La adolescencia es una etapa difícil. Se caracteriza por la transformación constante. Los cambios hormonales y la metamorfosis de la apariencia no solo tienen un impacto físico, sino también mental, emocional y espiritual.
Esta avalancha de novedades puede afectar la capacidad de accionar y reaccionar de nuestros hijos adolescentes ante las diferentes circunstancias que enfrentan. Como padres, somos testigos del reto que representan las imprudencias y necedades típicas de esa etapa. Y más que testigos, muchas veces somos el objeto de dichas actitudes y conductas. Ante estas situaciones, es fácil perder la paciencia y caer en la tentación de recurrir a palabras o actos hirientes con el fin de aleccionar o imponer nuestra autoridad.
La verdad es que debemos reconocer nuestra pecaminosidad y necesidad del evangelio para que, al hacer la ardua labor de disciplinar y educar a nuestros adolescentes, evitemos provocaciones de ira innecesarias, dañinas y desalentadoras. La Palabra nos instruye: «Padres, no exasperen a sus hijos, para que no se desalienten» (Col 3:21). A continuación, me gustaría hacer algunos comentarios a esta instrucción bíblica, para luego compartirte tres ideas para poner en práctica con nuestros hijos adolescentes.
No exasperemos a nuestros hijos
El verbo «exasperar» es traducido en algunas versiones como provocar o irritar, verbos que incluyen la idea de causar. Es decir, los padres no debemos ser causa de irritación, desaliento o desánimo. Por otro lado, la palabra traducida como «desalentar» significa en el idioma original algo así como quebrantar el espíritu, descripción que presenta una imagen trágica de la crianza. Nos habla de fracturar la esencia de la persona; algo que debemos evitar hacer en nuestros hijos.
El contexto de esta exhortación, en la carta a los Colosenses, es magistral. Pablo exhorta a los creyentes a vivir conforme a la fe que profesan (Col 3:1-4). Los invita a despojarse de sus viejos hábitos pecaminosos y a arroparse de virtudes dignas de una alineación con Cristo. Dice que, de todas las cosas que nos debemos vestir, el amor es la prenda primordial, ya que este es «el vínculo de la unidad» (v. 14). Y termina la invitación con las siguientes palabras: «Y todo lo que hagan, de palabra o de hecho, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús» (v. 17).
Hay momentos en que la verdad bíblica dolerá, pero traerá la luz del evangelio y guiará el corazón de nuestros hijos en esos momentos de mayor necesidad
Cristo nos ha revestido de un nuevo hombre, de una nueva identidad, la cual se distingue por el amor. Por tanto, todo lo que hagamos, sin excepción, debe ser pincelado con esta nueva identidad que busca glorificar y exaltar el nombre de Dios. Estas afirmaciones son el preámbulo a una lista de amonestaciones para los diferentes grupos que conforman el cuerpo de Cristo (Col 3:15), entre las cuales se encuentra la exhortación a los padres.
Entonces, ¿cómo aplicamos la advertencia de «no exasperar» a nuestros adolescentes al guiarlos? Te compartiré tres lecciones básicas que mi esposo y yo seguimos aprendiendo.
1. Consideremos nuestras palabras para hablar verdad en amor
El dicho «piensa antes de hablar», aunque trivial, sigue siendo relevante. Cuando hacemos una pausa para reflexionar y analizar la situación en que se encuentran nuestros hijos, o nosotros en relación con ellos, somos más propensos a demostrar compasión, bondad, mansedumbre y paciencia (Col 3:12); virtudes que nos identifican como seguidores de Cristo.
Como humanos, somos de corta memoria y olvidamos que nosotros también cometemos faltas sin ser adolescentes. Así que el principio de la regla de oro se aplica también a la relación padres-hijos. Tratemos a nuestros hijos como queramos que nos traten (Mt 7:12). Hablémosles como queremos que nos hablen. Recuerda: «La suave respuesta aparta el furor, / Pero la palabra hiriente hace subir la ira» (Pr 15:1).
