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“¿Qué estás leyendo en la Biblia?”

Cuando era adolescente, esa pregunta solía aterrorizarme. No porque no quisiera leer la Biblia. Tampoco porque la Biblia estuviera empolvada en alguna esquina de mi casa. Mi deseo por conocer más al Dios de la Palabra era real. Me esforzaba con frecuencia por leer con disciplina, pero la verdad es que era raro cuando conseguía hacerlo más de tres días seguidos. Ni se diga la oración.

“El espíritu está dispuesto pero la carne es débil” (Mateo 26:41). Si has nacido de nuevo, el deseo está. Sin embargo, esta vida es una lucha; hemos de vivir constantemente haciendo morir las obras de la carne (Romanos 8:13). Debemos actuar con determinación.

Aquí hay cinco cosas que puedes hacer para ser más constante en la Palabra y la oración.

La rutina es tu mejor amiga

Por alguna razón, en nuestra sociedad la palabra “rutina” tiene una connotación negativa. La rutina es algo aburrido, molesto, de lo que quieres librarte. Sin embargo, la vida sin rutina sería hacer un montón de cosas cada día sin propósito alguno. La rutina nos permite dar un paso a la vez en una dirección determinada. Derecha, izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda… solo así llegamos al sitio deseado.

Así que establece una hora y un lugar. Ponlo en tu agenda y dale la máxima prioridad. ¿Te perderías de un desayuno privado con tu predicador favorito? ¿Y qué hay de una cita con el Creador del universo?

Las primeras semanas serán las más difíciles. Muchas cosas querrán impedir que cumplas con tu compromiso, pero haz todo lo que puedas por continuar. Poco a poco irá siendo un poco más sencillo y natural apartar ese tiempo.

Deja todo preparado el día anterior

No solo tienes que atesorar y defender con todas tus fuerzas tu tiempo a solas con Dios. También tienes que planear para que cumplir con tu compromiso sea lo más fácil posible. Antes de irte a dormir, deja todo preparado para levantarte y que tu lugar esté listo para que te pongas a leer y orar.

Por ejemplo, mi lugar de devocional es en un escritorio que está en mi cuarto. Antes de irme a la cama me aseguro de dejar todo ordenado y listo. Saco mis cuadernos, mi pluma y marca textos, “Nuevas misericordias cada mañana (mi devocional para este año), y mi Biblia. Todo queda encima de la mesa. Así, suena la alarma (que no está al lado de mi cama, porque de otra manera solo la apago, y me vuelvo a dormir). Me levanto, me lavo la cara, y me siento en el escritorio. Todo está listo. Tengo dispuesto lo que voy a leer. No pierdo energía en sacar las cosas. No tengo tiempo para hacer excusas.

Si no puedes dejar todo afuera o tu lectura no es por la mañana, prueba disponiendo una caja o mochila con todo lo que necesites para tu devocional. Así tienes todo listo y en un solo lugar para llevarlo a donde necesites.

Elimina las distracciones

Te vas a distraer. No, en serio. Te vas a distraer.

Cuando se trata de este tema, siempre recuerdo cuando Jesús dijo que si tu mano es ocasión de caer, te la cortes. Así de radicales tenemos que ser con aquello que nos es tropiezo. No digo que tu móvil o el Internet sean cosas malas, pero no intentes “hacer tu mejor esfuerzo” y querer tener eso que te distrae al lado cuando estás en tu tiempo de lectura y oración.

Haz lo que tengas que hacer. Apaga el móvil, déjalo en un cajón bien lejos. Bloquea cualquier cosa que pueda distraerte. Ponte audífonos. Yo no sé cuáles son las cosas que te distraen, pero tú sí. Elimínalas. No las necesitas. Necesitas la Palabra de Dios. Lo demás, está de más.

Ten un compañero

“Mejores son dos que uno”. No estás solo en la lucha por ser más diligente en las disciplinas espirituales. Acércate a un amigo que realmente ame a Dios y con quien puedas ser completamente transparente. Alguien que pueda animarte y corregirte cuando lo necesites.

Comparte con esta persona tus luchas, tus progresos, y tus fallas. Oren el uno por el otro. Pregúntense con frecuencia cómo están.

No te aisles. Dios te hizo parte de un cuerpo. Estamos para fortalecernos los unos a los otros.

No escuches a tu desánimo

Tal vez dejaste pasar un día sin leer la Biblia. O dos. O tres. O tal vez dejaste tu Biblia olvidada en la iglesia hace un mes y no te habías dado cuenta.

Cada día que pasa suele aumentar nuestra culpa por descuidar nuestra comunión con Dios. Y que haya pesar en nuestro corazón es bueno. Si tu Biblia está empolvada en un rincón y ni siquiera te molesta, deberías preocuparte.

Sin embargo, no debemos permitir que esa culpabilidad nos mantenga alejados de Dios. No, la tristeza debe conducirnos al arrepentimiento.

Si has nacido de nuevo, nada puede apartarte del amor de Dios. Nada. Él desea revelarse a ti, que le conozcas y que disfrutes de una comunión continua con Él. Si estás en Cristo, puedes estar seguro que si te acercas en humildad y buscando perdón por buscar caminar sin depender de Él, —sin importar cuánto tiempo haya pasado desde que oraste la última vez— Dios te recibirá. No se trata de nosotros. Dios no te ama más por cuánto hayas leído la Biblia.

Este privilegio es un regalo comprado a precio de sangre. No lo desperdicies.


Imagen: Lightstock
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