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Definición

Aunque todo pecado delante de Dios es serio y merecedor de castigo eterno, la Escritura distingue entre grados de pecado. En este sentido, no todo pecado es igual en términos de sus efectos, consecuencias y grado de castigo sobre la persona, los demás, la Iglesia y la sociedad.

Sumario

Este ensayo discute si la Escritura enseña que hay grados de pecado o si todo pecado debe ser visto como igual. Después de discutir el debate sobre el pecado mortal-venial en la teología católica romana y protestante, se señala que ante Dios todo pecado es pecado. Sin embargo, en las relaciones humanas, la Escritura distingue entre varios pecados en términos de sus efectos y consecuencias. Este ensayo termina con una discusión sobre el pecado imperdonable.

¿Todos los pecados son iguales o deberíamos pensar en grados de pecado? ¿Son algunos pecados más graves que otros o Dios ve todo pecado en términos de sus consecuencias? Hoy en día, es bastante común que la gente reclame que todo pecado es lo mismo. Santiago 2:10 es citado a menudo: «Porque todo aquel que guarda toda la ley pero falla en un punto, se hace culpable de toda ella». Algunos insisten en que esta es una prueba de que la Biblia no distingue entre pecados mayores y menores, al menos en términos de sus efectos perjudiciales: todo pecado es lo mismo. Pero, ¿es esto cierto?

Sin duda, tenemos que responder a esta pregunta cuidadosamente, sin embargo, tanto la Escritura como la teología histórica hablan de grados de pecado: algunos pecados son «mayores» que otros. De hecho, nuestro Señor Jesús afirma este hecho cuando se dirige a Pilato: «Ninguna autoridad tendrías sobre mí si no se te hubiera dado de arriba; por eso el que me entregó a ti tiene mayor pecado» (Jn 19:11). ¿Qué quiso decir Jesús con exactitud? Veamos esta importante pregunta en cuatro pasos, argumentando que ante Dios todo pecado es pecado, sin embargo, la Escritura también habla de grados de pecado y que no todo pecado es igual en sus efectos.

Pecados mortales vs. veniales: una división protestante y católica romana

A partir de la época patrística (p. ej., Tertuliano, Agustín), especialmente desarrollado en la teología católica romana (p. ej., Pedro Lombardo y Tomás de Aquino), se hizo una distinción entre pecados «mortales» (peccata mortalia) y pecados veniales (peccata venialia). En la superficie, esta distinción parece referirse a las diferencias entre los pecados en términos de sus consecuencias, pero dentro de la teología católica romana, la distinción está ligada a su teología sacramental general, algo que los Reformadores rechazaron con razón.[1] La Tradición siempre ha hablado de grados de pecado, sin embargo, en la teología católica romana, la distinción mortal-venial se usa de maneras que van más allá de simplemente hablar de grados de pecado. Entonces, ¿qué es esta distinción y cómo funciona dentro de la teología católica?

El pecado mortal se define como el pecado que «destruye la caridad en el corazón del hombre por una grave violación de la ley de Dios; aleja al hombre de Dios, que es el fin último y su bienaventuranza».[2] En este entendimiento, una «violación grave» es un rechazo deliberado o intencional del Decálogo, que a menos que se confesara y se haciera penitencia, Dios no trabajaría la gracia habitual o transformadora en la persona, lo que finalmente resulta en el castigo eterno. Dentro de esta teología, Dios nos aplica la obra de Cristo al recibir los sacramentos que Él ha establecido en la Iglesia. Por el acto del bautismo (para bebés y adultos), incluso aparte de la fe salvadora (ex opere operato, «por el trabajo realizado»), la persona bautizada es regenerada (lavada de su pecado original), infundida con la gracia habitual que comienza el proceso transformador de hacer recta a una persona (por lo tanto, confundiendo justificación y santificación), como el pecado es confesado y los sacramentos son recibidos. En última instancia, el proceso de llegar a ser justos se culmina en nuestro ser purgado de nuestro pecado y glorificado, permitiendo así «ver» a Dios (visión beatifica). El pecado mortal, sin embargo, si no se confesó y se hace penitencia, detiene todo este proceso, que resulta en la condenación eterna.

