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“Todo debe hacerse lo más simple posible, pero no más simple”. 

Estas palabras, atribuidas a Albert Einstein, deberían ser tatuadas en el interior de los párpados de todo evangelista. Simple es bueno. Pero hay simplificaciones que restan y subvierten. Y nuestra inclinación moderna a silenciar o eludir la Trinidad es una de esas “simplificaciones”. Abandona el evangelio que busca proclamar.

Históricamente, las explicaciones “simples” de la Iglesia sobre el evangelio han sido explícitamente trinas (piensa en los credos y las “reglas de la fe”). Hoy, sin embargo, nos quedamos perplejos si un evangelista “complica” su mensaje con la Trinidad. Tal vez miramos hacia atrás con condescendencia a San Patricio y su desafortunada analogía del trébol. Sin embargo, ¿no deberíamos admirar su objetivo? La intención de Patricio era introducir a Irlanda a Dios. Y no a cualquier dios, el Dios de los cristianos, el Dios trinitario. ¿Dónde están hoy los Patricios, interesados ​​en predicar al Padre, el Hijo, y el Espíritu a las naciones?

Mi petición es a regresar a la evangelización trinitaria. Antes de explicar lo que eso significa, permíteme aclarar lo que no quiero decir.

Lo que no es evangelismo trinitario

1. No se trata de lenguaje particular. 

La palabra “Trinidad” y el lenguaje conceptual de Nicea es, por supuesto, innecesario en el evangelismo. A Jesús y a los apóstoles les fue bien sin estas palabras y frases.

2. No es una exposición de los credos. 

No tenemos que explicar a los incrédulos cada punto del credo de Atanasio. Los credos son como una receta; somos llamados a servir la comida del evangelio, no la lista de ingredientes. 

3. No es una meditación sobre “tri-unidad”. 

Nuestra imagen del Dios trino no es un concepto cursi o religioso… es Jesús (Col. 1:15; 2 Cor. 4:4). Proclamar la Trinidad no se trata de intentar explicar la “tri-unidad” (aunque de vez en cuando puede que se necesite). El verdadero evangelismo trinitario se basa en el Hijo de Dios y en su actividad evangelística.

4. No se trata de analogías. 

Las analogías de la Trinidad rara vez funcionan, pero la única cosa peor que las analogías es nuestra percepción de la necesidad de ellas. La simplicidad y la centralidad de la historia del evangelio, no las analogías, son nuestra ventana a la vida de Dios.

Lo que sí es el evangelismo trinitario 

El evangelismo trinitario, al igual que la teología trinitaria, se trata de Jesús. La Trinidad es la doctrina que se obtiene cuando se llega a conocer a Dios en el rostro de Cristo.

En el evangelismo trinitario, entonces, proclamamos a Dios el Padre de Jesús, quien ha amado eternamente a su Hijo (Jn. 17:24). Y el Hijo eterno está lleno del amor y la vida de Dios en el eterno Espíritu (Jn 3:34 en adelante). El Hijo se une a los hijos de Adán en su encarnación, y a través de su cruz y en unidad con su Padre, reconcilia a los pecadores que van destino al infierno (2 Cor. 5:19-21). Luego Él resucita a una vida nueva, y todos los que le reciben en el arrepentimiento y la fe se convierten en hijos de una misma familia. Su Padre se convierte en nuestro padre adoptivo, y su Espíritu en el Espíritu que mora en nosotros (Jn. 1:12; Mat. 3:11). Esta es la buena noticia, y es irreduciblemente trinitaria.

Si no somos capaces de ser trinitarios, los resultados serán desastrosos. Un evangelio sub-trinitario distorsionará la buena noticia en por lo menos cuatro maneras.

Cuatro distorsiones comunes 

1. El ser de Dios. 

El evangelismo debe, por supuesto, estar centrado en Dios. La pregunta es siempre, ¿en qué Dios estamos centrados? Nuestro “hablar de Dios” no debe ser vago. Debemos proclamar al Dios de Jesús: el Padre del Hijo. Y a medida en que nos centramos en Él, las implicaciones son cósmicas. Este Dios no es simplemente un poder supremo. Él es un Padre que da vida, y busca de adoptar muchos hijos en su Hijo primogénito (Rom. 8:29). Debido a que este Dios es amor, su evangelio se desarrolla de una manera completamente única.

2. La persona de Jesús. 

Si comienzas con un Dios que no es trino, ¿cómo vas a hablar de Jesús? ¿Será Jesús diferente del “Dios” con el que comenzaste, convirtiéndolo así en otro aparte de “Dios” (eso es arrianismo o tri-teísmo)? ¿O vas a insistir en que simplemente es el “Dios” con el que comenzaste, predicando así el modalismo? De cualquier manera, si no eres trinitario, no puedes predicar correctamente a Cristo.

3. La cruz de Cristo. 

En su clásico libro La cruz de Cristo, John Stott escribe poderosamente acerca de la “autosustitución” de Dios. Él nos exhorta a no hacer de Cristo un tercero, a quien metemos entre Dios y nosotros. Todas nuestras falsas concepciones de la cruz (por ejemplo el pensar que es “abuso infantil cósmico”) se derivan de un pensamiento sub-trinitario. Como observa Stott: “El amor, la santidad, y la voluntad del Padre son idénticas al amor, la santidad, y la voluntad del Hijo”. Si queremos predicar a Cristo y a este crucificado, debemos ser trinitarios.

4. El objetivo del evangelio. 

Algunas presentaciones del evangelio ofrecen satisfacción y plenitud, otros un escape del infierno. En ambos casos, el objetivo es darle cosas a la gente. El verdadero evangelio, el evangelio trinitario, nos da a Dios. El Hijo del Padre, lleno del Espíritu, se nos ha dado. Cuando lo recibimos, nos convertimos en propiedad del Hijo, somos llenos del Espíritu, y somos llevados al Padre para compartir su amor para siempre.

Sin la Trinidad, todo lo que se podría esperar sería sumisión a un rey, órdenes de un maestro, o absolución ante un juez. Con la Trinidad se puede disfrutar de la adopción en la vida eterna de Dios.

No le quites el corazón del evangelio a tu mensaje. Sé trinitario. Sé explícito acerca de la triunidad de Dios, y la forma trina de sus buenas nuevas.

La Trinidad no complica las cosas innecesariamente. Cuando se proclama correctamente, aclara, compele, y cautiva. Que la Trinidad pueda hacer esto de nuevo en nuestra generación.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Raúl Caban.
Imagen: Lightstock
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