Yo, pues, prisionero del Señor, les ruego que ustedes vivan de una manera digna de la vocación con que han sido llamados. – Efesios 4:1
Estas palabras son verdaderamente impresionantes.
Son impresionantes porque Pablo no le está escribiendo a la iglesia desde un sillón cómodo o un jet privado, sino de la cárcel. Pablo había sido arrestado por predicar el evangelio y plantar iglesias (o como decían sus acusadores: por ser un agitador o activista peligroso entre los judíos). Las palabras del Pablo cargan una cierta fuerza porque en el momento de escribirlas, él estaba sufriendo por el mismo mensaje que les estaba exhortando a la iglesia en Éfeso a seguir. Él estaba en ese momento sufriendo por causa del mismo evangelio que les estaba exhortando a la iglesia en Efeso a recordar.
Nadie puede tocar a Pablo. Sus enemigos no tenían poder sobre él. ¿Lo dejarás libre? Está bien, él irá a los fines de la tierra a predicar el evangelio y plantar iglesias. ¿Lo vas a encarcelar? No hay problema, él será prisionero del Señor y su sufrimiento será un testimonio aún más grande de lo que él está dispuesto a aguantar en el nombre del evangelio. ¿Lo vas a matar? Dale, “Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia” (Fil. 1:21). No hay una situación para Pablo donde el diga, “El evangelio no es suficiente para mi”. No hay una situación para Pablo donde el diga, “Ya no vale la pena creer en el evangelio”.
Al contrario, toda la vida de Pablo, todos sus sufrimientos y momentos difíciles son un testamento al hecho de que —no importe tu circunstancia— tu creencia y confianza en el evangelio nunca será en vano.
Pablo no estaba en la cárcel porque fracasó en su ministerio. Él estaba encarcelado porque para Él valía la pena sufrir por su mensaje.
Si no vale la pena sufrir por un mensaje, no vale la pena creer en él. Y el mensaje en el cual creemos los cristianos no es que no sufriremos, pero que vale la pena sufrir por lo que creemos. Nuestro sufrimiento no será en vano.
Y, ¿por qué no será en vano? 2 Corintios 4:17-18,
Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
El evangelio nos habilita para poder lidiar con cualquier sufrimiento temporal porque tenemos una esperanza en las promesas permanentes de Dios. Vale la pena sufrir en este momento porque en el evangelio tenemos la esperanza de que no sufriremos por siempre. Porque Cristo ya sufrió completamente y murió en nuestro lugar, ni la muerte tiene poder sobre nosotros.