El pecado venial, por otro lado, se define como un pecado menor que «permite que la caridad subsista, aunque la ofenda y la hiere».[3] Tales pecados son cosas como «charla irreflexiva o risa inmoderada»,[4] pero son menos graves. ¿Por qué? Porque si son comprometidos y no confesados y arrepentidos, no detienen el proceso iniciado en el bautismo de la obra de Dios de «justificar» la gracia que gradualmente hace a la persona más justa. Estos pecados resultan en castigos temporales, pero no cortan a una persona para siempre de la salvación.

Los reformadores no negaron que existan grados de pecado, pero sí rechazaron la distinción mortal-venial, especialmente como se elaboró en la teología sacramental de Roma. Para ellos, todo pecado es «mortal» delante de Dios, y nuestra única esperanza es que estemos unidos a Cristo en la fe salvadora y seamos justificados en Él. Para que las criaturas caídas estén ante Dios, necesitamos la justicia perfecta de Cristo imputada en nosotros y que todo nuestro pecado sea completamente pagado por su muerte sustitutiva. Además, para el creyente que nace del Espíritu y está unido a Cristo como cabeza de nuestro pacto, dado que nuestra justificación es completa en Él, no hay pecado que quite nuestra justificación y que frustre la obra santificadora del Espíritu por la pérdida de nuestra salvación. Sin embargo, aunque debemos rechazar la distinción mortal-venial tal como lo enseñaron los católicos romanos, esto no implica que debamos rechazar una distinción entre todo pecado como igual ante Dios y varios grados de pecado en términos de sus efectos generales sobre la persona, los demás y el mundo.

Todo pecado delante de Dios merece y exige el castigo eterno

Los reformadores tenían razón al decir que todo pecado ante Dios es «mortal». Debido a la violación de Adán al mandato de Dios (Gn 2:15-17; 3:1-6), el pecado resulta en la pena de muerte tanto espiritual como física (Ro 6:23). El pecado nos separa de Dios (Is 59:1-2) para que aparte de Cristo, estemos condenados (Ro 8:1), bajo la ira de Dios (Ro 1:18-32), y necesitando que Dios actúe en gracia soberana para proveer un Redentor para nosotros. El pecado ante Dios, no importa cuál pecado sea, conduce a nuestro estado de culpabilidad, contaminación y lejanía de Dios (Ef 2:1-3). En este punto, Santiago 2:10 ahora se puede usar legítimamente: «Porque cualquiera que guarda toda la ley, pero falla en un punto, se ha hecho culpable de todos». Ante Dios, la ruptura de cualquier punto de la ley es quebrantarla toda. Como Pablo afirmó: «Maldito todo el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas» (Gá 3:10; cp. Dt 27:26). Romper un mandamiento resulta en nuestra condenación ante Dios. ¿Por qué?

La respuesta resulta de identificar contra quién hemos pecado, lo que nos lleva de vuelta a la teología propiamente dicha. El Dios del pacto, creador y trino es santo (Éx 3:5 -6; 15:11; 19:23; Lv 11:44; 19:1; 1 S 2:2; Sal 99:3, 5, 9; Is 6:1; 57:15; Ez 1-3; He 12:28; 1 P 1:15 -16; 1 Jn 1:5; Ap 4). Dado que todo pecado está en contra de Él —y dado que la voluntad y la naturaleza de Dios son el estándar moral del universo— Él no puede y no pasa por alto nuestro pecado, no importa cuál sea. Sus ojos son demasiado puros para mirar el mal; Él no puede tolerar el mal (Éx 34:7; Ro 1:32; 2:8 -16). Nuestros pecados nos separan de Él, de modo que su rostro se oculta de nosotros. En la santa reacción de Dios al pecado y al mal (Ro 1:18 -32; Jn 3:36), Dios está en contra y castiga todo pecado. Donde hay pecado, el Dios santo se enfrenta a sus criaturas en su rebelión, de lo contrario Dios no sería el Dios santo que dice ser.

