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El legalismo es el esfuerzo de hacer buenas obras, separadas de la fe, en un intento por ganarse el favor y bendición de Dios. El moralismo es el intento de obedecer o imponer los mandamientos éticos de la Biblia separados del evangelio de Jesucristo. Muchas de las predicaciones en las iglesias cristianas son simplemente una colección de moralismos legalistas. Graeme Goldsworthy sugiere que la razón por la cual este enfoque en la predicación es prevalente y popular es porque “todos somos legalistas de corazón” (Preaching the Whole Bible as Christian Scripture [Predicando toda la Biblia como escritura cristiana], 118). Tanto predicadores liberales como conservadores suelen abrazar la misma metodología moralista, aunque desde direcciones y visiones morales opuestas. El objetivo de mucha de las predicaciones tanto en iglesias liberales como conservadoras es hacer de buenas personas un poco más buenas, pero nunca funciona.

La predicación moralista y legalista exacerba el pecado en vez de matarlo. Considera algunas razones por qué esto es así:

1. La predicación legalista alimenta la carne

Ninguna verdad de la Escritura supone ser entendida de forma aislada. Es posible predicar tan solo afirmaciones de la Escritura y, aun así, extraviar a los oyentes. Cuando los imperativos éticos y morales son proclamados como suficientes, sin Jesús, el resultado es un cristianismo sin cruz, en el que el mensaje central se torna una exhortación a vivir acorde a las reglas de Dios. Por lo tanto, aun si el oyente adoptara una conducta correcta en respuesta al sermón, la respuesta está enraizada en su desempeño, alimentando su confianza carnal y autojustificación. El evangelio provee el único contexto posible para la obediencia genuina: la fe. La predicación legalista debilita la fe pero alimenta la carne, la cual, fortalecida, siempre vence la represión del pecado. La predicación legalista da la apariencia de ser un feroz oponente al pecado, mientras crea un contexto en donde el pecado es alimentado, siendo su esparcimiento y crecimiento inevitables.

2. La predicación legalista mutila pero pide más

La predicación legalista desde el púlpito cristiano es cruel porque menciona el evangelio, o por lo menos lo asume, pero implica que las bendiciones del evangelio deben ser ganadas. Por lo tanto, la predicación legalista deja a los oyentes desgarrados por la ley constantemente, pero de forma tal que nos guía a una completa desesperanza en cumplir los mandatos de la ley. Siempre pide un poco más. No importa qué tan obediente o desobediente, al oyente del sermón siempre se le recuerda que está esforzándose sin nunca ser suficiente. Los sermones legalistas funcionan como una máquina de ejercicios, con una señal parpadeante en lugar del botón de apagado que dice, “solo unos cuantos pasos más y podrás bajarte”. Nunca cambia, siempre pide más pasos.

En los sermones legalistas, la ley no funciona como un maestro para acercarnos a Cristo (Gal. 3:24), sino como un captor sádico que no planea asesinar a su prisionero, más bien busca mantenerlo con vida con el propósito de torturarlo. La predicación legalista hace al oyente un prisionero quien vive en dolor y tormento constante, pero siempre cree que la libertad está a la vuelta de la esquina. Los sermones moralistas y legalistas actúan como espejismos de agua en el desierto; te pueden llenar de aliento pero siempre resultan vacíos.

3. La predicación legalista hace del amor algo autodestructivo

Los sermones moralistas y legalistas alientan a comparaciones con el prójimo. La identidad de uno es cultivada por su percepción de cómo su obediencia se compara con la de otros. La oración del fariseo, “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos” (Lucas 18:11), es avalada de forma implícita como una cosmovisión necesaria, en vez de ser repudiada como antievangelio. La predicación legalista crea una comunidad de iglesia deformada en la cual el escuchar un logro positivo por parte de otro rebaja y deprime a los demás, al hacerlos sentir que necesitan estar a la altura de su currículum espiritual. Los oyentes son entrenados en buscar la identidad en el desempeño, no en Cristo, y el resultado es una comunidad sin gracia. Alguien que adquiere su identidad al juzgarse a sí mismo como superior a otro no amará ni servirá ni ayudará a quienes considera por debajo de sí mismo. Escalar la montaña del pseudocrecimiento cristiano depende de tu propio éxito, siendo comparado con el fracaso de otros.

La predicación expositiva y Cristocéntrica no remueve un pasaje de su contexto para montarlo en una aplicación. En cambio, lleva al oyente al texto en su hábitat natural, por decir de algún modo; la tarea no consiste en ajustar el texto al mundo del lector, sino más bien ajustar al lector a la realidad del texto. La predicación fiel pone al oyente en la maravillosamente diversa pero unificada historia bíblica, de forma tal que puedan hallarse por sí mismos en Jesús y la historia de su reino. Toda verdad bíblica apartada del evangelio es corrupta. Cuando ignoramos la relación de cualquier verdad bíblica con el evangelio de Cristo Jesús, perdemos la perspectiva bíblica y corrompemos la buena dádiva Dios.

El tema central de la Escritura es la historia del evangelio y debemos leer toda la Biblia con la conciencia de ese género. La predicación expositiva Cristocéntrica y enfocada en el evangelio no silenciará el llamado de obedecer los imperativos morales y éticos de la Escritura (1 Corintios 10:11). Al contrario, tal enfoque fortalecerá el llamado de obedecer, ya que provee el único contexto posible de obediencia: la fe. La santificación, tal como la justificación, es solo por la fe. La motivación espiritual genuina en la predicación debe ser presentada en términos del evangelio; las personas debes ser puestas en libertad antes de poder caminar en libertad. Todos estamos constantemente tentados a desviarnos hacia una actitud legalista y moralista, por lo que nunca superamos nuestra necesidad de escuchar el evangelio.


Publicado originalmente en For The Church. Traducido por Martín Rodrigo Prieti.
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