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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de la clase de Teología Sistemática, del Instituto Integridad y Sabiduría. Para conocer más acerca del II&S, visite su página web.

La teología sistemática se enfoca, en parte, en estudiar los decretos de Dios revelados en su Palabra. Dios tiene decretos soberanos, y esto puede incomodar a muchas personas. Pero si Él es Dios, sus decretos soberanos encajan dentro de la idea de un Dios omnisciente, omnipresente, y santo.

¿Qué son los decretos de Dios?

Como Henry Thiessen ha señalado: los decretos de Dios corresponden a “los propósitos eternos de Dios, basados en su consejo sabio y santo, por medio del cual Dios libremente y de forma inmutable, para su propia gloria, ordenó eficazmente o permisivamente todo cuanto ocurriría”.

En otras palabras, los decretos de Dios son cosas que Él ha dispuesto, son propósitos declarados por Dios desde la eternidad, de tal forma que Él conoce, ha organizado, y ha orquestado, desde siempre, todo cuanto ha de ocurrir, ya sea eficazmente (esto implica que Él directamente hizo que ocurriera) o permitiéndolo.

Por ejemplo, si yo veo un lapicero rodando en una mesa a punto de caerse, y observo su caída, yo orquesté tal caída permisivamente porque yo lo vi rodar y no lo paré. Pero yo pudiera tomar el lapicero de la mesa y tirarlo al piso; eso lo hice eficazmente. No podemos atribuir a Dios todo lo pecaminoso que existe, pero Él sabía qué iba a ocurrir y lo permitió con un propósito. Dios siempre lo ha sabido todo.

A la luz de la Palabra, demos una mirada a las cosas más básicas que debemos saber sobre los decretos de Dios.

1. Los decretos de Dios son eternos e inmutables.

Los decretos del Señor fueron concebidos en la eternidad pasada y son inmutables, es decir, no cambian. Dios nunca cambia sus planes y ellos no pueden ser frustrados, como enseña su Palabra:

“El consejo del Señor permanece para siempre, los designios de Su corazón de generación en generación”, Salmo 33:11.

“El Señor de los ejércitos ha jurado: ‘Ciertamente, tal como lo había pensado, así ha sucedido; tal como lo había planeado, así se cumplirá’. […] Si el Señor de los ejércitos lo ha determinado, ¿quién puede frustrarlo? Y en cuanto a Su mano extendida, ¿quién podrá apartarla?”, Isaías 14:24, 27.

2. Dios decreta en completa libertad.

Dios nunca ha tenido un pensamiento deficiente o incompleto. Por lo tanto, Él no tiene consejeros o personas que puedan mejorar sus ideas. Nadie es superior a Él.

“¿Quién guió al Espíritu del Señor, o como consejero suyo Le enseñó?”, Isaías 40:13.

3. Los decretos de Dios son perfectos.

La Biblia enseña que Dios es el “Rey eterno, inmortal, invisible, único Dios, a Él sea honor y gloria por los siglos de los siglos” (1 Ti. 1:17). Él es santo, santo, santo (Is. 63:3). Estas características le confieren la habilidad de concebir cosas sabias, perfectas, y santas desde la eternidad. Por lo tanto, es incapaz de hacer algo erróneo.

Para Dios no existen las sorpresas o los accidentes. Hoy se habla mucho de la “teología abierta”, que implica que Dios no conoce el futuro y que Él simplemente reacciona a las cosas que ocurren. Sin embargo, las Escrituras refutan por completo esa idea.

4. Dios puede hacer lo que le plazca.

Dios es el dueño de todos los reinos, y se los da a quien Él quiere.

En Daniel 4 se nos habla de que Dios es el dueño de todos los reinos, y se los da a quien Él quiere. Al reconocer esto, afirmamos la soberanía de Dios y su poder para hacer y cumplir todo lo que quiera.

“Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, mas Él actúa conforme a Su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra. Nadie puede detener Su mano, ni decirle: ‘¿Qué has hecho?’”, Daniel 4:35.

5. Dios decreta para Su gloria.

Dios nunca ha hecho ni hará algo que no sea para Su gloria. La razón de esto es sencilla: la gloria de Dios representa lo que Él es. Lo que Él hace, lo hace para revelarse. Mientras más se revela, más se glorifica, y más le conocemos y le amamos. Cuanto más le amamos, más disfrutamos de sus beneficios. ¿Cuál sería el problema, entonces, con que Dios quiera hacerlo todo para su gloria, si a fin de cuentas nosotros somos los beneficiados por eso?