Junto a la santidad de Dios está su justicia, que, como todos sus atributos, es esencial para Él. Por esta razón, la justicia de Dios es fuertemente retributiva. Dios no es como un juez humano que juzga una ley ajena a Él; en cambio, el Dios trino es la ley (Gn 18:25). Cuando Dios juzga, permanece fiel a su propia exigencia moral perfecta, lo que significa que permanece fiel a sí mismo. El pecado, entonces, no es contra un principio abstracto o una ley impersonal; sino que el pecado es contra el Dios personal que es santo y justo, lo que implica que todo pecado delante de Dios es digno de muerte eterna. Para que los pecadores sean declarados justos, nuestra justificación ante Dios requiere que nuestro pecado sea pagado íntegramente para tener una justicia perfecta por imputación. David, en su famosa confesión reconoce este punto. Aunque David, en su adulterio con Betsabé y su pecado subsiguiente, había pecado contra mucha gente, ciertamente contra toda la nación, David confiesa con justa razón: «Contra ti, contra ti solo he pecado y he hecho lo malo delante de tus ojos» (Sal 51:4).

Todo pecado no es igual en relación con nosotros mismos y con los demás

En este punto, tenemos que pensar cuidadosamente acerca de lo que la Escritura enseña sin minimizar la realidad seria del pecado humano y todas sus consecuencias desastrosas. Todo pecado delante de Dios, dado quien Él es, merece y exige el castigo eterno; de ahí nuestra necesidad de un Redentor. Sin embargo, la Escritura también habla de grados de pecado dependiendo del contexto, la intención, la persona que comete el pecado y los efectos generales del pecado.

En nuestra vida cotidiana, sabemos que esto es verdad. Por ejemplo, hablar obscenidades con alguien o albergar odio en nuestros corazones hacia otros es un pecado grave (Stg 3:8-10). Sin embargo, odiar a alguien de tal manera que uno planee y ejecute su muerte es «mayor» en términos de su intención, resultado y castigo. Piensa en mentir: mentirle a alguien está mal. Sin embargo, mentir como funcionario del gobierno y actuar de manera engañosa podría resultar en traición. Una vez más, la persona que lo hace, la intención, el contexto y las consecuencias resultan en un delito más «grave». Piensa en el pecado sexual: toda actividad sexual fuera del pacto matrimonial entre un hombre y una mujer es pecaminosa. Sin embargo, consideramos el pecado sexual de un adulto con un hijo (incesto) o el pecado sexual que es una distorsión del orden creado por Dios, ya sea homosexualidad o zoofilia, como más grave en términos de sus consecuencias y efectos sobre las personas involucradas y su mayor impacto en la sociedad.

La Escritura confirma lo que sabemos que es verdad en nuestra experiencia cotidiana. Debido a nuestra creación como portadores de la imagen y la gracia común de Dios, no podemos erradicar la verdad de Dios de nuestras vidas y conciencias en términos del establecimiento de leyes y demandas morales. Pensemos en cinco verdades que enseñan que la Escritura habla de grados de pecado sin trivializar ningún pecado.

Primero, Génesis 9:6 es un texto importante. Bajo el pacto noético, que permanece en vigor hasta que Cristo regrese, el pecado de asesinato premeditado se menciona como un pecado que exige la pena de muerte para el perpetrador, llevado a cabo por funcionarios gubernamentales apropiados (cp. Ro 13:1-7). No todos los pecados exigen este castigo serio, lo que pone de relieve el hecho de que el pecado específico como la ira y los chismes no son tratados en la misma categoría que el asesinato intencional. Esta verdad se subraya aún más en el antiguo pacto por la distinción entre pecados intencionales y no intencionales.

Segundo, a medida que nos volvemos al pacto y las leyes de Israel, vemos varias distinciones que confirman que la Escritura hace una distinción entre pecados. Por ejemplo, se hacen distinciones entre diferentes niveles de limpieza y de impureza que requieren diferentes sacrificios (Lv 11-15; cp. 1 Cr 1-8), y especialmente entre pecados «involuntarios» e «intencionales» (Nm 15:22 -30). El pecado involuntario puede ser expiado (p. ej., Lv 4), pero ciertos pecados intencionales, específicamente pecados arbitrarios, son tan graves que no pueden ser expiados y requieren la pena de muerte (Nm 15:30). Este tipo de distinción no tiene sentido a menos que pensemos en términos de grados de pecado. También revela las limitaciones dadas por Dios incorporadas en el antiguo pacto que anticipan la necesidad de un nuevo pacto que resulte en una expiación plena y completa en Cristo (Jr 31:34; cp. He 9:1 -10:18).

