bestial en ti y permitiendo que salga la naturaleza superior».

¿Realmente queremos animar a los niños a que abandonen todo esfuerzo por restringir las partes más bajas de sí mismos, como si cualquier intento de «domar» las pasiones bestiales se tratara de borrar ilegítimamente la identidad impuesta por los sistemas opresivos (ya sean los padres, los pastores o el patriarcado)?

«Abraza el caos» puede ser un bonito eslogan para una taza de café, pero si justifica un comportamiento pecaminoso bajo la bandera de la «autenticidad» y la identidad expresiva, es una filosofía moral en quiebra que hará naufragar tu vida.

«¡Mi panda, mi decisión!»

Al final de Red, una frase escandalosamente descarada pronunciada por Meilin no da lugar a dudas sobre la cosmovisión de la película.

Cuando Meilin se prepara para salir con sus amigos, habiendo decidido abrazar en lugar de ocultar la parte «bestia» de sí misma, su madre protesta porque está a punto de salir en público mostrando sus orejas y cola de panda. Meilin responde: «¡Mi panda, mi decisión, mamá!».

Es un guiño al eslogan favorito de los activistas a favor del aborto, «mi cuerpo, mi decisión», y una declaración triunfal de una niña de trece años de que lo que hace con su cuerpo es su decisión, digan lo que digan sus padres o sus mayores. Como si una niña de trece años supiera siempre lo que es mejor.

Esta escena me trajo a la mente el libro Irreversible Damage [Daño irreversible], de Abigail Shrier, una obra desgarradora que dedica mucho tiempo a lamentar la peligrosa subversión hacia la autoridad de los padres (en inglés) en la agenda transgénero. ¿Eres una niña de trece años que siente en alguna parte de esa mezcla desordenada e irracional de sentimientos adolescentes que podrías ser un niño? Si es así, busca un terapeuta que afirme tu condición de transexual y que te dé el visto bueno para los tratamientos hormonales y, tal vez, para la cirugía, ¡y hazlo todo sin decírselo a tus padres!

Para ser claros, Red no promueve explícitamente una agenda transgénero. Pero promueve la misma cosmovisión que respalda la agenda transgénero: abraza el desorden de tu yo conflictivo, confía en todos tus sentimientos y no dejes que nadie —ni siquiera tus padres— te detengan en tu búsqueda de ser cualquier tipo de persona (o género, o especie animal) que quieras ser.

En el ámbito de los «consejos que damos a nuestros hijos», este mensaje no solo es malo; es criminal. Por eso, mi consejo sobre Red es que apaguemos el televisor. Cuando les decimos a nuestros hijos que simplemente «lo dejen ir» o «lo dejen salir» con respecto a su ser caído y confundido, eso no es empoderarlos. Es ponerlos en peligro.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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