Comprender que Dios es inmutable, es decir, que no cambia, es fundamental para interpretar correctamente la Biblia y para nuestra vida de fe. Dios es el autor de la Escritura, y conocer adecuadamente lo que Él revela acerca de Sí mismo es crucial para entender Su Palabra, especialmente en relación con Su inmutabilidad.
Tres de los textos bíblicos centrales para afirmar que Dios no cambia son Malaquías 3:6, Números 23:19 y Santiago 1:17, los cuales declaran que Dios es inmutable en Su ser, en Sus propósitos y en Sus sentimientos.
Aunque la Biblia describe a Dios expresando diversas emociones —como ira, amor y compasión—, Su carácter no se altera. Él no cambia de opinión respecto a lo que es correcto o incorrecto, ni es gobernado por emociones inestables. Su amor y Su justicia son constantes, pues Él legitima el bien y condena el mal con fidelidad perfecta.
El “arrepentimiento” de Dios: un desafío hermenéutico.
Sin embargo, algunos pasajes, como Génesis 6:6, parecen a primera vista contradecir la inmutabilidad divina: «Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón» (RV60, énfasis añadido).
La palabra hebrea traducida como «se arrepintió» es nijam, que también aparece en Números 23:19: «Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. ¿Lo ha dicho Él, y no lo hará? ¿Ha hablado, y no lo cumplirá?» (énfasis añadido).
Esta aparente contradicción exige que tomemos en cuenta algunos principios hermenéuticos para su correcta interpretación.
Los múltiples significados y aplicaciones de las palabras
La palabra hebrea nijam posee distintos matices según el contexto y el sujeto a quien se refiere. En la Escritura, algunos términos que describen acciones humanas también se aplican a Dios, pero con significados adaptados a Su naturaleza perfecta. Un ejemplo es la palabra «bendecir», que en el lenguaje humano significa «colmar de bienes a alguien», pero al aplicarse a Dios puede significar «alabar» o «ensalzar» (cp. Sal 103:1; 66:8).
De igual modo, cuando la Biblia dice que Dios se arrepintió, no implica que Él cambió de opinión por desconocimiento, error o debilidad, como sucede con los humanos. El arrepentimiento humano conlleva reconocimiento de fallos o cambios en la intención, mientras que la perfección de Dios excluye tales razones.
El arrepentimiento de Dios en el marco de Sus decretos
Para entender el arrepentimiento divino, es indispensable situarlo dentro del contexto de los decretos eternos de Dios. Henry Thiessen define estos decretos como:
Los propósitos eternos de Dios, basados en Su consejo sabio y santo, por medio del cual Dios libremente y de forma inmutable, para Su propia gloria, ordenó eficaz o permisivamente todo cuanto ocurriría.
El arrepentimiento de Dios en Génesis 6:6 no implica que Él ignorara lo que iba a ocurrir o que cometiera un error. Más bien, forma parte de Su plan soberano y perfecto, que incluye la manera en que reaccionará al pecado humano. Para la humanidad parece un «cambio de planes», pero para Dios es el desarrollo de Su voluntad inmutable.
Así, Dios «se arrepintió» en cuanto a Su proceder ante la maldad humana, conforme a lo que Él había establecido desde la eternidad en Sus decretos.
Vemos un ejemplo de esto registrado en el libro de Jonás: «Cuando Dios vio sus acciones, que se habían apartado de su mal camino, entonces Dios se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo (Jon 3:10). En este texto se registra un arrepentimiento divino tras el arrepentimiento de la ciudad de Nínive, mostrando que Dios actúa de acuerdo a Su plan establecido antes de la fundación del mundo y en relación con las decisiones humanas, sin perder Su inmutabilidad esencial.
Por tanto, los textos que hablan de un arrepentimiento divino confirman la soberanía, omnipotencia y presciencia de Dios, reafirmando Su perfección y Su fidelidad inmutable a Sus propósitos eternos.
La importancia de comprender la inmutabilidad de Dios
Una comprensión errónea de la naturaleza inmutable de Dios puede llevar a doctrinas y prácticas equivocadas. Un ejemplo es la «declaración positiva», que consiste en afirmar repetidamente de manera audible creencias o deseos con la expectativa de que se cumplan por el poder de la fe.
Esta práctica es contraria a la enseñanza bíblica por dos razones fundamentales relacionadas con la inmutabilidad divina:
Atenta contra la soberanía eterna de Dios. Dios tiene autoridad suprema y control absoluto sobre el universo. Los seres humanos no pueden dictar su voluntad ni manipular el futuro con palabras. El rey Nabucodonosor aprendió esto cuando fue humillado, reconociendo que «Dios actúa conforme a Su voluntad», nadie puede detener Su mano, ni puede cuestionar lo que Él hace (Dn 4:35).
Contradice la superioridad de la voluntad de Dios. Herman Bavinck enfatiza que todos los atributos de la soberanía de Dios están fundamentados en Su voluntad como Creador y Señor.
Los atributos que pertenecen a la soberanía de Dios se fundamentan, en última instancia, en Su voluntad como Creador y Señor de todo. Todas las cosas se desprenden de la voluntad de Dios (p. 297).
En el Nuevo Testamento, Cristo mismo enseñó a orar «Hágase tu voluntad» (Mt 6:10), indicando que los creyentes deben someter su voluntad a la perfecta voluntad divina. Por tanto, quien practica la declaración positiva invierte erróneamente los roles, poniendo su fe en su propia capacidad de declarar en lugar de confiar en el Dios soberano e inmutable.
Un motivo para confiar más en Dios y menos en nosotros mismos
El ser humano tiende a creer que sabe lo que es mejor para sí mismo, pero la Biblia nos muestra que solo Dios es perfecto y nunca se equivoca. Dado que Dios nunca actúa por error ni se equivoca en sus propósitos, resulta imposible que Él cause daño o injusticia que requiera ser perdonada. Su soberanía y fidelidad son absolutas, y aunque podamos experimentar dificultades o incomprensiones, estas no implican falla alguna en Su carácter divino.
Por eso, nunca necesitaremos perdonar a Dios, sino que podemos depositar nuestras vidas confiados en Su voluntad sabia. Como enseñó Jesús en la oración del Padre Nuestro: «Santificado sea Tu nombre. / Venga Tu reino. / Hágase Tu voluntad, / Así en la tierra como en el cielo» (Mt 6:9-10).
Comprender que Dios no cambia es vital para interpretar correctamente la Biblia y vivir una fe sana. La inmutabilidad divina garantiza que Su amor, justicia y planes son firmes y confiables. Esta verdad nos libera de falsas expectativas, nos llama a respetar Su soberanía y nos anima a confiar plenamente en Su perfecta voluntad.