¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Últimamente, cada película es como un viaje a mi infancia en los años ochenta. Air: La historia detrás del logo me transportó a mi afición por los Chicago Bulls y las zapatillas de Michael Jordan que definieron mi infancia masculina. La película Super Mario Bros. me hizo sonreír de emoción porque me trajo recuerdos de los mundos de Nintendo que exploré hace treinta y tantos años. Aunque Tetris no trata tanto del juego soviético como de la fascinante historia de la Guerra Fría que hay detrás de su origen, me ha hecho querer volver a esas horas de juego con la Game Boy en los viajes por carretera.

Estas no son en absoluto las únicas películas que aprovechan la nostalgia para atraer al público. Solo en el género de los «juguetes de los años ochenta convertidos en películas», el 2023 ya ha sido testigo de una película de Calabozos y dragones y aún se estrenarán Transformers: El despertar de las bestias el 9 de junio, Barbie el 21 de julio y Las tortugas ninja: caos mutante, el 4 de agosto. También se están preparando películas inspiradas en Hot Wheels y Play-Doh (sí, Play-Doh).

Mientras tanto, la gran mayoría de los éxitos de taquilla son reinicios, secuelas o franquicias que explotan propiedades intelectuales populares para obtener nuevas ganancias. Las diez películas más taquilleras de 2022 fueron secuelas o reinicios. La mayoría de los analistas prevén que la taquilla de 2023 estará igualmente dominada por secuelas o reinicios de superhéroes (Guardianes de la Galaxia Vol. 3, Spider-Man: A través del Spider-Verso, Flash); secuelas de franquicias de películas de acción (Harrison Ford, de ochenta años, en Indiana Jones 5; Tom Cruise, de sesenta, en Misión Imposible 7; Denzel Washington, de sesenta y ocho, en El Justiciero 3); reinicios de Disney (La Sirenita) y atracciones convertidas en películas (La mansión encantada), y la décima (¡décima!) entrega de la franquicia Rápido y Furioso.

En lugar de culpar al público por esta inclinación hacia lo conocido y por la poca predisposición hacia las historias originales, deberíamos tratar de entender por qué es así

A estas alturas ya es normal que los críticos digan algo así como «Hollywood se ha quedado sin ideas nuevas» o «La originalidad ha muerto». Pero no creo que sea así. No es que la creatividad esté sufriendo entre los artistas de Hollywood; se están contando muchas historias muy originales, de formas atrevidas y emocionantes. Es solo que Hollywood es un negocio que responde a los mercados, y el mercado ha dejado claro su deseo: lo viejo y familiar, no lo nuevo y desconocido.

En lugar de culpar al público por esta inclinación hacia lo conocido y por la poca predisposición hacia las historias originales, deberíamos tratar de entender por qué es así.

Para las almas sobreestimuladas, las narrativas antiguas son más fáciles

¿Por qué disminuye el apetito por la «nueva» cultura, mientras aumenta la nostalgia y la familiaridad con las franquicias? Quizá porque nuestros cerebros están tan sobreestimulados, tan sobrecargados por el exceso de información de la era digital, que nos cuesta tener la capacidad o la energía para procesar algo nuevo.

En lugar de envolver nuestras mentes en un mundo narrativo totalmente nuevo, con sus propias «reglas», personajes y texturas desconocidas, es más fácil encontrar una nueva entrada en una vieja historia; tenemos categorías existentes en las que podemos archivar eso, marcos de referencia que dan sentido más fácilmente a lo que estamos viendo. Teniendo en cuenta que la energía mental y las unidades de atención disponibles son recursos cada vez más escasos (y que la sobrecarga cognitiva es una lucha habitual), no es de extrañar que la mayoría de los cinéfilos opten por historias que resulten más livianas para sus cerebros.

Sospecho que esto también está relacionado con las tendencias de polarización en nuestra cultura, en la que la gente hace frente al agotamiento mental del exceso de información gravitando hacia tribus (y especialmente hacia líderes tribales) que piensan e interpretan por ellos. Escribí al respecto hace unos años (en inglés):

Cuando un bombardeo incesante de información golpea nuestros cerebros, es más fácil archivar las cosas en cajas narrativas ordenadas («Esto es prueba de aquello») que ponerlas sobre una mesa y ver qué realidad emerge de las evidencias. Introducir rápidamente los datos en las narrativas establecidas es un mecanismo de supervivencia en un mundo sobrecargado de información.

