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Durante los años en los que mi esposo y yo estuvimos lidiando con la infertilidad, uno de los momentos difíciles que enfrentábamos era cuando alguna de nuestras parejas amigas compartían la noticia de que estaban esperando un bebé. Algunos de ellos eran padres primerizos y otros ya iban por su segundo o tercer hijo, cuando nosotros anhelábamos tan solo uno.

Recuerdo un momento en el que, en nuestro grupo de parejas, todos estaban con niños pequeños o esperando un bebé y nosotros éramos los únicos con un vientre todavía vacío, pero con un corazón lleno de deseos de ser padres.

Que alguna de mis amigas quedara embarazada, mientras yo esperaba, muchas veces traía a mi corazón una mezcla de sentimientos. Por un lado, me alegraba por la bendición que mi amiga estaba recibiendo, pero al mismo tiempo mi corazón sentía tristeza, confusión y, en ocasiones, envidia. En más de una ocasión me encontré preguntándole a Dios por qué a todas las esposas que en ese momento estaban cerca de mí, les concedía el regalo de ser madres, pero mi vida continuaba sin hijos.

La infertilidad es difícil y trae consigo un sufrimiento profundo, el cual muchos no necesariamente notan, incluyendo el hecho de ver el anhelo de tu corazón concedido a otros y no a ti.

Una dirección errónea

Esperar por algo que anhelas, mientras lo ves concedido a otros, trae consigo diferentes tentaciones a las que debemos estar alertas. Considera estas tres.

1.  Una tristeza equivocada

No es necesariamente malo sentirnos tristes porque no recibimos algo que anhelamos. Jesús nos aseguró que en el mundo tendríamos aflicciones (Jn 16:33); y, por definición, las aflicciones traen dolor y tristeza. En ningún momento el Señor nos dijo que no nos dolamos. Lo que sí nos dijo es que en medio del dolor confiemos en que Él ha vencido.

Ahora bien, hay una tristeza con la que sí debemos tener cuidado: cuando nos sentimos tristes porque otro recibió lo que yo deseo. Es más, a veces hasta podemos preferir tener lo que otro tiene y que el otro no lo tenga, y eso es pecado. Que Dios haya decidido bendecir a los demás con lo que yo anhelo no debe ser la causa de mi tristeza.

2. Una implicación incorrecta

Una tentación más del corazón, mientras a otros se les concede lo que nosotras anhelamos, es querer definir el amor de Dios de acuerdo con Sus dádivas. Podemos llegar a pensar que nuestro vientre sigue vacío porque Dios ama más que a nosotras a quién le ha concedido el regalo de ser madre. Pero definir el amor de Dios por Sus dádivas es un error, pues esto no puede estar más lejos de la realidad.

La Biblia nos llama a tener un mismo sentir unos con otros, lo que implica que podemos gozarnos por las bendiciones que otros tienen y nosotras deseamos

El amor de Dios no se define por las dádivas que otorga en el día a día. Además, Su amor nunca ha dependido del recipiente del amor, sino de Aquel que ama. Si estamos en Cristo, Dios nos ama de la misma manera cuando extiende Su mano para bendecirnos con lo que anhelamos como cuando no lo hace.

La única dádiva que grita a voces de Su perfecto amor es Cristo Jesús dándose en nuestro lugar, y esa dádiva es para todo aquel que se acerca a Dios con arrepentimiento y fe (Jn 3:16). Así que, cuando te veas tentada a definir el amor de Dios con base en los hijos de otras y tu vientre vacío, quita tus ojos de allí y llévalos al regalo de la cruz para tu vida.

3. Una raíz de amargura

Un pecado más con el que debemos estar atentas es la amargura (He 12:15). Si no tenemos nuestros ojos fijos en Jesús, podemos vernos tentadas a albergar amargura en nuestro corazón hacia Dios, porque no nos da lo que queremos, y hacia aquellas personas a las que Dios les ha concedido lo que nuestros corazones tanto anhelan. La amargura es una destructora del alma y nos lleva incluso a despreciar las demás bondades recibidas, solo porque no hemos recibido una que deseamos.

Necesitamos recordar que Dios no nos debe nada. Él no tiene la obligación de concedernos hijos por el simple hecho de que los deseamos. Él es Dios y nosotras Sus criaturas, así que Él puede hacer con nuestras vidas y las de los demás lo que le plazca.

Un mismo sentir

En medio de nuestros anhelos insatisfechos, y al ver la mano de Dios extendiéndose para dar a otros lo que nosotras tanto deseamos, la Palabra nos llama a un sentir:

Gócense con los que se gozan y lloren con los que lloran. Tengan el mismo sentir unos con otros. No sean altivos en su pensar, sino condescendiendo con los humildes. No sean sabios en su propia opinión (Ro 12:15-16).

En medio de la realidad de nuestros anhelos insatisfechos, hay un llamado al que necesitamos dirigir nuestros corazones con intencionalidad: gozarnos con los que se gozan.

Poder gozarme con mi amiga que tiene lo que yo anhelo es un reconocimiento de que Jesús es suficiente, de que Él mismo es nuestra vida

La Biblia nos llama a tener un mismo sentir unos con otros, y ese mismo sentir implica que podemos gozarnos por las bendiciones que otros tienen y nosotras deseamos.

Gozarnos con los que gozan, aun en medio de nuestros anhelos insatisfechos, aplaude la sabiduría de Dios porque reconoce que Él sabe mejor y que nos llama a no ser sabias en nuestra propia opinión. Aplaude Su soberanía porque reconoce que Él está en control y todo cuanto quiere lo hace. Aplaude Su amor porque reconoce que Sus dádivas no lo definen y que Él es mejor que lo que pueda darme.

Poder gozarme con mi amiga que tiene lo que yo anhelo es un reconocimiento de que Jesús es suficiente, de que Él mismo es nuestra vida (Col 3:4). Aunque de este lado de la gloria no todos nuestros anhelos serán satisfechos, podemos estar confiadas en que un día estaremos con el deseado de las naciones por siempre y nuestros corazones no tendrán anhelos insatisfechos nunca más.

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