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Los cristianos somos raros para el mundo. O, por lo menos, deberíamos serlo.

Nuestro camino a la gloria es uno de humillación. En medio de un mundo centrado en sí mismo, nuestro llamado es a atender a otros, ceder derechos, ser perseguidos, y morir por nuestros amigos. Nuestro llamado es a seguir al que, siendo el Dueño de todo, tomó la cruz y se entregó por completo.

Pero nuestro camino a la gloria también es uno de victoria. Podemos andar con gozo sabiendo que nuestra historia tiene el mejor final de todos. Fuimos hechos a la imagen del Señor del universo, para gobernar la creación en su nombre.

Creados para florecer

“¿Qué se espera de nuestra vida? De nosotros se espera que florezcamos y no tan solo que sobrevivamos, sino que nuestras vidas se desarrollen; no únicamente que existamos, sino que exploremos y nos expandamos” (loc. 137-138).

Jesús vino a darnos vida abundante, pero esta vida abundante no es la que la mayoría tiene en mente. No es la que normalmente vemos en las fotos de las celebridades en Instagram. No se trata de dinero, fama, o placer. Ni siquiera de salud y bienestar.

El mejor ejemplo de vida abundante es Jesús mismo. Y al contemplarle nos daremos cuenta de que la manera de florecer que Él nos enseñó parece una incongruencia: Jesús fue perfectamente fuerte y perfectamente débil a la vez. Enseñó con absoluta autoridad y murió en absoluta vulnerabilidad.

“Cuando la autoridad y la vulnerabilidad se combinan, hallamos un florecimiento auténtico” (loc. 614-615).

En su libro Fuertes y débiles, Andy Crouch nos presenta esta paradoja: “El florecimiento procede de ser fuertes y a la vez débiles” (loc. 148-149).

Según Crouch, el florecimiento viene al utilizar significativamente la autoridad que tenemos (fuertes), estando dispuestos a tomar riesgos significativos aunque esto implique perder todo lo que tenemos (débiles). Aunque a veces parezca que tenemos poca autoridad, puesto que hemos sido hechos a imagen de Dios, todos tenemos cierta autoridad. El problema es cuando la usamos mal o simplemente la ignoramos.

Este florecer no se trata de brillar en lo individual; es un crecimiento en comunidad. Usamos nuestra autoridad y somos vulnerables en amor, para beneficio de nuestro prójimo. Eso es lo que Jesús nos enseñó. Su vida fue una de entrega en fortaleza y debilidad. Solo ahí encontraremos la plenitud que estamos buscando, porque igual que Él, vivimos para servir y no para ser servidos.

“No hay un objetivo más alto para nosotros que convertirnos en personas que estén tan llenas de autoridad y vulnerabilidad que reflejemos perfectamente el propósito y razón de ser de los seres humanos y testimoniemos la realidad del Creador en medio de la creación” (loc. 316-318).

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