Isaías 48:9-11 es uno de los mejores textos para hablar de esto:

“Por amor a Mi nombre contengo Mi ira, y para Mi alabanza la reprimo contra ti a fin de no destruirte. Pues te he purificado, pero no como a plata; te he probado en el crisol de la aflicción. Por amor Mío, por amor Mío, lo haré, porque ¿cómo podría ser profanado Mi nombre? Mi gloria, pues, no la daré a otro”, Isaías 48:9-11.

6. Todo ha sido decretado por Dios.

¿Qué ha decretado Dios? Consideremos algunos ejemplos:

  • La creación del universo (Gn. 1-2 ).
  • Las estaciones del año (Gn. 8:22).
  • Los límites de las naciones y el lugar de residencia del hombre (Hch. 17:26).
  • La duración de la vida humana (Job 14:5).
  • Los gobernantes de las naciones (Ro. 13:1; Dn. 4:34-35).

Todo cuanto ocurre ha sido decretado por Dios, ya sea eficazmente o permisivamente, ya sea una bendición o una calamidad:

“¿Quién es aquél que habla y así sucede, a menos que el Señor lo haya ordenado? ¿No salen de la boca del Altísimo tanto el mal como el bien?”, Lamentaciones 3:37-38.

Todo lo que ocurre sobre la tierra Dios lo ha determinado, ya sea un huracán o un terremoto que se lleve a 200,000 personas. Dios, de manera permisiva o activa, decretó que ocurrieran tales fenómenos.

Aun los actos pecaminosos del hombre encajan dentro de los propósitos de Dios (Is. 53:10; Ro. 9:17-18; Gn. 45:4-8). El mayor ejemplo de esto es la crucifixión de Jesús:

“Porque en verdad, en esta ciudad se unieron tanto Herodes como Poncio Pilato, junto con los Gentiles y los pueblos de Israel, contra Tu santo Siervo Jesús, a quien Tú ungiste, para hacer cuanto Tu mano y Tu propósito habían predestinado que sucediera”, Hechos 4:27-28; 2:23.

Asímismo, debido a que Dios es soberano, podemos confiar en su promesa de que todo coopera para el bien de aquellos que son llamados conforme a su propósito (Ro. 8:28-29).

7. Dios nunca es el autor del pecado.

La Biblia no dice que de la boca del Altísimo sale tanto el pecado como lo que no es pecado. En cambio, lo que dice es que Dios orquesta tanto el bien como el mal de los hombres. La venta de José como esclavo fue altamente pecaminosa, y peor aún la crucifixión de su Hijo, pero Dios orquestó esto para conseguir exactamente lo que Él se proponía conseguir.

En todo esto, es crucial entender que Dios nunca es el autor del pecado o tienta a la gente a pecar: “Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal y Él mismo no tienta a nadie” (Stg. 1:13).

8. El hombre es responsable por sus actos.

Dios es soberano y orquesta todo; aun con eso, el hombre es responsable por sus actos

Dios es soberano y orquesta todo; aun con eso, el hombre es responsable por sus actos. Como lo afirma Santiago: “Cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión” (Stg. 1:14).

Es por eso que quienes crucificaron a Jesús, por ejemplo, son totalmente responsables de sus pecados, aunque todo eso haya ocurrido dentro de los planes soberanos de Dios para bien (Hch. 2:23). Cuando alguien peca, lo hace como producto de su propia maldad y pasión.

9. Los decretos de Dios no hacen innecesaria la predicación.

Muchos dicen que si Dios ha decretado y decidido todo, no tiene sentido que prediquemos. La verdad es que los decretos de Dios no hacen la predicación innecesaria ya que Él también ha decretado los instrumentos para llevar a cabo sus planes:

“¿Cómo, pues, invocarán a Aquél en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en Aquél de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Tal como está escrito: ‘¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio del bien!’”, Romanos 10:14-15.

Por lo tanto, en la soberanía de Dios, tenemos la responsabilidad de ir a las naciones a anunciar las Buenas Nuevas. Él ha decidido glorificarse así.

10. Nuestra mente no comprende la sabiduría de Dios.

Por último, no podemos entender por completo la sabiduría de Dios:

“¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son Sus juicios e inescrutables Sus caminos! Pues, ¿quien ha conocido la mente del Señor? ¿O quien llegó a ser Su consejero? ¿O quien Le ha dado a Él primero para que se le tenga que recompensar? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén”, Romanos 11:33-36.

Esas palabras son una doxología, una exaltación de la sabiduría y grandeza de Dios, y una declaración de cuán limitados e incompetentes somos para penetrar los misterios de la sabiduría de nuestro Dios. Demos gloria al Señor por su grandeza.


1. Lectures in Systematic Theology (Eerdmans, 1979), p. 100.


IMAGEN: LIGHTSTOCK.
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