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No conozco los detalles de tu vida, pero algo puedo decir con seguridad: has sufrido. En este mundo caído, lo único que necesitamos hacer para sufrir es vivir. La razón la encontramos en Génesis 3.

“Somos vulnerables sin autoridad porque nuestros primeros padres buscaron la autoridad sin la vulnerabilidad y debido a que sus descendientes espiritualmente caídos siguen buscándola” (loc. 795-797).

La semana pasada aprendimos que el verdadero florecimiento viene cuando la autoridad y la vulnerabilidad se combinan; cuando somos fuertes y débiles a la vez. ¿Pero qué pasa cuando nuestra autoridad es pisoteada o nos es negada? Sufrimos.

No es difícil en este mundo caído encontrar a personas y aun comunidades enteras atrapadas en el cuadrante del sufrimiento. Amamos aferrarnos a la autoridad y aplastar a otros mientras lo hacemos. Está en nuestra naturaleza. Pero Dios no quiso dejarnos así.

El evangelio es lo único que puede restaurar la esperanza y la dignidad de aquellas personas que sufren por su propio pecado o el pecado de otros. En Jesús, cualquiera puede encontrar la autoridad que Dios nos ha dado al crearnos a su imagen, para así vivir la vida que Él nos creó para vivir. En Fuertes y débiles se nos presenta el ejemplo de Isabel, una inmigrante que caminó del sufrimiento al florecimiento en el poder del evangelio. Aunque sus circunstancias difíciles no han cambiado, ella vive glorificando a Dios y sirviendo al prójimo con autoridad y vulnerabilidad.

“Si estoy limpiando un cuarto de baño, bueno, eso es algo que tiene que hacerse para ordenar el mundo y lavar los pies de los demás. No hay tristeza por ello; es una alegría. El mayor ejemplo de servicio en mi vida es el Espíritu Santo, porque él me guía. Escucho su voz y digo: ‘Sí, Señor’” (loc. 921-924).

Ni autoridad ni vulnerabilidad

Si el sufrimiento es lo que sucede cuando hay vulnerabilidad sin autoridad, cuando ambas están ausentes nos sumergimos en el cuadrante de la evasión. Crouch dice que este es el peor de todos. Es el cuadrante de una vida que no vale la pena vivir.

Evadimos porque no queremos asumir el riesgo de la vulnerabilidad ni queremos asumir la responsabilidad de la autoridad.

Quizá a primera vista no puedas identificarte con este cuadrante. Posiblemente te imagines a alguien encerrado en su casa, que jamás interactúa con nadie y se la pasa viendo televisión. Pero la realidad es que todos nosotros estamos siendo constantemente tentados a caminar hacia la evasión. Solo tienes que sacar tu teléfono del bolsillo.

“La tentación real para la mayoría de nosotros no es una apatía completa, sino actividades que simulan acción significativa y riesgo significativo sin que en realidad nos demanden mucho u operen una transformación importante en nosotros” (loc. 1076-1078).

Las redes sociales nos engañan, haciéndonos creer que nuestros “me gusta”, comentarios, y otras interacciones están haciendo un cambio en el mundo. Que estamos construyendo verdaderas relaciones. Y, claro, las redes pueden ser una herramienta poderosa cuando las usamos bien. Pero la verdad es que la mayoría del tiempo son solo “una droga que nos deja atrapados en la apatía” (loc. 1115). Calman nuestra conciencia cuando compartimos alguna publicación de ayuda social, haciéndonos creer que realmente hicimos algo para aliviar el sufrimiento de nuestro prójimo. Y mientras tanto, permanecemos donde estamos, en el cuadrante de la evasión.

Jesús no fue apático a nuestra necesidad, sino que murió por aquellos que no tenían nada. Y hoy nos llama a hacer lo mismo por otros en el poder de Su Espíritu.

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