Tercero, la Escritura también habla de «pecados que claman» que Dios mismo ejecutará juicio porque los humanos y los funcionarios del gobierno han actuado injustamente hacia otros (p. ej., Gn 4:10; 18:20; 19:13; Éx 3:7 -10; Dt 24:14 -15). Nuevamente, no todos los pecados se ponen en esta categoría y estos pecados son resaltados como más graves que otros pecados.

Cuarto, la Escritura enseña que hay diferentes grados de castigo, ligados al conocimiento de una persona de la revelación de Dios que son más «serios» que aquellos que han actuado en ignorancia, y así demandan un castigo mayor (p. ej., Mt 11:21 -24; Lc 12:47 -48; Jn 19:11).

Quinto, dentro de la iglesia también vemos una distinción entre los pecados cometidos en nuestra vida como comunidad. Cuando se trata de la disciplina de la iglesia, ciertos pecados entre los otros pueden ser tratados a nivel personal, sin embargo, si el pecado no concluye en arrepentimiento, otros necesitan ser convocados y finalmente toda la iglesia debe tratar con el pecado del que no se muestra arrepentimiento (Mt 18:15-20). Sin embargo, no todos los pecados se tratan en términos de excomunión. A medida que el pueblo de Dios vive en comunidad, tenemos que aprender cómo demostrar gracia a los demás en nuestra mezquindad y pecado. Sin embargo, hay ciertos pecados que deben ser tratados inmediatamente, incluso públicamente. Por ejemplo, en 1 Corintios 5, un pecado sexual de incesto estaba ocurriendo en la iglesia, algo que ni siquiera los paganos toleran, y que exige una respuesta inmediata. No todo pecado se trata de esta manera. Por otro lado, piensa en cómo el pecado de los ancianos debe ser tratado públicamente (1 Ti 5:20), lo cual no siempre es verdad para otros miembros de la iglesia, debido a su posición de autoridad en la iglesia.

Se podrían citar más ejemplos, pero estos cinco puntos demuestran que la Escritura hace una distinción entre grados de pecado dependiendo del contexto, la intención, la persona involucrada y los efectos generales del pecado en las familias, iglesias y la sociedad en general.

A partir de los pasajes bíblicos señalados, podemos extraer tres razones amplias por las que la Escritura distingue entre pecados y por qué algunos pecados son vistos como más graves que otros en nuestras vidas y relaciones.

Primero, la Escritura hace que las personas sean más responsables de su pecado dependiendo de su conocimiento de la verdad de Dios y su obediencia a ella. Es por eso que Jesús puede hablar de un pecado «mayor» (Jn 19:11), o decir que será más tolerable para Sodoma que para los líderes religiosos que lo han rechazado (Mt 11:21 -24; Lc 10:11-13; 12:47 -48). Con un mayor conocimiento de la voluntad de Dios, se asume una mayor responsabilidad, y el pecado es más «grave» cuando está en contra del conocimiento.

Segundo, y relacionado con el conocimiento de la voluntad de Dios, es que nuestro grado de culpabilidad también está ligado a nuestras intenciones en nuestras acciones. Por ejemplo, el asesinato premeditado es diferente al asesinato involuntario (Gn 9:6). En otro sentido, el pecado involuntario es pecado, pero no está en la misma categoría que el pecado intencional (Nm 15:27 -30; cp. Jr 7:16, 24, 26). Los actos de pecado hechos con pleno conocimiento y desafío a la ley de Dios son vistos como «mayores» que el pecado hecho involuntariamente o por ignorancia.

