×

Definición

La idolatría, la adoración de algo que no sea Dios, está en la raíz de todo pecado porque el pecado busca robar la gloria de Dios, el único que la merece, y tomarla para el pecador.

Sumario

Adán y Eva fueron creados en el huerto del Edén para gobernar como reyes, sacerdotes y profetas, trayendo gloria a Dios su Creador. Su pecado, entonces, fue que determinaron traer gloria a sí mismos en lugar de a Dios. En resumen, se adoraban a sí mismos en lugar de adorar a Dios. Israel continuó este modelo de idolatría, deseando adorar a un dios, el becerro de oro, que —según ellos— les daría lo que deseaban en lugar de esperar a que el verdadero Dios les dijera lo que deseaba. Al igual que Adán y Eva en el jardín, el pueblo de Israel consideró insuficiente la Palabra de Dios. Jesús vino y restauró a la humanidad a sus roles como reyes, sacerdotes y profetas obedientes a través de su vida fiel, la cual terminó al tomar el castigo por nuestro fracaso idolátrico  al hacer lo mismo. Ahora, los cristianos viven en la superposición de estas dos edades, aún sufriendo bajo la maldición del pecado y luchando contra las tendencias del viejo Adán, al mismo tiempo que nuestras mentes son renovadas por el Espíritu a la imagen de Cristo.

Adán y Eva: El comienzo de la historia

Génesis 1-2 describen a Dios creando los cielos y la tierra para ser Su hogar cósmico, para poder gobernar y morar con el orden creado. En el sexto día, Dios creó a Adán y Eva para ser su imagen en la tierra, para gobernar como reyes, sacerdotes y profetas (Gn 1:27-30; 2:7-24). Ser creados a imagen de Dios significa que Adán y Eva lo representan en la tierra en todos sus pensamientos y acciones. Es la huella divina de Dios en la humanidad lo que refleja sus atributos y funciones divinas. Como reyes, la primera pareja debe gobernar como Dios gobierna. La Tierra, aunque es “buena”, todavía requiere manejo y subordinación (Gn 1:28). Como sacerdotes, Adán y Eva deben extender la gloria de Dios hasta los confines de la tierra trasplantando el Edén (Gn 2:15). Dios habita con Adán y Eva en el jardín, así que donde va el jardín, su gloria sigue. Como profetas, deben aprender y aplicar la ley de Dios a cada faceta de sus vidas (Gn 2:16-18). Por lo tanto, Dios crea a la humanidad para que permanezca totalmente dependiente de Él y lo represente fielmente en la tierra.

A medida que volvemos nuestra atención a Génesis 3, no debemos perder de vista la responsabilidad de Adán y Eva de ser la imagen de Dios sobre la tierra. La serpiente desafía estratégicamente su triple oficio como reyes, sacerdotes y profetas, engañándolos para que desechen la imagen de Dios y se vuelvan independientes de Él y funcionen a su propio nivel. La tentación, en su mismo centro, es llegar a ser “como Dios” (Gn 3:4); gobernar y pensar como Él. El engaño de la serpiente resultó demasiado para Eva y sucumbió. Adán tampoco se aferró a las promesas de Dios y rápidamente siguió el ejemplo de ella. Como afirma el Catecismo de Westminster: “El pecado es cualquier falta de conformidad o transgresión de la ley de Dios” (14). Es decir, cualquier pensamiento, acción, disposición, etc., que no caiga en conformidad con los mandamientos y la gloria de Dios es “pecado”. Lo que lleva a Adán y Eva por mal camino es su creencia infundada de que deben traer gloria a sí mismos, para disfrutar de lo que solo Dios disfruta. En la raíz de todo pecado está la idolatría, la adoración de algo que no sea Dios. Fundamentalmente, las cosas creadas no deben adorar ninguna parte del orden creado; las imágenes no deben adorar a otras imágenes, a sí mismas u otras. La primera instancia de idolatría registrada en la Biblia dio lugar a una “tragedia cósmica” (véase Stephen G. Dempster, Dominion and Dynasty, 65).

El pecado de la primera pareja conmocionó todo el cosmos. Inmediatamente vemos los efectos de sus acciones: ellos “conocieron que estaban desnudos” (Gn 3:7). La palabra para “desnudo” se relaciona con la palabra hebrea para “astuto” (Éx 21:14; Jos 9:4; Job 5:13). Recordemos que algunos versículos anteriores en 3:1, la serpiente es considerada “más astuta que cualquiera de los animales del campo” (3:1). La pareja, como resultado de la caída, se asemeja a las características de la serpiente (ver Meredith G. Kline, Génesis: A New Commentary, 22). En lugar de representar a Dios en la tierra, Adán y Eva empiezan a representar a la serpiente. La adoración conduce inevitablemente a la transformación, al bien o a la ruina (véase G.K. Beale, We Become What We Worship, 16). Su lealtad ha cambiado, y ahora su triple función será usada como arma para la destrucción. La humanidad, fuera de la gracia de Dios, abusará unos de otros, contaminará la tierra de Dios y promoverá mentiras y engaños. Pero esta no es la última palabra. Más adelante en el capítulo 3, Dios promete que un descendiente de Eva se levantará y logrará lo que Adán y Eva no pudieron lograr (Gn 3:15). Ellos fallaron en gobernar sobre la serpiente y librar al Edén de ella, así que ahora un fiel portador de la imagen de Dios obedecerá donde ellos desobedecieron. Por medio de la fidelidad de uno, el pecado y la idolatría serán deshechos y el pueblo de Dios algún día poseerá una imagen restaurada.

