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“… El fuego no había tenido efecto alguno sobre sus cuerpos, ni el cabello de sus cabezas se había chamuscado, ni sus mantos habían sufrido daño alguno, ni aún olor del fuego había quedado en ellos” (Daniel 3:27).

El fuego en la naturaleza es un elemento aterrador. Arrasa con todo a su paso y causa graves daños. Un gran incendio puede comenzar con tan solo una chispa, y podemos llegar a tomar mucho tiempo para poder controlarlo de manera que eventualmente pueda ser extinguido.

Las pruebas, los momentos difíciles, las tentaciones, y las presiones de la vida, son como un fuego que parece que nos destruirá junto a nuestras familias y ministerios. Sin embargo, Dios utiliza estas experiencias de pasar “como por el fuego” para hacer su obra en nosotros (1 Pe. 1:7).

El fuego, en el cuadro de la descripción de la obra de Dios en sus hijos, se nos presenta como un elemento purificador. Como el oro pasa por el fuego con el propósito de deshacerse de su escoria, así el fuego de Dios también tiene un propósito purificador en nuestras vidas.

Precisamente, en los momentos difíciles vemos la realidad de nuestro corazón, entendemos en qué o quién verdaderamente está nuestra esperanza, y entendemos mejor la invitación de Dios a confiar solo en Él.

El fuego es algo que los hijos de Dios debemos respetar, pero nunca temer; está bajo el control del Padre y diseñado especialmente para nosotros, para nuestra necesidad del momento, y aún para cumplir un propósito en el futuro.

Sin duda, Dios usó la experiencia descrita en Daniel 3 en las vidas de Sadrac, Mesac, y Abed-nego, quienes se ven confrontados a reconocer que su situación es prácticamente imposible y que solo Dios podría librarlos. Sin embargo, Dios también les da su gracia para que puedan reconocer el momento como una oportunidad para testificar la fe y darle la gloria a Él, aún si decide no librarles.

“‘¡Miren!’ respondió el rey. ‘Veo a cuatro hombres sueltos que se pasean en medio del fuego sin sufrir daño alguno, y el aspecto del cuarto es semejante al de un hijo de los dioses’” (Daniel 3:25).

Las buenas noticias para ti y para mí son que podemos recordar que, como en el caso de los amigos de Daniel al ser salvados por Dios en medio del fuego como testimonio a las personas a su alrededor, Dios nos ha salvado por la obra de su Hijo. Además, Él mismo estuvo paseándose con ellos en medio del fuego, acompañándolos y dándoles su paz que sobrepasa todo entendimiento.

“El Verbo (La Palabra) se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito (único) del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).

Piensa en esto hasta que tu corazón responda gozosamente en adoración.


Imagen: Lightstock.
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