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Por fin terminó la etapa universitaria y tú y tu pareja han empezado a congregarse en una nueva iglesia. Les encanta. El predicador abre la Biblia cada semana, expone un pasaje de la Escritura y lo aplica a tu vida. Esta nueva iglesia te recuerda mucho a aquella donde creciste.

Así que, después de congregarse durante varios meses, tú y tu pareja se sienten impulsados a comprometerse y a involucrarse más. Se inscriben en la clase de membresía de cuatro semanas, ansiosos por dar este siguiente paso. En la primera semana, un pastor enseña todo sobre la historia y la misión de la iglesia, lo cual te emociona. En la segunda semana, sales renovado al recordar doctrinas cristianas fundamentales y el lugar que ocupa esta iglesia en una comunión de iglesias. Pero en la clase de la tercera semana, cuando el pastor empieza a repasar el pacto de membresía, te sientes incómodo.

«Los miembros afirman el llamado de la Escritura a la pureza y se comprometen a abstenerse de toda actividad sexual fuera del matrimonio».

Tú y tu pareja han estado viviendo juntos desde que dejaron las residencias universitarias. Solo tienen planes que alguna vez han hablado de casarse algún día. Miras a tu pareja con incomodidad. ¿Significa esto que estamos… pecando contra Dios?

La sabiduría popular de hoy dicta que un paso clave entre el noviazgo y el matrimonio consiste en que un hombre y una mujer jóvenes «pongan a prueba» su relación viviendo juntos, compartiendo la misma casa y casi siempre la misma cama. Según una encuesta reciente de Barna, el 65 % de los adultos estadounidenses cree que la cohabitación es una buena idea. Incluso muchos evangélicos se muestran ambivalentes respecto a vivir juntos y tener relaciones sexuales antes del matrimonio y, como observa un informe reciente de Christianity Today, a muchos pastores les resulta difícil responder ante esto.

Entonces, ¿qué es lo correcto? ¿Es la cohabitación un período de prueba saludable para el matrimonio? ¿Es una buena manera de que dos personas vean si son lo suficientemente compatibles como para asumir un compromiso para toda la vida? Si no es así, ¿por qué?

Obedece a Jesús con tu cuerpo

Para comprender este asunto, primero es importante escuchar las palabras de Jesús. Él dijo que seguirle significa consagrar todo nuestro ser, cuerpo y alma: «Si alguien quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y que me siga» (Mt 16:24).

Considera las palabras de Jesús a Sus discípulos antes de que Él fuera a la cruz: «Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos». (Jn 14:15). O las palabras de Pablo cuando instó al pueblo de Dios a que «presenten sus cuerpos como sacrificio vivo», una forma de «adoración espiritual» (Ro 12:1).

A diferencia del popular lema «Mi cuerpo, mi decisión» que enmarca muchas conversaciones sobre la sexualidad, la Escritura dice que nuestros cuerpos fueron hechos con esmero por un Creador amoroso (Gn 1-2) desde el momento de la concepción (Sal 139). También dice que los cuerpos del pueblo redimido de Dios sirven como «templo del Espíritu Santo» (1 Co 6:19-20). No podemos separar las acciones del cuerpo de las acciones del corazón y del alma.

Entonces, ¿qué dice Dios sobre nuestros cuerpos cuando se trata de la sexualidad?

El diseño de Dios para el sexo

Primero, la Biblia nos dice para qué es la sexualidad. Dios, después de todo, es quien creó nuestros cuerpos y la sexualidad humana. Desde el principio, Él revela Su propósito para el sexo. Génesis dice: «Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn 2:24). Esto significa que el sexo está diseñado para ser parte de una unión de una sola carne, un compromiso hecho entre un hombre y una mujer delante de Dios en el pacto del matrimonio. Tanto Jesús como Pablo afirmaron esto (Mr 10:7-9; Ef 5:31-33).

Lo que hacemos con nuestros cuerpos le importa a Dios, y si estamos comprometidos a seguir a Jesús, estaremos comprometidos a seguir Su plan para nuestras vidas

Pablo dice que el matrimonio es una señal y un símbolo insertado en la creación para señalar el amor de Cristo por Su iglesia. El designio de Dios para nuestra sexualidad no solo es bueno para nuestro florecimiento, sino que además tiene implicaciones cósmicas. Nuestra disposición a reservar nuestros cuerpos para aquella persona a quien hemos comprometido nuestra vida hace una declaración al mundo sobre el amor comprometido de Cristo por Su Novia.

