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¿Cómo sufrió Jesús el castigo eterno en solo 3 horas?

En la superficie, la lógica de la expiación es sencilla.

Pecamos y, por lo tanto, estamos bajo la ira de Dios. Cuando Jesús murió en la cruz, sufrió el castigo que merece el pecado. Si ponemos nuestra fe en Cristo, tenemos vida eterna.

Sin embargo, si profundizamos un poco más, nos encontramos con una compleja pregunta revelada por dos enseñanzas bíblicas.

Primero, el pecado contra Dios demanda castigo eterno (Mt. 18:8; 2 Ts. 1:9; Ap. 14:11; 20:10).

Segundo, Jesús murió, fue enterrado, y resucitó en el tercer día. No fue castigado por siempre. Ya no está experimentando la ira de Dios. Está sentado a la diestra de Dios Padre (Heb. 9:25–26).

Estas verdades gemelas plantean la pregunta: ¿Cómo recibió Jesús el castigo completo por el pecado (condenación eterna) si no sufrió eternamente? Para responderla, debemos realizar cuatro preguntas adicionales que abordan la lógica de la expiación.

1. ¿Qué es la muerte?

Pablo escribe: “La paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23). La muerte es el castigo por rebelarse contra Dios: cuando la Escritura habla sobre esto, no es simplemente una categoría biológica. Dios advirtió a Adán que si comía del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal: “el día que de él comas, ciertamente morirás” (Gn. 2:17). Adán no cayó muerto el día que comió el fruto, sino que fue expulsado del Edén.

Los pecados cometidos contra un Creador infinito son infinitamente serios.

Entonces, la muerte es fundamentalmente la separación de Dios. Y como fin último, la muerte es la eternidad en el infierno. Dios no estará totalmente ausente; estará presente como juez y castigador para los condenados.

2. ¿Por qué es eterno el infierno?

El castigo eterno es apropiado al menos por dos razones. Primero, Dios nos hizo para existir por siempre, por lo que la decisión de permanecer en rebelión e incredulidad tiene consecuencias eternas. Segundo, los pecados cometidos contra un Creador infinito son infinitamente serios. Por lo tanto, parecería que para tomar nuestra sentencia eterna, Jesús necesitaría ser castigado eternamente. De esto podríamos deducir que Jesús aún está siendo castigado por el Padre (lo que la Biblia niega), o que su muerte no es suficiente para expiar nuestros pecados, dado que no recibió el castigo eterno que merecemos.

Hay una tercera opción.

El castigo del pecado es eterno en relación con el tiempo, pero también es infinito en un sentido cualitativo. En otras palabras, hay un componente temporal al castigo por el pecado, así como un componente de compleción. Imagina a un profesor que castiga a un estudiante haciéndole escribir 100 veces: “no me burlaré de las personas”. Independientemente de si toma 30 minutos o tres horas, el castigo no está completo hasta que escriba la oración por centésima vez. Algo similar pasa con la expiación. Si hacemos una distinción entre la duración del castigo y el derramamiento completo de la ira de Dios sobre el pecado, podemos entender cómo Cristo, un ser infinito, tomó nuestro castigo sin pasar la eternidad bajo la ira de Dios.

3. ¿Qué es la Propiciación?

Esta palabra, “propiciación”, es usada cuatro veces en el Nuevo Testamento (Ro. 3:23–25; Heb. 2:17; 1 Jn. 2:2; 1 Jn. 4:10). Se refiere al sacrificio que apacigua o aleja la justa ira de Dios. Este sacrificio cambia su relación con nosotros de una de ira a una de favor.

Jesús tomó la totalidad de nuestro castigo; el sacrificio no volverá a suceder, ni es una realidad que continúa sucediendo.

Cada pasaje que contiene esta palabra enseña que Cristo fue la propiciación por nuestros pecados. Como el sacrificio perfecto, su muerte es capaz de reconciliar a Dios con los pecadores. La Biblia nos dice que este fue un evento que ocurrió una sola vez. Jesús tomó la totalidad de nuestro castigo; el sacrificio no volverá a suceder, ni es una realidad que continúa sucediendo (Heb. 9:24–28). Esto nos lleva de nuevo a nuestro dilema: ¿Puede Jesús ser nuestra propiciación si no está eternamente castigado? Para responder, debemos meditar sobre la realidad del infierno.

4. ¿Por qué están los pecadores en el infierno?

Las personas están en el infierno no solo por lo que han hecho, sino por lo que son. Jesús enseñó que todo lo que hacemos fluye de nuestros corazones. Y todo pecado fluye de un corazón en rebelión contra Dios. Si las personas persisten en esa rebelión hasta su muerte sin arrepentirse, su destino está sellado. Son entregadas a lo que deseaban en vida, una existencia en desacuerdo con Dios en lugar de someterse a Él. Son entregadas a una eternidad de odio hacia Dios en lugar de adoración; exactamente lo que prefirieron en vida. Nadie querría sufrir los tormentos del infierno, aun así, es verdad afirmar que Dios envía al infierno solo a las personas que desearon estar separadas de Él.

Es necesaria una distinción aquí. Las personas entran al infierno por su elección de pecar y negación a arrepentirse; las personas permanecen en el infierno por siempre porque son pecadores. No es solo el pecado pasado, sino también su actitud presente la que hace el infierno eterno para los pecadores. Esta es la diferencia clave entre hombres pecadores y Jesús, el hombre sin pecado. Él fue perfecto en todo sentido; por lo tanto, la duración de su castigo no necesitaba ser eterno para que Él absorbiera el castigo completo por el pecado.

El evangelio tiene sentido. Dios no se contradice o comete falacias lógicas en su plan de salvación.

La ira de Dios se derramó completamente en Cristo; no debemos pensar que esto se contradice o es negado por el hecho de que ocurrió en una cantidad finita de tiempo. Al contrario, el hecho de que Cristo ya no está bajo la ira de Dios, sino sentado en gloria a su diestra, nos da toda la confianza de que es nuestro Salvador.

Predica el extraño y lógico evangelio

El evangelio tiene sentido. Dios no se contradice o comete falacias lógicas en su plan de salvación. Y nuestra presentación del evangelio debe tener sentido para nuestros oyentes.

Cuanto mejor entendamos la lógica del evangelio y la apliquemos a nuestras propias vidas, más claro podremos explicarlo a otros. Por supuesto, no todo el que oye el evangelio cree. Pero todo el que lo oye debe, por lo menos, ser capaz de entender su mensaje.

Cuando predicamos el evangelio, puede parecer extraño, ofensivo, o completamente tonto para nuestros oyentes. Pero nunca debe ser incoherente, contradictorio, o ilógico si hemos tomado el tiempo de meditar en la lógica sorprendente del plan de salvación de Dios.


PUBLICADO ORIGINALMENTE EN THE GOSPEL COALITION. TRADUCIDO POR HAROLD BAYONA.
Imagen: Lightstock.
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