¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Génesis 1 – 3   y   Mateo 1 – 2

Entonces el SEÑOR Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente (Gn.2.7). 

En alguna oportunidad escuché a un rabino decir que cada uno de nosotros somos como una pequeña parcela de tierra que el Señor nos da en arriendo por unos pocos años. De nosotros depende hacerla fructificar o convertirla en un terreno eriazo. Sin embargo, detrás de la utilidad o inutilidad de nuestra vida (tema discutido hasta la saciedad por nuestra sociedad contemporánea) está el gran milagro de la realidad conciente de nuestra existencia. Somos y nos sentimos como algo más que un pedazo de barro al que se le ha dado forma.

El soplo delicado del aliento de Dios ha producido en nosotros una vida que nos hace concientes de nuestra individualidad y también de la individualidad de los demás. Como dije unas líneas más arriba, podremos dudar del valor práctico que como seres humanos tenemos y del sentido de la vida dentro de la lógica del universo, pero inquebrantablemente sabemos que estamos hoy y aquí sobre la tierra. Sí, somos seres complejos y en medio de nuestra aldea global nos damos cuenta que somos diversos en matices, culturas, colores y formas; pero al fin y al cabo, seres humanos. Esa es la multi – constitución privilegiada con que el hombre fue diseñado por Dios.

Aún la constitución física es sumamente complicada: Oxígeno: 65%, Carbono 18%, Hidrógeno 10%, Nitrógeno 3%, Calcio 2%, Fósforo 1%, Potasio 0,25%, Cloro 0,15%, Sodio 0,15%, Magnesio 0,55%, Hierro 0,04%. Más interesante es aún saber que estos componentes están en su justa medida… porciones un tanto mayores serían absolutamente mortíferas para el ser humano. Entiendo que la ciencia moderna cada vez con mayor precisión ha podido ir desenterrando los misterios de los secretos de nuestra vida física, pero, ¿dónde están los secretos de nuestra vida anímica y espiritual? Por allí tengo un artículo en donde se debatía acerca de los problemas del alma y su correspondencia con el desequilibrio de determinadas hormonas del organismo.

Algunos doctores señalaban que la llave de la depresión estaba en el desarrollo o ausencia de algunos compuestos químicos que por alguna razón nuestro cuerpo no estaba fabricando. Pero, en el otro extremo, estaban los especialistas que consideraban que la variabilidad química del organismo era consecuencia de algunas situaciones anímicas que afectaban luego el metabolismo de las personas. Me inclino por la segunda opción, porque creo que el aliento de Dios no es susceptible de ser medido por el hombre. En conclusión, somos más y mucho más que hueso, pellejo y un poco de historia efímera.

En ese sentido, el Génesis busca orientar y darnos luz con respecto a nuestro ideal de trascendencia. No estamos aquí por casualidad: Dios interpuso su voluntad “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn.1.27). Este no sólo es un canto poético. En el idioma hebreo se usan dos palabras para describir la creación; la primera de ellas es la palabra que se traduce `crear´ y que indica una obra de Dios realizada omnipotentemente y sin material previo; la otra es la que se traduce `formado´ que implica el uso de material pre-existente.

El hombre fue formado de material existente (barro), pero su constitución espiritual va más allá de todo lo natural. Por todo lo explicado, las razones y el sentido de la vida para el hombre están más allá de todo lo temporal o físico. La abeja se realizará completamente siendo abeja, el león cumplirá instintivamente su rol sobre la faz de la tierra sin diferenciarse de sus padres y abuelos. ¿Por qué para el hombre no es así de fácil? Porque el hombre necesita un referente espiritual y volitivo más que instintivo. Al hombre no le basta con ser hombre, necesita ser persona y más aún, su realización individual puede tener tantos matices como hombres hay sobre la tierra.

Ese referente solo lo puede proveer la Voz de Dios, su creador, mentor y director. El Señor le entrega al hombre poder y dominio sobre la creación… “y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra” (Gn.1.26b). Pero este dominio no es arbitrario ya que le corresponde cuidar la creación al ser nombrado administrador de la creación de Dios, “Entonces el SEÑOR Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara” (Gn.2.15).