Por esto la Escritura considera que el sexo fuera de un matrimonio entre un hombre y una mujer es pecado. Considera Efesios 5:1-3: «Sean, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y anden en amor, así como también Cristo les amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma. Pero que la inmoralidad, y toda impureza o avaricia, ni siquiera se mencionen entre ustedes, como corresponde a los santos».

O Hebreos 13:4: «Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho matrimonial sin deshonra, porque a los inmorales y a los adúlteros los juzgará Dios».

Estos son solo dos de los numerosos pasajes del Nuevo Testamento que califican la actividad sexual fuera del matrimonio como pecado. La Escritura ilumina lo que instintivamente sabemos: el sexo es más que una transacción placentera entre dos adultos que dan su consentimiento. Incluso muchos que no comparten la fe cristiana están empezando a reconocer esto. Considera a Louise Perry, la periodista británica cuyo libro The Case Against the Sexual Revolution [Argumentos contra la revolución sexual] admite que la ética prevaleciente del «consentimiento» de la revolución sexual ha fracasado. Todos debemos reconocer la profunda unidad emocional y espiritual que se produce cuando un hombre y una mujer se unen en intimidad física.

Nuestros cuerpos no son autónomos. Pertenecemos a nuestro Creador. No nos pertenecemos. Es más, el Espíritu de Dios mora en nosotros como Su templo (1 Co 6:15-20). Así que la actividad sexual fuera del matrimonio es un pecado grave contra Dios. No es imperdonable. No está más allá de la gracia redentora y restauradora de Dios. Pero lo que hacemos con nuestros cuerpos le importa a Dios, y si estamos comprometidos a seguir a Jesús, estaremos comprometidos a seguir Su plan para nuestras vidas, incluyendo el sexo.

La cohabitación disminuye el compromiso

Las parejas deben evitar vivir juntas antes del matrimonio por obediencia a Cristo. Pero también hay razones pragmáticas para rechazar la cohabitación. Las reglas de Dios para nuestra sexualidad no pretenden ser arbitrariamente restrictivas. Son para nuestro florecimiento. Según las últimas investigaciones, vivir juntos no siempre conduce a un mayor compromiso relacional, ni al matrimonio.

Un estudio mostró que seis años después de empezar a cohabitar, el 54 % de las parejas se separaron y solo el 33 % se había casado. Incluso a quienes viven juntos y sí se casan les resulta más difícil mantener este compromiso en comparación con quienes no lo hacen. Otra encuesta encontró que las parejas que cohabitaban y luego se casaron tenían una mayor probabilidad de divorcio que las que no lo hicieron. Un académico dice: «Al vivir ya juntos, es probable que ambas partes hayan desarrollado un patrón de pensamiento del tipo “¿y si esto no funciona?”, pensando que podrían simplemente mudarse e irse, lo que puede socavar ese sentido de compromiso que es esencial para un matrimonio próspero». Esto es totalmente cierto.

En lugar de servir como un ensayo para el matrimonio, la cohabitación crea hábitos equivocados

En lugar de servir como un ensayo para el matrimonio, la cohabitación crea hábitos equivocados. Poner la intimidad física antes que el compromiso entrena a tu corazón para buscar una vía de escape cuando las cosas van mal. Pero al hacer primero un pacto con votos ante Dios y testigos, el esposo y la esposa ponen su compromiso antes que su intimidad. Este orden libera a cada cónyuge para confiar plenamente en el otro con su yo más vulnerable (en el acto sexual) sin temor al abandono. Tim Keller describió acertadamente la cohabitación como «una larga audición». En lugar de cimentar un compromiso, vivir juntos a menudo conduce a la disfunción relacional y a lo que los investigadores llaman «cohabitación en serie».

«Una larga audición» es un ataque subconsciente pero real al significado del amor, que es un compromiso vinculante en los mejores y peores momentos. El acto de intimidad física fue diseñado por Dios como símbolo y celebración de esa unidad, no como un campo de pruebas para el amor. Una comentarista en un programa de televisión lamentó la falta de compromiso: «Cuando cohabitas con alguien, esencialmente estás desempeñando el papel de esposa gratis… ¿Por qué casarse?». Sin un pacto, sin la promesa de «hasta que la muerte nos separe», uno no puede conocer ni ser plenamente conocido por el otro. Habrá temor al abandono, una retención de la vulnerabilidad y la verdadera intimidad, un sentimiento furtivo en el fondo de la mente de que tu «pareja» podría simplemente marcharse.

Lamentablemente, muchos lo hacen. Michael McManus descubrió que «las parejas que viven juntas están apostando y perdiendo en el 85 % de los casos. Muchos creen el mito de que están en un “matrimonio de prueba”. En realidad se parece más a un «divorcio de prueba”». Esto debería recordarnos, de nuevo, cómo Pablo señala el matrimonio como una señal del amor comprometido de Cristo por Su iglesia. Su amor por nosotros como Su Novia no es condicional, sino que está garantizado por Su sangre. Así que nuestro conocimiento de que Él nunca nos dejará nos impulsa a conocerlo más plenamente.

¿Qué deberías hacer?

Volvamos a la pareja que describí al principio de este artículo. Suponiendo que quieran obedecer a Cristo y crear las condiciones para un matrimonio fiel y gozoso, ¿cuál es su siguiente paso? Si su situación describe la tuya, ¿qué deberías hacer tú?

1. Vuélvete a Cristo.

Aunque el sexo antes del matrimonio es un pecado grave contra Dios, no es un pecado imperdonable. Jesús murió en la cruz y derramó Su sangre por tus pecados. 1 Juan 1:9 nos recuerda que si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos y para limpiarnos de toda maldad.

Si eres un cristiano en una relación pecaminosa de cohabitación, busca el perdón en la cruz. Si aún no eres cristiano, si no has puesto tu fe en Jesús como Salvador y Señor, vuélvete de tus pecados y acepta la oferta gratuita de salvación de Cristo (Ef 2:8-9). Romanos 10:9 dice «que si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo».

2. Comprométete a una obediencia radical.

¿En qué consiste específicamente la obediencia? Debido a que el arrepentimiento implica apartarse del pecado, debes hacer inmediatamente los arreglos necesarios para dejar de cohabitar, incluso si esto implica algún sacrificio a corto plazo.

Si ambos planean casarse, hay algunos caminos a seguir. Una opción es pedirle a tu pastor que oficie una boda sencilla lo antes posible, aunque quizá más tarde quieran planear una ceremonia más formal con la familia y los amigos. Otra opción es que uno de los cónyuges se mude y se quede con familiares o amigos mientras se hacen los planes de compromiso y matrimonio.

Sin un pacto, sin la promesa de «hasta que la muerte nos separe», uno no puede conocer ni ser plenamente conocido por el otro

Ambos caminos requerirán sacrificio y cambiar sus planes. Pero este sacrificio revela su compromiso de obedecer a Cristo, y les permite a ti y a tu pareja empezar de nuevo su relación con un tiempo de abstinencia que puede restablecer sus hábitos y comenzar su matrimonio con una visión más saludable del compromiso, el amor y la intimidad.

En algunas situaciones, la obediencia a Cristo puede requerir decisiones más difíciles. Si quieres obedecer el mandato de Jesús y arrepentirte del pecado sexual, pero tu pareja no ve nada malo en la cohabitación, puede ser necesario confrontar a tu pareja con amor pero con firmeza o incluso romper la relación. Aunque sea difícil, hacerlo vale la pena. Tu lealtad a quien murió por ti debe ser mayor que tus deseos personales a corto plazo.

3. Reconoce que no estás solo.

Si estás siguiendo a Jesús en obediencia, eres guiado, fortalecido y consolado por Su Espíritu. Además, eres miembro de una nueva familia de la iglesia que puede ofrecerte amor y apoyo. No tengas miedo de apoyarte en ellos durante este tiempo. Una iglesia piadosa estará contigo mientras te comprometes a obedecer a Cristo sin importar el costo.

Vivir juntos antes del matrimonio puede ser una norma cultural. Practicar cualquier otra cosa puede parecer extraño y anticuado. Sin embargo, el camino de Jesús es contracultural. Resistir la cohabitación nace del amor y la confianza en el Dios que te creó para buscar lo que es mejor: la intimidad matrimonial genuina construida sobre un fundamento de compromiso y pacto.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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