Pensemos en cómo las personas han pasado a preferir las «narrativas» sobre las «noticias». En uno de los trabajos de análisis de los medios de comunicación más clarividentes de los últimos años («How Stewart Made Tucker» [«Como Stewart hizo Tucker»]), Jon Askonas sostiene que el público quiere «desarrollo narrativo» de sus noticieros más que reportajes objetivos:

En la era digital, no necesitas que nadie te lea las noticias. Lo que necesitas es entender cómo debes sentirte al respecto y qué historia cuenta. Para la mayoría de los lectores, incluidos muchos profesionales del periodismo, los detalles no supondrán ninguna diferencia en su vida cotidiana. Ante una sobrecarga masiva de hechos aislados, simplemente querrán encontrarles sentido. Ayudarles a hacerlo es la función más valiosa y generadora de ingresos del periodismo actual.

Preferimos el desarrollo narrativo sobre las noticias difíciles por la misma razón por la que preferimos las secuelas y las franquicias sobre las historias originales. La vida en la vorágine del zumbido digital es demasiado abrumadora, y nuestros cerebros están demasiado estresados, como para molestarse en el gasto de energía necesario para dar sentido a un titular de noticias complejo o a la compleja narrativa de una nueva película.

El agotamiento de la identidad “hágalo usted mismo”

Otra explicación del hambre creciente de cultura pop nostálgica y familiar seguramente tiene que ver con los efectos vertiginosos y desestabilizadores de la era digital sobre nuestra identidad. Hace unas generaciones, los marcos de referencia para entendernos a nosotros mismos eran más limitados. Nuestras identidades dependían en gran medida de las redes físicas y próximas que no habíamos elegido al nacer: la familia, el lugar, la cultura local, la tradición religiosa.

Pero en la era digital, las herramientas para la construcción de la identidad son ilimitadas y no están atadas por los factores que antes nos definían (por ejemplo, nuestro sexo biológico). «Quién soy» es ahora una pregunta tan fluida y maleable como yo quiera, sujeta al torbellino de argumentos, influencers, pseudoeventos y microcomunidades que llegan a mis redes desde cualquier multiverso.

A pesar de lo atractiva que pueda parecer esta construcción de la identidad, en la práctica es una fuente de gran estrés emocional, angustia espiritual y ansiedad existencial. Para sobrellevar la pesada carga de un mundo «hazte a ti mismo», y la soledad que resulta de valorar la autonomía sin ataduras por encima de las relaciones de responsabilidad inconveniente, anhelamos la nostalgia. Nos recuerda una época en la que la identidad era más sencilla.

En una publicación reciente (en inglés), Chris Martin compartió una cita de Marshall McLuhan, de una entrevista televisiva de 1977, que habla de esta dinámica: «Una de las grandes marcas de la pérdida de identidad es la nostalgia. Por eso, en todas las fases de la vida actual, los resurgimientos —de ropa, de bailes, de música, de espectáculos, de todo— vivimos por el resurgimiento. Nos dice quiénes somos, o fuimos».

Martin continúa reflexionando sobre si «la velocidad de la luz con la que consumimos contenidos e información hoy en día nos ha dejado, en cierto sentido, añorando la simplicidad del pasado. Cuando sabíamos quiénes éramos».

Añoramos la «simplicidad» del pasado en un mundo digital que nos presenta horrores, contradicciones, noticias falsas y narrativas incendiarias de todo tipo en un flujo constante

Tiene razón en que añoramos la «simplicidad» del pasado en un mundo digital que nos presenta horrores, contradicciones, noticias falsas y narrativas incendiarias de todo tipo en un flujo constante. Pero el anhelo de identidad que sentimos —del que la nostalgia es una especie de «señal de trascendencia», por citar el fantástico nuevo libro de Os Guinness— también tiene mucho que ver con el anhelo del tipo de comunidad de cultura compartida que una vez tuvimos.