Tercero, los pecados específicos que son una negación del orden creado por Dios son considerados más «graves» en términos de sus efectos sobre la persona, las familias y la sociedad. Esto es lo que Pablo destaca en Romanos 1:18 -32. Aunque todo pecado ante Dios es pecado y digno de muerte, ciertos pecados tales como la destrucción de la vida humana, la actividad sexual fuera de la creación de Dios del matrimonio heterosexual, incluso la desobediencia a los padres son destacados como «mayores» porque todos ellos son una negación del orden creado por Dios. Es importante recordar esto hoy, ya que muchos intentan argumentar, por ejemplo, que todo pecado sexual es igual en términos de sus efectos y consecuencias, lo cual no es cierto. Todo pecado sexual es erróneo, pero algunos pecados sexuales tienen efectos de mayor alcance. Estos pecados son «mayores» en sus efectos que otros pecados sexuales, y cuando son avalados por la sociedad en general es evidencia de una mayor ruina espiritual y decadencia. Esto no significa que aquellos que practican tales actividades hayan cometido el pecado imperdonable. En Cristo, hay perdón, vida nueva y cambio, pero las consecuencias de tal pecado son más «graves» (1 Co 6:9 -11).

El pecado imperdonable

Hay que mencionar un último asunto: la naturaleza seria del pecado imperdonable. En los Evangelios, este pecado está vinculado a la «blasfemia contra el Espíritu» (Mt 12:32; Lc 12:10); en las epístolas a varias advertencias de rechazar a Cristo y de cometer apostasía (He 6:4-6; 10:26 -31); y el «pecado que conduce a la muerte» (1 Jn 5:16). Aunque cada contexto es diferente, hay algo que tienen en común ligado al conocimiento que tiene la persona y a su aceptación o rechazo de Cristo. En el caso de los Evangelios, los líderes religiosos están atribuyendo la obra de Dios a Satanás, y así rechazan lo que saben del Antiguo Testamento. Están pecando deliberadamente contra lo que saben que es verdad. En las epístolas, esto se describe en términos del pecado de apostasía. La apostasía se define mejor como un rechazo deliberado de la verdad. Las personas que se han identificado formalmente con Cristo, deliberadamente se apartan de la verdad, y evidencian que, aunque se hayan identificado con el pueblo de Dios, nunca fueron verdaderamente regenerados y creyentes en Cristo (1 Jn 2:19). ¿Por qué este pecado es visto como imperdonable? Por la razón de que una vez que uno rechaza a Cristo de una manera completa y total, no hay salvación fuera de Él, y así la persona permanece condenada para siempre en su pecado.

¿Cómo se sabe si alguien ha cometido este pecado? Probablemente nunca podremos saberlo con certeza, ya que hay muchos ejemplos como Pablo, que persiguió a la iglesia pero fue llevado a la salvación por la gracia soberana de Dios (1 Co 15:9; cp. 1 Ti 1:13-16). Solo observando toda la vida de una persona, se puede evaluar si una persona que alguna vez se identificó con Cristo ha cometido apostasía al apartarse de Él. Una persona que cree que puede haber cometido este pecado ciertamente no lo ha hecho, ya que las personas que han cometido apostasía no están preocupadas por su salvación y relación con Cristo. Sin embargo, la Escritura advierte severamente a las personas que han conocido la verdad, pero ahora persisten en abierto desafío al evangelio.

Entonces, ¿enseña la Escritura que hay grados de pecado? La respuesta es que sí, pero al hacer tal afirmación uno nunca puede relativizar la naturaleza seria de todo pecado. El pecado destruye nuestra relación con Dios, el uno con el otro, nosotros mismos y todo el orden creado. Nuestra única esperanza se encuentra en Cristo Jesús, a quien el Padre ha enviado, para redimirnos, justificarnos y transformarnos de nuestros pecados.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Sol Acuña Flores.


Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

Notas al pie

1 Ver John Calvin, Institutes of the Christian Religion, 2.8:59.
2Catechism of the Catholic Church, 2nd ed. (Washington, DC: United States Catholic Conference, 2000), 454.
3 Ibid.
4Ibid., 455.

Lecturas adicionales

  • Catechism of the Catholic Church, 2nd, rev. (Washington, DC: United States Catholic Conference, 2000).
  • G. C. Berkouwer, Sin (Grand Rapids: Eerdmans, 1971).
  • Robert Gonzales, “The Greater Sin: Are There Degrees of Sin?
  • Wayne Grudem, Systematic Theology (Grand Rapids: Zondervan, 1994).
  • Thomas H. McCall, Against God and Nature: The Doctrine of Sin (Wheaton: Crossway, 2019).
  • Anthony Hoekema, Created in God’s Image (Grand Rapids: Eerdmans, 1986).