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Nota del editor: 

Amar a nuestro prójimo implica conocer y entender sus creencias. Ya que más de un 70% de Latinoamérica se profesa católico, esta información le resulta útil al pueblo de Dios para poder proclamar el evangelio con más claridad y ayudar a corregir las ideas erróneas enraizadas en nuestra cultura.

En nuestra serie sobre 10 cosas que debes saber (puedes ver la entrada anterior sobre la ira de Dios aquí), dirigimos ahora nuestra atención a la Iglesia Católica Romana y sus creencias acerca de la Virgen María.

(1) Roma cree que cuando María fue concebida en el vientre de su madre, ella fue conservada y protegida de la corrupción del pecado original. Esta es la doctrina de la Inmaculada Concepción de María. Este dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854. Leemos esto en el catecismo católico:

“A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María “llena de gracia” por Dios había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX: ‘la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano’” (CC, 491).

(2) La Iglesia Católica también enseña que “como consecuencia de un privilegio especial de la Gracia de Dios, María estuvo libre de todo pecado personal durante toda su vida” (Fundamentos del dogma católico, p 203; este punto de vista fue respaldado por Agustín). Una vez más, el Catecismo declara que “Por la gracia de Dios, María permaneció pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida” (CC, 493).

(3) Roma cree también en la virginidad perpetua de María. El dogma de la virginidad perpetua de María fue proclamado por el Concilio de Trento en 1545-1563. El Catecismo afirma lo siguiente:

“La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. En efecto, el nacimiento de Cristo ‘lejos de disminuir, consagró la integridad virginal’ de su madre. La liturgia de la Iglesia celebra a María como la ‘Aeiparthenos’, la ‘siempre-virgen’” (CC, 499).

(4) Cuando los protestantes se oponen a la virginidad perpetua de María, señalando a los textos que se refieren a los hermanos y hermanas de Jesús (Mt. 12:46-50; 13:55-56; Mc. 6:3; Jn. 2:12; 7:1-5,10; Hch. 1:14; 1 Cor. 9:5; Gal. 1:19), Roma responde de esta manera:

“La Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de la Virgen María; en efecto, Santiago y José, ‘hermanos de Jesús’, (Mt. 13:55) son los hijos de una María discípula de Cristo (cp. Mt. 27:56) que se designa de manera significativa como “la otra María” (Mt. 28:1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento (cp. Gn 13:8; 14:16;29:15)” (CC, 500).

(5) Aunque María no hubiera tenido otros hijos, esto no es prueba de que ella permaneció virgen toda su vida. ¡Esta doctrina también nos exigiría creer en la virginidad perpetua de José! Esta idea aparenta basarse en parte en una vista ascética, no-bíblica del sexo, según la cual las relaciones sexuales dentro del matrimonio son una profanación o una humillación.

(6) Roma también enseña el dogma de la asunción corporal de María. Esta creencia acerca de María se definió oficialmente por una declaración “infalible” del Papa Pío XII en 1950. El Catecismo explica:

“Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte. La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos” (CC, 966).

(7) El papel de María en la redención de los pecadores se explica de esta manera. Leemos en el Catecismo que “la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por ello es un ‘miembro supereminente… y del todo singular de la Iglesia’, de cierto constituye la ‘realización ejemplar’ de la Iglesia” (CC, 967). Debido a su singular cooperación con Dios “es nuestra madre en el orden de la gracia” (CC, 968). Esta maternidad de María continúa hasta hoy en día: “Con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna… Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora”(CC, 969).

Una vez más: “Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte”. Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión:

“La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado” (CC, 964).

(8) Para que la gente no piense que el papel de María en la redención está en un nivel con el papel de Jesús, el Catecismo dice:

“La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres… brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia. Ninguna creatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversas maneras tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente” (CC, 970).

(9) La piedad de la Iglesia católica a María “es un elemento intrínseco del culto cristiano” (CC, 971). María es honrada con el título de “‘Madre de Dios’, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades… Este culto… aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente” (CC, 971).

(10) Las llamados apariciones de María no se consideran revelación pública oficial a la par con cualquiera de las Escrituras o la tradición apostólica: “La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo”(CC, 66). También,

“A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas ‘privadas’, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de ‘mejorar’ o ‘completar’ la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia” (CC, 67).

Las siguientes son las más prominentes entre las muchas pretendidas apariciones de María.

El 9 de diciembre de 1531, María supuestamente se apareció a Juan Diego, un campesino mexicano (por lo tanto, “Nuestra Señora de Guadalupe”). Esto ocurrió cinco millas al norte de la Ciudad de México. Se identificó como la “siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios que da la vida y la mantiene en existencia”. Se dice que en los seis años de la aparición fueron bautizados más de nueve millones de nativos.

El 19 de septiembre de 1846, dos pastores de ganado jóvenes llamados Melanie Mathieu y Maximin Giraud informaron que habían visto a una dama hermosa cerca de La Salette, Francia.

En Lourdes, Francia, el 11 de febrero de 1858 en la Fiesta de la Anunciación, a Bernadette Soubirous de 14 años. María supuestamente dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, un título que segun informes Bernadette nunca antes había oído. Esto ocurrió cuatro años después de la idea de la Inmaculada Concepción de María se hizo dogma católico oficial. La “Dama” apareció 18 veces y le dio a Bernadette tres secretos. Se reportan innumerables milagros que se han producido en relación con Lourdes y esta aparición.

En Fátima, Portugal, entre mayo y octubre de 1917, María según informes le apareció seis veces a tres niños, de siete a diez años y habló, entre otras cosas, de la inminente subida de Rusia y la devastación que traería si el país no se consagraría a su corazón inmaculado [El Milagro del Sol].

Desde 1981 seis niños han reportado haber observado varias apariciones de María cerca de Medjugorje, en la antigua Yugoslavia.


Publicado originalmente por Sam Storms. Traducido por Markos Fehr.
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