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Si los últimos dos años nos han enseñado algo es que nuestros planes son volubles y frágiles. Los planes para estudiar en el extranjero, cambiar de trabajo, mudarse de ciudad y aun casarse han sido aplastados por un virus microscópico. Pero cuando nos detenemos y reflexionamos, algunos de nosotros podemos darnos cuenta de que, con frecuencia, la vida no es lo que esperamos que sea, aun sin esta pandemia.

Con frecuencia, la vida no es lo que esperamos que sea, aun sin esta pandemia

Para muchos de nosotros, la vida sigue un plan que se da tan por sentado que casi parece predestinado: graduarse de la universidad, tener un trabajo respetable, casarse con el amor de su vida y tener un hijo sano. Pero para algunos de nosotros, la vida toma un rumbo inesperado: no aprobamos el examen de admisión, no podemos conseguir un trabajo significativo, nunca encontramos esposo o esposa, no podemos tener hijos.

¿Qué hacemos cuando nuestros planes fracasan? ¿A dónde vamos cuando la vida no es lo que esperábamos que fuera? Si no es según nuestros planes, ¿cómo viviremos? Descubrimos un camino menos transitado a través de las vidas de Abraham y Sara, un mejor camino por recorrer: no vivir según nuestros planes, sino según la promesa de Dios.

Las promesas de Dios brillan cuando nuestros planes fallan

El «plan de vida estándar» está ligado a la idea de familia. Planeamos casarnos a los veinticinco, ser padres a los treinta y, a partir de ahí, nuestras vidas son moldeadas por nuestros hijos: desde su primer día en la escuela, su graduación y eventualmente por su propio matrimonio e hijos. Muchos de nuestros planes más preciados giran en torno a la familia.

No fue muy diferente para Abraham. Después de todo, el plan de Dios para la humanidad era: «Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla» (Gn 1:28). A lo largo de los primeros capítulos del Génesis, los niños son el signo definitivo de la bendición divina: la «vida bendita» era una vida familiar. Imagínate entonces la tragedia no planificada de que Sara no tuviera hijos (Gn 11:30). Para ella, como para las mujeres infértiles de hoy, esta incapacidad destruyó uno de los planes más preciados de la vida. Su vida no podía ser lo que esperaba.

Sin embargo, los planes fallidos suelen ser el preludio de las promesas fieles de Dios. En el sufrimiento continuo de sus sueños no realizados, Dios promete a Sara y Abraham el regalo, no solo de un niño, sino de toda una nación (Gn 12:1-3). Sara se convertiría en la madre, no solo de un hijo, sino de una «descendencia como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar» (Gn 22:17).

Los planes fallidos suelen ser el preludio de las promesas fieles de Dios

Las promesas de Dios brillan cuando nuestros planes fallan. Es difícil no sentirse maldecido por Dios cuando vemos que nuestros amigos encuentran trabajo mientras nosotros seguimos desempleados, se casan mientras permanecemos solteros y tienen hijos mientras permanecemos sin hijos. Sin embargo, nuestros planes fallidos pueden ser simplemente la extraña bendición de Dios, su misericordia severa, para ayudarnos a contemplar su mayor promesa.

Irónicamente, uno de los grandes riesgos de que nuestros planes de vida siempre tengan éxito es la posibilidad de que nunca notemos las promesas de Dios o, al menos, que nunca nos demos cuenta de nuestra necesidad de ellas. Sin embargo, en palabras de Annie Johnson Flint, cuya vida estuvo marcada por una pérdida incalculable: «cuando hemos llegado al final de nuestros recursos acumulados, la dádiva completa de nuestro Padre apenas comienza». De una manera agridulce, nuestros planes fallidos podrían ser una bendición misteriosa que nos ayuda a experimentar la mayor promesa de Dios de una manera más profunda.

Es difícil creer en las promesas de Dios, pero son dignas de nuestra confianza

Por supuesto, no siempre es fácil confiar en las promesas de Dios; de hecho, casi siempre desafían la forma en que percibimos nuestra realidad. ¿Quién creería que Dios podría sacar vida de un útero estéril y mucho menos una nación entera? Aun Sara se rió con incredulidad ante la promesa de Dios de un niño (Gn 18:12). Sin embargo, Hebreos nos asegura que de alguna manera, ella «consideró fiel a Aquel que lo había prometido» (He 11:11) Tan difícil como haya sido, ella confió en el Señor.

Puede ser difícil creer en las promesas de Dios, pero son dignas de nuestra confianza. Después de todo, Dios llamó a Abraham a dejar todo lo que había conocido, sacrificar casa y hogar y crucificar todos sus planes de vida; todo por una promesa que aparentaba ser imposible (Gn 12:1). A pesar de lo difícil que era, eso fue justo lo que hizo Abraham: «salió sin saber adónde iba» (He 11:8). Al igual que el apóstol Pablo, decidió andar por fe y no por vista (2 Co 5:7). En lugar de vivir según sus planes, eligió vivir según la promesa de Dios.

Puede ser difícil confiar en las promesas de Dios, pero son diez veces más dignas de nuestra confianza…  vale la pena poner nuestras vidas en el fuego por ellas

Cuando todos nuestros planes fracasan, no solo nos lamentamos por un pasado no vivido, también tememos a un futuro desconocido. Sin trabajo, matrimonio o hijos, nos preguntamos: «¿Cómo ganaré suficiente dinero para sobrevivir? ¿Quién me amará cuando esté solo? ¿Quién me cuidará cuando sea viejo y frágil?». Es precisamente en esos momentos de miedo que puede ser difícil confiar en las promesas de Dios, pero son diez veces más dignas de nuestra confianza. Aun cuando Abraham eligió el miedo sobre la fe repetidas veces, Dios demostró que sus promesas no se pueden romper (Gn 12:10-20; 20:1-18). Por imposibles que parezcan y por infieles que seamos, sus promesas son tan seguras que vale la pena poner nuestras vidas en el fuego por ellas.

Cuando temamos que nuestros planes futuros nunca se cumplirán, es entonces cuando debemos aferrarnos con más fuerza a las promesas de Dios. De hecho, Dios puede llamarnos a crucificar nuestros planes de vida más preciados —planes de trabajo, de matrimonio y de hijos—, pero es en nuestro miedo que Él nos llama a vivir por fe.

Las promesas de Dios son mucho mejores que nuestros planes

Es interesante que Abraham en realidad nunca disfrutó de las bendiciones de la promesa de Dios. Al final de su vida tenía algunos hijos, pero nada comparado a la nación prometida. Todo lo que poseía de la tierra prometida de Canaán era una pequeña parcela que servía de sepultura cerca de Hebrón (Gn 23:19-20; 25:1-6). Desde afuera, Abraham y Sara murieron como muchos de nosotros tememos morir: no realizados. Pero en realidad, murieron como todos deberíamos morir: en fe. Murieron con una confianza inquebrantable en la promesa mayor de Dios, no por la bendición terrenal de Canaán, sino por «una patria mejor, es decir, la celestial» (He 11:16). Murieron confiando en que las promesas de Dios son mucho mejores que nuestros planes.

En ninguna parte de la Biblia Dios promete las bendiciones terrenales del trabajo, el matrimonio o los hijos, y tampoco promete cambiar nuestra situación de vida, aunque puede hacerlo. Lo que Él promete es mucho mejor. Promete toda bendición espiritual en Cristo: elección incondicional, adopción como hijos, redención por su sangre, perdón de pecados y el don de su Espíritu (Ef 1: 3-14). Cuando lamentamos la pérdida de nuestros planes terrenales, Dios nos invita a disfrutar el regalo de sus mejores promesas celestiales.

Cuando lamentamos la pérdida de nuestros planes terrenales, Dios nos invita a disfrutar el regalo de sus mejores promesas celestiales

Para muchos de nosotros, parece imposible imaginar que las promesas de Dios puedan ser mejores que nuestros mejores planes. Creemos que lo que sea que Él nos dé nunca podrá satisfacernos más que un trabajo estable, un matrimonio amoroso o un hijo sano. Con demasiada frecuencia dudamos de la bondad de las promesas de Dios simplemente porque no se alinean con nuestras esperanzas y sueños terrenales. Pero en las vidas de Abraham y Sara, Dios nos muestra que sus promesas son infinitamente mejores que la mejor vida que pudiéramos planear. Entonces, cuando la vida no sea lo que esperábamos que fuera, ¿insistiremos en vivir según nuestros planes o, en cambio, elegiremos vivir según la promesa de Dios?

  • Cuando nuestros planes de trabajo fracasen, ¿viviremos de acuerdo con la promesa de Dios de que Él proveerá para todas nuestras necesidades (Mt 6:25-34)?
  • Cuando nuestros planes para el matrimonio sean aplastados, ¿viviremos de acuerdo con la promesa de Dios de que nada nos separará de su amor (Ro 8:38-39)?
  • Cuando nuestros planes para los niños se evaporen, ¿viviremos de acuerdo con la promesa de que Dios nos da cien veces más (hermanos y hermanas, madres e hijos) en este tiempo y en los tiempos venideros (Mr 10:29-31)?
  • Cuando nuestros planes para un nuevo comienzo y una segunda oportunidad en la vida se nos escapen de las manos, ¿viviremos según la promesa de Dios de una nueva vida y una nueva identidad en Jesús (Col 3:1-4)?

Para muchos de nosotros, en la pandemia o no, la vida no se ha convertido en lo que esperábamos. A estas alturas, deberíamos ser trabajadores, maridos, esposas, padres o tal vez incluso abuelos. Pero la vida no ha ido según lo planeado, o al menos, no ha ido según nuestros planes.

¿Por qué no elegir vivir según la promesa de Dios? ¿Por qué no elegir caminar por el mejor y más sabio camino de Proverbios?

«Muchos son los planes en el corazón del hombre, mas el consejo del Señor permanecerá» (Proverbios 19:21).


Publicado originalmente en The Gospel Coalition: Australia. Traducido por Equipo Coalición.
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