Lo más importante es que Dios creó al hombre con tal sentido de dignidad y capacidad que se atrevió a generar un pacto con Él. No iba a ser solo un sirviente, sino que se propuso darle un trato filial. Los términos del pacto están bien definidos en una sola frase: “Y ordenó el SEÑOR Dios al hombre, diciendo:De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (Gn.2.16,17). Para muchos este mandato es un limitante dictatorial a la felicidad del hombre, pero podemos entender que esta cláusula no limita la libertad ni la felicidad del hombre. Era, más bien, una prueba sencilla de obediencia. No se trataba de una manzana envenenada, ni tenía relación con la sexualidad del hombre, o que en los frutos del árbol estaba el elixir de la divinidad. Nada de eso. La frase “de la ciencia del bien y del mal” es una expresión idiomática oriental que indica la totalidad de la grandeza y el conocimiento de Dios.

Este árbol era un permanente recordatorio a Adán de la necesidad de su dependencia de Dios. La historia la conocen todos ustedes. El hombre desconoce el pacto al creerse más sabio que Dios, y desde ese momento cae en un permanente razonar en círculos, alejado de la Palabra iluminadora del Señor, y deshaciendo en argumentos vanos lo poco que conoce de ella. Las consecuencias más evidentes del fracaso del hombre en su obediencia a Dios podemos enumerarlas:

  • Se entrega al cuidado de su propio intelecto y voluntad.
  • Intenta cubrir con apariencias su propia condición.
  • Desea mantenerse alejado de la presencia de Dios.
  • Su dureza le impide reconocer su culpabilidad. Vive haciendo recaer su culpa sobre los demás y las circunstancias.
  • Se entrega por completo al mundo físico y desoye por completo al mundo espiritual.

Quizás algunas de estas razones son los nuevos valores de la humanidad. Ya no son vistos como debilidades sino como virtudes. Bueno, el tiempo y la propia vida señalarán los frutos de las semillas que delicadamente sembramos en nuestras pequeñas parcelas. Por lo pronto, sé de la existencia de un tal Jesús que hace dos mil años se anunció su venida con el fin específico de devolverle la gloria perdida al hombre:

Y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de sus pecados…HE AQUI, LA VIRGEN CONCEBIRA Y DARA A LUZ UN HIJO, Y LE PONDRAN POR NOMBRE EMMANUEL, que traducido significa: DIOS CON NOSOTROS” (Mt.1.21,23).

¿Salvar? ¿No entiendo de qué me va a salvar? decimos muchos de nosotros. Si no lo has entendido hasta ahora permíteme hacerte una breve explicación. Emilio Durkheim en su libro “El Suicidio” acuñó la palabra “anomia” como un término que parecía un neologismo pero que ya aparecía en la Biblia y que puede traducirse “sin ley”.

El autor clasificaba así a la sociedad en crisis que ya no respeta las normas y que por lo tanto está en un proceso de desintegración que hace que se pierda de vista el significado del bien y el mal. Jesucristo vino, en primer lugar, para restaurar el principio del pacto en nuestras vidas. Para eso debe perdonarnos nuestras faltas cometidas cuando estábamos al margen de la ley. Este perdón no es gratuito: Él lo pagó en la cruz por nosotros. Y en segundo lugar, nos da la oportunidad de restaurar nuestra relación perdida con Dios.

Sencillamente, Jesucristo vino para ordenar la casa y dejar las cosas como eran en el principio.  ¿Cómo podemos hacerlo? Pues, dejando las justificaciones y las apariencias para presentarnos como somos delante de Dios en arrepentimiento y disposición, para que Él y solo Él nos indique el camino nuevo por el que debemos andar. El primer mensaje del Señor no fue una invitación a la filantropía o aun servicio religioso. Sus primeras palabras fueron: “… Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 4.17).

El Señor Jesucristo vino a salvarnos de nuestra desintegración anímica producto de nuestro abandono moral. Así, Él nos demuestra que somos valiosos al darse Él mismo por ti y por mí. Pero hay algo más importante todavía: Él deseó la restauración de nuestra dignidad al darnos la segunda oportunidad de volver sobre nuestros pasos, vindicar el pacto, y caminar con Él como debió haber sido desde el principio. Es un acto de confianza de Dios para con nosotros, y que solo podremos devolverle con confianza. La entrega de Jesucristo por nosotros solo puede ser respondida con nuestra entrega personal.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando