Ya me he equivocado antes sobre algunos cambios en la iglesia.
¿Pastores sin corbatas? Estuve en contra. ¿Canciones de alabanza en lugar de himnos? Detestaba la idea. ¿Café en el auditorio? Al borde de lo herético. Pero ahora no puedo imaginar volver a ninguno de los «senderos antiguos» que alguna vez defendí tan apasionadamente. Entonces, cuando empezó a molestarme que las personas llegaran tarde consistentemente a los servicios de adoración, tuve que preguntarme si estaba convirtiéndome otra vez en un tradicionalista cascarrabias.
Creo que no. Esta vez, no se trata de mis preferencias, sino de algo más profundo.
No soy el único pastor que lucha con este asunto. El verano pasado, J. D. Greear, el pastor principal de la iglesia The Summit Church y miembro del concilio de TGC, abordó este problema con su congregación. En un sermón que se hizo viral, Greear expresó su preocupación con los miembros que llegan tarde a los servicios de adoración o salen cinco minutos antes de que la congregación sea despedida. Su preocupación no era principalmente porque la gente se perdiera parte del servicio, sino cómo dicho comportamiento revela una mala comprensión fundamental de lo que es la iglesia. Como él lo expresa: «Estás tratando a la iglesia como si fuera un espectáculo religioso, en lugar de una familia acogedora de la que eres parte».
La observación de Greear sobre tratar a la iglesia como un «espectáculo religioso» da en el clavo y plantea preguntas cruciales sobre cómo entendemos la adoración colectiva. Cuando llegamos tarde consistentemente a nuestros servicios de adoración, ¿qué mensaje comunicamos sobre la naturaleza y la importancia de aquello para lo que nos reunimos?
Un problema que hemos creado
Imagina que tu congregación es una orquesta. Cada semana, los miembros se reúnen para tocar y Dios mismo es su audiencia. Visualiza cómo el director levanta su batuta para empezar la música, pero una cuarta parte de los músicos todavía no aparece. Mientras la orquesta toca el primer movimiento, tres violinistas tratan de abrirse paso entre los demás para llegar a sus asientos, y la sección de los vientos está entrando y saludando a los percusionistas que tratan de mantener el ritmo.
¿Qué revelarían tales acciones sobre la forma en que pensamos de nuestros colegas músicos? ¿Qué mensaje enviaría esto sobre cómo vemos a Dios y al concierto que se supone que deberíamos ejecutar juntos?
Este escenario podría sonar absurdo en un salón de conciertos, pero captura perfectamente lo que sucede todos los domingos en muchas iglesias.
Cuando llegamos tarde a los servicios de adoración, ¿qué mensaje comunicamos sobre la naturaleza y la importancia de aquello para lo que nos reunimos?
Hay razones legítimas, por supuesto, por las que algunas personas podrían llegar tarde de vez en cuando. A los padres quizá les cueste alistar a sus hijos a tiempo, el tráfico podría estar más pesado de lo normal o el transporte público podría estar demorado. Así es la vida y la gracia debería abundar en estas situaciones.
Pero cuando grandes segmentos de nuestras congregaciones aparecen después de que empieza el servicio, no es porque haya una serie de emergencias individuales: es un problema de la cultura de la iglesia. Además, no es que la gente llegue justo a tiempo, sino que muchos llegan tarde varios minutos. Algunas personas parecen tratar los primeros quince minutos del servicio como los tráileres de las películas, como una parte opcional que no es esencial para el espectáculo principal.
Esta es la verdad incómoda: es posible que, sin querer, hayamos comunicado que la primera parte del servicio de adoración no es importante, por lo que probablemente esté bien llegar tarde. Con el paso de los años, algunos de esos recién llegados se han convertido en miembros y, debido a que «siempre ha sido así», es lo que todos seguimos haciendo. Hemos creado colectivamente una cultura que socava aquello para lo que nos hemos reunido.
¿Qué es la adoración colectiva?
Cuando llegamos tarde consistentemente, tratamos los domingos como un evento individualista en el que soy un espectador, en lugar de que sea una reunión colectiva y participativa del pueblo de Dios.
La asistencia presencial es necesaria para que podamos adorar corporativamente. El canto, la oración y la predicación de la iglesia dependen de que la congregación esté presente para participar. Estas son las razones principales por las que necesitamos reunirnos en lugar de simplemente adorar a Dios por nuestra cuenta en privado. Pero la asistencia presencial requiere que nos congreguemos intencionalmente, y no solo que eventualmente lleguemos.
¿Cómo sabemos cuándo y dónde congregarnos? Programamos una hora y un lugar para reunirnos. Pero no solo estamos planificando una hora para juntarnos; estamos programando un momento para reunirnos con Dios. Jesús nos dice en Mateo 18:20: «Porque donde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos». Tenemos una cita fija en nuestras agendas para reunirnos cada domingo unos con otros y con el Dios de toda la creación.
Lamentablemente, suele ser el caso que nuestros miembros dejan esperando a Dios y a nuestra congregación.
La teología de estar presentes
Si creemos que el servicio se trata principalmente de lo que podemos obtener de él —música edificante, un sermón alentador, compañerismo con amigos—, entonces llegar tarde tiene sentido. Después de todo, todavía podemos aprovechar la mayoría de las «cosas buenas».
Pero, si entendemos la adoración colectiva como algo que hacemos juntos como cuerpo de Cristo —si la vemos como nuestra ofrenda conjunta de alabanza a nuestro Creador—, entonces llegar tarde adquiere un significado completamente diferente. No solo llegamos tarde, sino que, además, nos estamos perdiendo la oportunidad de participar plenamente en algo que el Señor ha diseñado para formarnos como Su pueblo.
Cuando consideramos las canciones del inicio como actos opcionales de calentamiento, estamos malinterpretando su propósito. No son un entretenimiento para ayudarnos a entrar en un «estado de ánimo espiritual». Son nuestra declaración corporativa del valor de Dios, nuestra voz unificada elevada en alabanza. Cada voz importa. Cada presencia importa.
Nuestra puntualidad (o falta de ella) también afecta nuestro testimonio ante los visitantes y los que vienen por primera vez. Cuando las personas visitan una iglesia y son de las únicas personas en el recinto a la hora indicada para el inicio del servicio, ¿qué les estamos enseñando acerca de nuestras prioridades? ¿Sobre la importancia que le damos a la adoración colectiva? ¿Sobre nuestro respeto mutuo y hacia Dios?
Sin darnos cuenta, estamos comunicando que esta práctica compartida que afirmamos que es fundamental en nuestras vidas —reunirnos para adorar al Dios vivo— no es lo suficientemente importante como para llegar a tiempo. Ese no es el mensaje que queremos transmitir, pero es el mensaje que enviamos de todos modos.
Avanzamos juntos
Si realmente creemos que la adoración colectiva es una expresión vital de nuestra fe y que congregarnos en nombre de Cristo es importante, entonces nuestras acciones deben reflejar esas creencias. Esto no es una cuestión de legalismo ni de crear cargas. Se trata de alinear nuestra teología con nuestra práctica.
Cuando llegamos tarde a la reunión dominical nos estamos perdiendo la oportunidad de participar en algo que el Señor ha diseñado para formarnos
La buena noticia es que este es un problema que creamos juntos, lo que significa que podemos resolverlo juntos. La solución empieza cuando cada uno de nosotros prioriza la puntualidad como una expresión de nuestro compromiso con la adoración colectiva y con los demás.
El Dios del universo ha planificado un tiempo para reunirse con nosotros cada domingo. Lo mínimo que podemos hacer es llegar a tiempo.