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Si le preguntamos a cualquier persona si es un ser humano íntegro, lo más probable es que sin pensarlo mucho te diga que sí. Sin embargo, cuando dediquemos un tiempo a reflexionar en lo que verdaderamente implica ser íntegro, nos daremos cuenta que tenemos mucho trabajo qué hacer.

Para ser íntegros debemos andar en la verdad cuando nadie nos ve. Ser de una sola pieza: actuar de la misma manera en lo secreto y en lo público. No se trata de lo que hacemos, sino de lo que somos.

Conciencia

La conciencia es una herramienta poderosa que nos ha sido dada por Dios y que juzga lo bueno y lo malo en nuestro interior. Sin embargo, la caída del hombre también ha afectado nuestras conciencias y no podemos depender solo de ella para andar en integridad.

“La conciencia necesita de la ley de Dios, y en la medida en que la sociedad ha ido rechazando esa ley. negando así la existencia de valores absolutos, en esa misma medida la conciencia de los individuos, y por tanto de la sociedad, se ha ido debilitando”.

Debemos ser diligentes en el cuidado de nuestra conciencia. Las influencias que la moldean son muy sutiles y pueden tener consecuencias devastadoras a largo plazo.

Vivamos siempre aferrados a la Palabra de Dios para que nuestra conciencia se alinee a ella y no al mundo.

“Si queremos evitar que nuestra conciencia funcione inapropiadamente, se corrompa y se debilite, tenemos que informarla”.

En el mundo, no del mundo

Si eres cristiano, debe de notarse. Esto no es algo pasivo —no se trata de traer una camiseta con un versículo— sino que es algo que requiere dedicación continua. Debemos cada día exponer nuestra mente a la Palabra de Dios que nos transforma.

“La batalla por la integridad comienza en nuestra mente. […] No hay manera en que podamos resistirnos a la presión si nuestra relación con Dios no es íntima, continua, sana y creciente, porque la presión que recibimos será mayor y más fuerte que la relación que tenemos con Él”.

Hacer y decir es fácil… por lo menos durante un tiempo. Si queremos permanecer, el cambio debe ser en el interior. ¡Y gloria a Dios porque Él es el que hace la obra en nosotros (1 Tesalonicenses 5:24)!

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