La nación de Israel: Más de lo mismo

Al considerar ahora a la nación de Israel, gran parte de lo que veremos corresponde a Adán y Eva en el jardín. Debemos considerar a Israel como un Adán corporativo. Lo que es cierto sobre Adán es generalmente cierto sobre Israel. Como a Adán, Dios ordena a Israel a que sean reyes, sacerdotes y profetas (Éx 19:6; cp. Is 43:1). Pero también como Adán, Israel pecó contra Dios cometiendo idolatría. La serpiente engañó a la primera pareja atrayéndolos con la oferta de convertirse en dioses y operar fuera de Dios. Lo mismo puede decirse del fracaso de Israel.

Mientras Moisés está en lo alto del Sinaí en comunión con el Señor, Israel se impacienta. Se preguntan si Moisés se olvidó de ellos. Así que, en lugar de esperar pacientemente en el Señor, toman el asunto en sus propias manos (Éx 32:1). En lugar de actuar como un fiel portador de la imagen de Dios y animar a la nación a confiar en Dios, Aarón diseñó un becerro de oro con los pendientes de oro (Éx 32:2-5). Israel explícitamente entonces rompe los dos primeros mandamientos (Éx 20:3-4). Pero la violación de los mandamientos reveló un problema fundamental en los corazones de los israelitas: la falta de confianza en la Palabra de Dios. Él prometió que habitaría en su pueblo y que su presencia vivificante los nutriría y protegería (Éx 19:5-6). Al igual que Adán y Eva en el jardín, consideraron insuficiente la Palabra de Dios. Los israelitas querían dictar los términos de su preservación. Querían estar a cargo de su destino. Querían ser dioses y adorar al becerro de oro era un medio para ese fin.

Recordemos que después de la caída, Adán y Eva se vieron “desnudos” (Gn 3:7), un incidente que revela su transformación en la imagen de la serpiente “astuta” (Gn 3:1). Sorprendentemente, Éxodo 32 retrata la adoración idolátrica de Israel al becerro fundido en un lenguaje que describe al ganado rebelde para transmitir la idea de que Israel se había convertido en el objeto de su adoración. Israel es llamado un “pueblo de dura cerviz” que estaba “desenfrenado” y “fuera de control” (Éx 32:9, 24-25). El Israel pecador es objeto de burla al ser representado metafóricamente como vacas rebeldes corriendo frenéticamente, porque la nación se había vuelto tan espiritualmente sin vida como el becerro de oro inanimado. La adoración siempre conduce a la transformación, por lo que la adoración falsa, que es idolatría, resultará en la autodestrucción e incurriendo en el juicio de Dios.

A pesar del comportamiento traicionero de Israel, todavía hay esperanza. La promesa de un libertador venidero es una parte integral del pacto de Dios con Israel. La intención principal de Dios, de poblar la tierra con su fiel imagen, se cumplirá. Incrustado dentro de la ley de Israel, permanece la esperanza de que un futuro individuo llene los zapatos de Adán y de Israel, pero  que Él obedezca donde ellos fracasaron. También dentro del sistema de sacrificios hay la expectativa de que Dios algún día enviaría el sacrificio final que soportaría los pecados del pueblo de Dios. El pecado no tendrá la palabra final.

Jesús: El fiel

Uno de los elementos sorprendentes del ministerio terrenal de Jesús es su prerrogativa de volver a trazar los pasos de Adán e Israel. Debe tener éxito donde ellos fracasaron. Su principal responsabilidad es salvar a la humanidad de su pecado e idolatría. Es por eso que el ángel instruye a José que le ponga por nombre Jesús, “porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados” (Mt 1:21). Debido a la caída de Adán y Eva, el mayor problema de la humanidad es la separación de Dios. El pecado hizo una brecha entre Dios y aquellos a su imagen. Por lo tanto, Dios envía a su Hijo al mundo para resolver el problema del pecado de la humanidad llevando la ira del Padre y reconciliándonos con Él.

Los Evangelios sinópticos afirman que el diablo tentó a Jesús durante un período de cuarenta días (Mt 4:2; Mc 1:13; Lc 4:1-2). La calificación de que esto ocurrió en el desierto junto con los cuarenta días recuerda la tentación de Israel en el desierto. Números 14:34 dice por qué el castigo de Dios a Israel duró cuarenta años en el desierto: “Según el número de los días que ustedes reconocieron la tierra, cuarenta días, por cada día llevarán su culpa un año, hasta cuarenta años, y conocerán mi enemistad”. Cada día de infidelidad corresponde a un año de castigo. La fidelidad de Cristo en el desierto durante cuarenta días es un microcosmos tipológico de la experiencia de cuarenta años de Israel de vagar infielmente por el desierto y la tentación de Adán y Eva en el jardín.

