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“Mujer trans, candidata para el pastorado”.
“La iglesia bautista en EE.UU. se divide por la causa LGBT+”.
“Primera mujer atea es ministra en Canadá”.
“Se aprueba ley que despenaliza el aborto en Latinoamérica”.

Todos los días leemos noticias como estas. Los titulares podrían impactarnos e incluso impulsarnos a publicar una respuesta en defensa de la verdad y discutir con personas que ni siquiera conocemos. Pero ¿qué pasa cuando esas noticias aparecen en nuestra propia vida? 

“Tu primo Raúl abandonó la fe porque no cree en un dios que rechace su estilo de vida homosexual”.
“Tu hermana se alejó de la Iglesia porque le parece anticuada”.
“Tu mejor amiga acaba de abortar porque no quiere arruinar su vida”.
“Tu mamá está contenta con tu fe, pero dice que no es para ella”. 

¿Responderíamos con la misma determinación? En muchos casos, la respuesta es no. 

Una de las razones por las que es difícil enfrentarnos a este tipo de noticias en la “vida real” es que amamos sinceramente a los amigos y familia que nos rodean. No queremos que se molesten o nos rechacen. En ocasiones incluso nos defendemos con argumentos como: “No quiero que piense mal de Dios o del cristianismo”.

Sin embargo, la realidad es que no los estamos amando, al menos no de forma completa, si no estamos dispuestos a decirles la Verdad.

¿Qué es más importante: la verdad o el amor?

Depende a quién le preguntes. Esta frase del filósofo moralista Vladimir Jankélévitc resume bastante bien la perspectiva del mundo actual: “Sí: el amor es más verdadero que la verdad. No sé si lo dije, pero me parece muy justo decir que el amor es más importante que la sinceridad”.

No estamos amando, al menos no de forma completa, si no estamos dispuestos a decir la Verdad

Cada vez recibimos mayor presión para elegir un lado o el otro, con una clara inclinación hacia la aceptación “incuestionable” de una versión errada del amor. El problema real, sin embargo, está en tratar de contraponer dos asuntos inseparables.

El amor y la verdad son indivisibles

Tratar de separar la verdad y el amor es tan ilógico como afirmar que una avenida se divide en dos dependiendo del lado de la acera por el que camines. En términos bíblicos, separar la verdad y el amor es tan ilógico como tomar los atributos de Dios y elegir solo aquellos que nos parezcan más afines.

Juan, el apóstol del amor, nos ayuda a ver cómo la verdad y el amor son inseparables porque se encuentran en el mismo lugar o, mejor dicho, en la misma persona: Jesucristo. Él mismo se identificó como la Verdad (Jn 14:6) y en el capítulo 4 de su primera carta, Juan afirma que Dios es Amor (1 Jn 4:16), y que el verdadero amor no se manifiesta en una aceptación incondicional, sino en que Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él (1 Jn 4:9).

La verdad y el amor son un mismo camino… el único camino

Jesús se sacrificó por amor y en defensa de la verdad para darnos una nueva oportunidad para reconciliarnos con Él. Nosotros deberíamos hacer lo mismo con nuestras vidas, aún a costa de la confrontación, porque no hay amor más grande que dar la vida por nuestros amigos (Jn 15:13).

Es crucial que nuestro celo por la verdad no nos lleve a ser duros o intolerantes, sino que hablemos la verdad en amor (Ef. 4:15) y nos esforcemos porque nuestras palabras sean siempre con gracia, sazonadas con sal (Col 4:6). Como cristianos, tenemos un estándar de amor y un compromiso con la verdad imposible de cumplir en términos humanos, a menos que el Espíritu Santo nos capacite para hacerlo.

El evangelio nos hace libres para amar

“Y conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8:32). ¿Cuál es la verdad? Que Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo aquel que crea en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna (Jn 3:16). La verdad es que nosotros no hicimos nada para obtener esta salvación tan grande. Nuestra seguridad no está en juego, pero sí las vidas de los que han caído en la trampa de pensar que sentirse bien en este mundo es todo lo que importa… esto incluye las vidas de las personas que más amamos y que no conocen a Dios.

Predicarnos el evangelio a nosotros mismos puede ser de gran ayuda cuando hablemos la verdad en amor con nuestros familiares y amigos:

  • Antes preferíamos lo que amábamos, a veces por encima de la verdad, pero Él nos dio vida cuando andábamos como el mundo (Ef 2:1-10).
  • No se trata de una lucha de argumentos lógicos; solo el Señor puede transformar el corazón, porque el evangelio es poder de Dios para salvación (Ro 1:16).
  • La gente prefiere evadir su pecado porque quiere justificar sus afectos, pero el amor no se goza de la injusticia, sino que se alegra con la verdad (1 Co 13:6).

Aunque el mundo espera que seamos amorosos, no necesariamente quieren escuchar la verdad que predicamos. Seamos esos “locos” que están dispuestos a ir contracorriente, que usan la verdad para alumbrar el camino hacia el Amor verdadero que solo puede ser encontrado en Jesús.

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