Engancharse en una discusión con la simple finalidad de ejercer nuestro dominio y jerarquía solo logra aumentar la ira y rara vez logra redirigir a buen puerto una situación. En cambio, cuando hablamos la verdad en amor, logramos que nuestros hijos entiendan que su bienestar espiritual y emocional es nuestro mayor interés y entonces puedan apreciar nuestra enseñanza. Pensemos, ¿cómo nos gusta que nos hablen? ¿Cómo nos gusta que nos traten? Hagamos así con nuestros hijos, desde nuestro rol distinto al de ellos y con autoridad.
Por otro lado, la condescendencia puede ser un arma engañosa. Pensar que si usamos palabras suaves con una actitud negativa hará «el truco» de convencerlos de nuestra amonestación es un error masivo. Los adolescentes parecen tener una habilidad para distinguir la falta de autenticidad en nuestras acciones y palabras. Además, si somos honestos, este tipo de condescendencia no es más que una compasión falsa, por lo que no muestra una fe sincera.
Hay momentos en que la verdad bíblica dolerá, pero siempre traerá la luz del evangelio al centro de cada conversación y guiará el corazón de nuestros hijos en esos momentos de mayor necesidad.
2. Pidamos perdón cuando demos mal testimonio de nuestra fe
Inevitablemente, hay momentos cuando perdemos el dominio propio y actuamos de manera indigna del evangelio. Cuando eso suceda, reconozcamos nuestro pecado. Pidamos perdón a nuestros adolescentes. Haciendo eso, no solo ilustramos nuestra lealtad a Cristo como hijos adoptivos del Padre, sino que ejemplificamos lo que deseamos que ellos hagan también.
Que nos vean vulnerables es un testimonio de humildad y de una vida que ha encarnado el evangelio. No somos perfectos. Todos lo sabemos; nuestros adolescentes también lo saben. Mostrar una apariencia de piedad ante nuestros hijos a costa de su crecimiento espiritual no solo hace fracasar nuestra crianza, sino que también les muestra una fe irreal, inalcanzable y farisaica. En cambio, aceptar nuestro quebrantamiento puede tener un impacto poderoso en su entendimiento de la gracia y el perdón de Dios.
De igual manera, cuando nuestros hijos nos ofendan, otorgémosles perdón, hablemos cándidamente de la gracia de Dios, quien reconcilia y restaura. Es indispensable que ellos sepan que, aunque sus actos pecaminosos recibirán disciplina, nuestra intención no será vengarnos porque nos ofendieron. Haciendo esto viviremos acorde a esta otra exhortación bíblica: «Soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros[…] Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes» (Col 3:13).
3. Tengamos presente que el fin de la amonestación es instruir
Tal como nosotros, nuestros hijos adolescentes son una obra en proceso si han creído en Cristo. No podemos esperar que se comporten como creyentes adultos maduros cuando no lo son. Además, tienen luchas. Ignorarlas sería ponerles cargas que no estamos dispuestos a llevar. Más bien, acompañémoslos en las luchas, ofreciéndoles apoyo y consideración.
En la carta a los efesios, Pablo hace una recomendación parecida a la que hace a los colosenses. Ahí, enfatiza que el propósito de la disciplina a nuestros hijos es instruirlos en el Señor (Ef 6:4). Amonestar simplemente por amonestar corre el peligro de convertirse en manipulación, lo que solo provocaría ira y desánimo. En cambio, instruirlos en el Señor incluye buscar intencionalmente maneras de animarlos y edificarlos en la unidad de la fe.
El fin de revestirnos del nuevo hombre y practicar las virtudes que caracterizan a los hijos de Dios es vivir como un solo cuerpo, en unidad, donde todas las cosas se sujetan al sacrificio perfecto de Jesús y donde la paz, que Él ganó, reina en nuestros corazones (Col 3:15). De eso deben ser testigos nuestros adolescentes.
Amonestando para Su gloria
Una de las cosas que más me llena de gozo es adorar al Señor junto a mis hijos. Verlos formar parte de Su iglesia me recuerda la inefable e inmensurable gracia redentora de Dios. Pero esos momentos dulces a veces se nublan con desacuerdos y desconsideración. Amonestarlos cuesta. Cada vez que lo hacemos luchamos contra lo que queremos hacer y lo que debemos hacer.
Dios en Su infinito amor nos recuerda que todo lo que hacemos, incluyendo exhortarlos, debe pasar por el filtro del evangelio y ser hecho para la gloria de Su nombre. Mi oración es que tú también busques hacer lo mismo.