Anhelo de comunidad

Una de las razones por las que ansiamos el último reinicio de las princesas Disney, la última entrega de Marvel o DC, o más películas sobre los preciados juguetes de nuestra infancia, es que nos invitan a formar parte de tradiciones y comunidades ya establecidas, de manera que nos sentimos menos solos. Nos invitan a participar en conversaciones en las que ya existe un vocabulario compartido y una tradición interpretativa.

Tengo un amigo que creció, como yo, en la cultura pop de los ochenta y noventa. Coincidimos mucho en nuestros gustos sobre películas. Sin embargo, rara vez hablamos de la última película independiente que he visto o de la serie de Netflix que él ha visto hace poco. Cuando hablamos de cultura pop, es porque nos lamentamos de lo mala que es la última película de Jurassic Park en comparación con la majestuosa original de 1993 (que vimos cuando éramos niños de diez años). Evaluamos las últimas entregas del universo Star Wars o reflexionamos sobre lo próximo de Quentin Tarantino o Paul Thomas Anderson. En otras palabras, nos conectamos a través de la historia y del lenguaje de la cultura pop que compartimos.

Este es uno de los grandes propósitos de la cultura: comunidad y conexión. En un mundo en el que el consumo de contenido multimedia es cada vez más solitario, nuestra sed de franquicias conocidas y secuelas nostálgicas tiene mucho que ver con nuestro anhelo de una comunidad en la que podamos entender mejor nuestro mundo y a nosotros mismos.

Al final, construir identidades personalizadas en torno a gustos personales hiperespecíficos y una selección ecléctica de la cultura pop resulta solitario e insatisfactorio. Anhelamos una cultura que conecte en lugar de aislar. Ahora mismo, la cultura que más fácilmente lo hace es fuerte en la nostalgia y las franquicias conocidas.

Reflexión para la iglesia

Mientras que el crítico que hay en mí quiere lamentar la situación que he descrito antes, en la que las historias originales se ven desincentivadas por el hambre del mercado de franquicias conocidas, el líder eclesiástico que hay en mí encuentra motivos de esperanza.

¿Por qué? Porque lo que estamos viendo en la cultura pop es un anhelo de mundos narrativos establecidos y comunidades de interpretación existentes, porque el mundo digital es demasiado abrumador para navegar solo o desde cero. Esto suena como una necesidad que la iglesia fue diseñada para llenar.

Lo que estamos viendo en la cultura pop es un anhelo de mundos narrativos establecidos y comunidades de interpretación existentes

¿Existe algún mundo narrativo establecido y vocabulario discursivo compartido más extendido que la narrativa bíblica y la tradición interpretativa cristiana? ¿Existe alguna liturgia cultural de afición o consumismo más satisfactoria o formadora que las comunidades de adoración que se reúnen para alabar al Dios vivo y desempacar Su Palabra viva? En un mundo desarraigado y de identidad hecha por uno mismo, la iglesia ofrece una invitación constante a los consumidores nómadas para que encuentren su lugar en una comunidad estable, acogedora y comprometida con una narrativa compartida que ha resultado convincente y transformadora para miles de millones de personas en todo el mundo durante dos mil años.

Ahora mismo, los viajeros solitarios y desarraigados de un mundo digital poscristiano acuden en masa, como en peregrinación, a los espacios sagrados de la nostalgia y al alimento reconfortante de los «universos» de la cultura pop. La iglesia no debería verse a sí misma como una «alternativa» a las películas de Mario o Barbie a la hora de satisfacer estos anhelos, como si un servicio de adoración dominical estuviera a la altura de un producto de Nintendo o un juguete de Mattel. Pero podemos reconocer que cuando estos viajes nostálgicos de la cultura pop no consigan satisfacer los anhelos de esta generación solitaria y hambrienta de sentido, la iglesia seguirá ahí, con las puertas abiertas de par en par, dispuesta a mostrar a las personas al Salvador, más real que cualquier superhéroe y con una narrativa más verdadera y poderosa que cualquier simple entretenimiento.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando