Josué 5 – 7 y 2 Corintios 1 – 2
“Entonces Josué dijo a Acán: Hijo mío, te ruego, da gloria al SEÑOR, Dios de Israel, y dale alabanza; y declárame ahora lo que has hecho. No me lo ocultes”, Josué 7:19.
Uno de los libros de John Grisham se llama “La hermandad”, y trata acerca de la extorsión que un grupo de astutos ex jueces en presidio realizan en contra de hombres acaudalados que guardan terribles secretos. Una pequeña infidencia, un desliz, un pequeño paso en falso y todo el andamiaje de una vida aparentemente intachable se derrumba ante la presión de la amenaza de la revelación pública del secreto. Las cuatrocientas cincuenta y tres páginas del libro muestran la sagacidad de los delincuentes y el drama de los que no pudieron guardar en secreto su comportamiento clandestino.
¿Por qué los secretos nos hacen vulnerables? ¿Tienes algún secreto del que temes ser descubierto? El problema de nuestro mundo confidencial es que muchas veces encierra áreas oscuras de las que nos avergonzamos o que hemos ocultado por temor a que sea descubierta alguna verdad que preferimos que se mantenga en silencio. No estoy hablando de privacidad, ni tampoco de la intimidad necesaria y el metro cuadrado que todos debemos mantener. Quisiera referirme, más bien, al secreto dañino que desde dentro de nuestro corazón corroe nuestra alma, corrompe nuestras acciones y nos llena de pánico al pensar que en algún momento pudiéramos ser descubiertos. ¿Cuál es la repercusión de un secreto de este tipo en la totalidad de la vida?
Durante la entrada de Israel a la tierra prometida, al pueblo le tocó tomar posesión y luchar por ganar cada metro de terreno de las tierras cananitas. Del Señor habían recibido la indicación de que nada de las riquezas de los pueblos que Dios había desechado debían preservarse, todo debía ser destruido. Sin embargo, Acán, un israelita de la tribu de Judá, no pudo contener su codicia ante la belleza de un manto babilónico y de una buena cantidad de plata y oro. Creyendo que nadie se daría cuenta, escondió su “secreto” bajo tierra en medio de su tienda y dejó que la vida siga su curso. Lamentablemente, un secreto dañino siempre repercute sobre la vida entera y sobre los que nos rodean. Cuando Israel volvió a salir a la batalla el pueblo no pudo conseguir una victoria cayendo todo Israel en un profundo desánimo, “…y el corazón del pueblo desfalleció y se hizo como agua”, Josué 7:5b.
¿No han notado que hay algunas cosas que nos suceden y como que no podemos explicarlas? ¿No será que hay un secreto que funciona como un lastre que nos impide alcanzar el éxito esperado? Eso le pasaba a Israel, pero, Acán permaneció imperturbable. La reacción de Josué no se hizo esperar. Le reclamó a Dios por aquello que él consideraba una divina injusticia: “Y Josué dijo: ¡Ah, Señor DIOS! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos después en manos de los amorreos y destruirnos? ¡Ojalá nos hubiéramos propuesto habitar al otro lado del Jordán”, Josué 7:7. Cuando tenemos un secreto dañino siempre repercutiremos en nuestro entorno cercano y haremos que los que nos quieren cuestionen a Dios porque no conocen de nuestra responsabilidad. La oración sincera de Josué no servía delante de Dios mientras no se devele la absoluta verdad. Por eso, el Señor aparece y le ordena a Josué que deje de orar y que trabaje no cuestionando a Dios sino encontrando la causa y el causante de la desgracia de Israel, “Y el SEÑOR dijo a Josué:¡Levántate! ¿Por qué te has postrado rostro en tierra? Israel ha pecado… No pueden, pues, los hijos de Israel hacer frente a sus enemigos… hasta que quitéis el anatema de en medio de vosotros”, Josué 7:10,11a, 12a, 13b).
Josué se levantó muy temprano y empezó el interrogatorio por todo el pueblo de Israel hasta que se develó el secreto de boca del mismo Acán. Él reconoció su codicia y tuvo que morir por su pecado. Israel solo fue liberada cuando fue quitado de en medio el causante secreto de sus desgracias. Bien nos enseñó nuestro Señor Jesucristo que no hay nada oculto que no saldrá a la luz y que la verdad puesta en práctica siempre es realmente liberadora, porque un secreto dañino siempre se nos escapará de las manos y tarde o temprano terminará haciéndonos daño.
El apóstol Pablo nos enseña que el mejor remedio para expulsar los secretos dañinos de la vida es el testimonio sencillo de una conciencia intachable: “Porque nuestra satisfacción es ésta:el testimonio de nuestra conciencia que en la santidad y en la sinceridad que viene de Dios, no en sabiduría carnal sino en la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo y especialmente hacia vosotros”, 2Corintios 1:12. La transparencia y la sinceridad de actos y palabras siempre será un bien estimado por Dios para sus hijos. Ya Él mismo nos enseña que en nuestra vida no debemos dejar lugar para las ambigüedades: “Pero como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es sí y no”, 2Corintios 1:18.
La victoria final sobre los secretos dañinos se conseguirá cuando el candor de la franqueza y la sencillez de la espontaneidad gobiernen nuestros actos a los que conscientemente sujetamos al escrutinio de Dios. No tenemos nada que ocultar porque todo está bajo la potente luz del amor de Dios quien nos perdona y siempre nos dará la posibilidad de una nueva oportunidad.