El apóstol Pablo explica que Dios “en su tolerancia, pasó por alto los pecados cometidos anteriormente” (Ro 3:25). Según el Antiguo Testamento, Dios prometió castigar el pecado al final de la historia (p. ej., Is 40:2; Ez 44:29), y Dios lo hizo al juzgar a su Hijo en nombre de su pueblo. La muerte de Cristo es un acontecimiento escatológico, ofreciendo vida a aquellos que confían en Él (Jn 3:16; Ef 2:8-9) y juicio sobre los que no lo hacen (Jn 3:18). El pecado y la idolatría fueron deshechos a través de la fidelidad de Cristo.

La iglesia: Santos en la superposición de los siglos

Los creyentes viven ahora en lo que a menudo se llama el “ya, pero todavía no”, o la “superposición de las edades”. En su mayor parte, el Antiguo Testamento anticipó que el Mesías vendría, vencería a los enemigos de Israel, sufriría en nombre del pueblo de Dios, establecería el reino eterno y daría comienzo a la resurrección de los creyentes. Todos estos eventos iban a ocurrir juntos al final de la historia. Aunque la venida de Cristo comenzó a cumplir estas expectativas, no las llevó a su pleno cumplimiento final. Las promesas del Antiguo Testamento “ya” han comenzado a cumplirse aquí y ahora, pero están por cumplirse plenamente en la segunda venida de Cristo, “todavía no”. Por lo tanto, el pueblo de Dios, aunque justificado y resucitado espiritualmente a causa de su unión con el Último Adán (Ro 5:19; Ef 2:5 -6; Col 3:1), aún peca y comete idolatría. Los santos están viviendo en la superposición de dos edades. Aunque los creyentes son resucitados espiritualmente, el pecado todavía mora en ellos y continuarán pecando hasta el día de su resurrección corporal. Todos nuestros pensamientos y acciones están, en algún nivel, contaminados con el pecado. El viejo Adán aún vive dentro, aunque ya no es dominante.

Tal disonancia escatológica afecta cómo entendemos el pecado y la idolatría en el presente. Puesto que tenemos un nuevo nacimiento en Cristo o, como dice Pablo, somos una “nueva creación” (2 Co 5:17), tenemos poder sobre el pecado, porque ya no es nuestro amo (Ro 6). Romanos 12:2 afirma: “Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente”. A diferencia de los incrédulos que son transformados en las imágenes de sus ídolos (Ro 1:21-32), los creyentes deben ser transformados en la imagen de Cristo. Dios ha comenzado a restaurar nuestra imagen por medio de Cristo. En Él, los creyentes son verdaderos reyes, sacerdotes y profetas, quienes de manera consciente y continua adoran a Cristo mediante la lectura de la Biblia, la oración, la participación en un cuerpo local de creyentes, etc. Eso es lo que los creyentes están llamados a hacer, pero ahora debemos considerar lo que no deben hacer.

La idolatría es más que inclinarse ante un ídolo físico. Es, como hemos visto, cualquier adoración fuera de Dios. El Nuevo Testamento a menudo une la idolatría con el comportamiento injusto. 1 Corintios 6:9, por ejemplo, dice: “¿O no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se dejen engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales” (cp. 1 Co 5:10-11; 8:1-10; 10:7,14, 19; Gá 5:20; Ef 5:5).

Uno de los pasajes más difíciles de digerir en el Nuevo Testamento ocurre en Santiago 4:4, donde etiqueta a algunos dentro de sus congregaciones como “almas adúlteras” (4:4). El término “adúlteras” parece extraño y le da al lector una pausa. El término recuerda varios pasajes clave dentro del libro de Oseas donde el profeta castiga a los israelitas “adúlteros” por quebrantar el pacto (Os 2:4; 4:2, 13—14; 7:4). En lugar de aferrarse al Señor en obediencia como una novia fiel, los israelitas abrazaron a los falsos dioses de las naciones paganas (Os 1:2; 2:2-13). El punto de la alusión es que la audiencia de Santiago está “en peligro de la misma clase de infidelidad del pacto”, que fue generalizada en los días de Oseas (véase Karen H. Jobes, “Los profetas menores griegos en Santiago” en ¿Qué dice la Escritura?: Estudios sobre la función de las Escrituras en el judaísmo temprano y el cristianismo, vol. 2, 147-58, disponible en inglés).

Por lo tanto, los creyentes de hoy están llamados a ser reyes fieles, sacerdotes y profetas, dedicados exclusivamente al Dios trino. Aquellos que se aferran a Cristo y renuncian a las alusiones de este mundo vivirán para siempre en los nuevos cielos y tierra donde Dios perfeccionará nuestra adoración y nos librará del pecado y la idolatría (Ap 21:1-22:5).


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Jenny Midence-Garcia. 

Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.