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Imagina que estuvieras en un noviazgo y tu pareja te dice que te ama, y te quiere, y le encanta pasar tiempo contigo, pero tú has observado un patrón extraño en su relación. Cada vez que salen y están juntos, siempre te pide que le compres algo. Ropa. Un nuevo celular. Entradas para un concierto. Y no tienen una sola conversación que no termine con: “¿Me compras esto?”. Pronto te das cuenta que tu tarjeta de crédito ya no puede aguantar todas estas compras y le dices a tu pareja: “Perdóname, mi amor, pero ya no puedo comprarte nada”. Al otro día corta contigo por mensaje de texto diciendo: “Yo no puedo estar con alguien que no me ama. Ya nunca te quiero ver”. Porque no le diste lo que te pidió, ya no quiero estar contigo.

Tal vez te sentirías triste por un tiempo (¡o tal vez aliviado!), pero cualquier amigo te diría, “Ella nunca estaba enamorada de ti, estaba enamorada de lo que tú le podías dar”.

¿Hagasé mi voluntad?

Para muchos de nosotros, nuestra relación con Dios se parece a un noviazgo disfuncional. “Te quiero, te amo, quiero estar contigo, pero que no se haga tu voluntad, ¡hágase mi voluntad!”. Te quiero pero yo no te obedezco, tú me obedeces. Y si no cumples o respondes de la manera que yo quiero, cortamos. Claro, nunca diríamos eso, pero así actuamos. Realmente no queremos a Dios, queremos lo que Dios nos puede dar.

Muchas veces nos acercamos a Dios como si fuera el genio de la lampara. Pedimos cosas, pero cuando Dios no cumple nuestros deseos, lo rechazamos y cubrimos nuestro egoísmo con excusas como: “Es que Dios no responde a mis oraciones”, “Es que Dios no me escucha”, “Es que Dios no es justo”. El hecho de que Dios no te haya dado todo lo que tú corazón desea no significa que él no existe o que él no te escucha, simplemente Él tiene un plan y un parámetro diferente para santificarte que tú.

Cuando Jesús le enseñó a sus discípulos a orar, les enseñó a pedir que Dios cumpliera Su voluntad y no la suya (Mt. 6). De hecho, no solo les enseñó, sino que también les mostró el significado de esta oración en su propia vida cuando fue al jardín de Getsemaní a orar a su Padre.

“Y adelantándose un poco, cayó sobre Su rostro, orando y diciendo: ‘Padre Mío, si es posible, que pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras” (Mt. 26:39). Luego repitió esta oración, “Padre Mío, si esta copa no puede pasar sin que Yo la beba, hágase Tu voluntad” (Mt. 26:42). Aunque Jesús le pidió a Dios que cambiara su plan soberano, su mayor petición fue que hiciera Su voluntad.

Jesús no maneja su relación con su Padre en base al cumplimiento de sus deseos. Sabiendo el camino que tenía por delante, se humilló delante de su Padre y abrió su corazón. Lloró con Su Padre y le compartió lo que pesaba sobre su corazón. Y algunos dirían “Bueno, pero al parecer Dios no le respondió o no le escuchó”, pero cualquier persona que piensa así aún no entiende el propósito de la oración.

¿Qué quieres que Dios cambie en tu vida?

Muchos de nosotros oramos en momentos de aflicción pidiendo que Dios solucione nuestras circunstancias inmediatas. “Estoy enfermo, quítame esta enfermedad”, “Estoy deprimido, quítame esta depresión”, “Estoy en deuda, quítame estas deudas”. Pero la voluntad de Dios no es cambiar tus circunstancias, sino cambiar tu corazón: salvándote de tu pecado por la obra de Cristo y el poder del Espíritu, y santificándote en semejanza a Cristo por el poder del Espíritu.

Y muchas veces la respuesta de Dios no es cambiar tu circunstancia, sino fortalecerte en su evangelio, para que puedas aguantar el dolor del momento, obedecer al Padre, permanecer fiel, y como resultado, crecer en santidad.

Y en el caso de Jesús, cuando el Padre escuchó la oración de su hijo, Lucas 22:43 nos dice, “Entonces se apareció un ángel del cielo, que lo fortalecía”. El padre fortaleció a su Hijo para que pudiera permanecer fiel en medio del dolor. Y uno piensa, “Bueno, entonces, que me envíe a un angel. Yo quiero ser fortalecido. Eso sería una gran muestra de su amor”.

Dios hizo algo mejor. Envío a su hijo Jesús. Él le dijo “no” a Su Hijo para poder decirle “sí” a nosotros. Permitió que su hijo experimentara el dolor y la aflicción de nuestros pecados, que bebiera la copa que nosotros debimos beber, para que nosotros pudiésemos recibir la salvación y la santidad de Su justicia. Él derramó su ira sobre Él para salvarnos de un infierno eterno, un sufrimiento eterno de ira sobre nosotros.

La voluntad de Dios fue sacrificar a Su Hijo para salvar a Su pueblo. Y no importa en qué situación te encuentres hoy, la voluntad de Dios es santificarte y hacerte más como él.

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