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Génesis 25-26   y   Mateo 17-18

“Y Esaú dijo: He aquí, estoy a punto de morir; ¿de qué me sirve, pues, la primogenitura” Génesis 25:32

Continuamos con la historia de los patriarcas. Al momento de la presente historia, Abraham había muerto e Isaac había ocupado el lugar de su Padre. Isaac se había casado con Rebeca y habían tenido gemelos: Esaú y Jacob. La historia de la venta de la primogenitura de Esaú a Jacob por un plato de lentejas es conocida universalmente. ¿Qué es lo que hace que esta historia haya cruzado milenios y siga cautivando la mente de los hombres? Creo que es porque manifiesta la lucha permanente del hombre entre el “aquí y ahora” con el “todavía no”.

La naturaleza humana siempre se ha caracterizado por su búsqueda de lo trascendente por sobre lo meramente instintivo. Solo en el último siglo, la preocupación por la razón de ser del hombre ha generado una multitud de literatura, que se esfuerza por tratar de entender la condición humana. Esta realidad se mueve en un péndulo en donde están nuestras necesidades básicas por un lado, y por el otro nuestras necesidades trascendentes, que son más sofisticadas y variadas entre los hombres.

En los últimos siglos, la humanidad se ha visto enfrentada a descubrir a través de la ciencia que sus anhelos y expectativas trascendentes son muy vulnerables. Con Copérnico se destruyó la imagen del hombre centro del universo; con Darwin se destruyó la imagen del hombre superior a los animales; y con Freud se destruyó la imagen del hombre dueño de sí mismo. Todo esto, por supuesto, en un mundo donde Dios había dejado su trono vacante y había salido de vacaciones permanentes. Esaú fue el primer hombre que cambió lo valioso por lo útil, aniquilando consigo su propia valía. Su primogenitura representaba un sitial de honor, respeto y autoridad, que él desechó por un plato de comida que satisfaga su ahora.

En ningún momento cuestionó su situación desde el punto de vista de Dios: simplemente vio el ahora y concluyó que su insatisfacción inmediata era su irremediable destrucción. Hoy por hoy, vivimos en el mismo cruce de caminos. Por ejemplo: ¿respeto mi promesa matrimonial o me dejo llevar por los halagos de la mujer extraña? ¿Vendo el terreno en su precio justo o procuro sacarle una buena tajada al inocente comprador?  ¿Acepto una nota reprobada o hago trampa en el examen? Etc., etc.

Lo útil siempre involucra satisfacción, y lo valioso dignidad… pero, ¿quién habla de dignidad en nuestro tiempo? Roquentin, el antihéroe de La Naúsea de Sartre dice: “Todo lo que el hombre sabe es que existe, y que el mundo existe, y por ninguna razón”.  El universo sin Dios es absurdo, y todos luchan por buscar sus propios valores. ¿Dónde? El hombre en su angustia y sentido de fatalismo no descubre mejor lugar que en sus propios instintos y en la satisfacción inmediata de sus apetitos. “Entonces Jacob dio a Esaú pan y guisado de lentejas; y él comió y bebió, se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura” (Gn.25:34). Notan ustedes cómo la satisfacción es algo pasajero y momentáneo (“comió y bebió, se levantó y se fue”) y que el valor principal queda dañado irremediablemente (“Así menospreció Esaú su primogenitura”).

Lo mismo también nos sucederá cuando lo útil usurpa el lugar de lo valioso, cuando perdemos la fuerza para mantenernos dignos por la esclavitud de lo inmediato. Nuestro Señor Jesucristo siempre resaltó lo valioso por sobre lo meramente útil, lo eterno por sobre lo inmediato. En los capítulos de nuestra lectura de hoy encontramos algunos casos muy evidentes.

1. En el monte de la transfiguración, Pedro, Juan y Jacobo se gratificaron con la visión gloriosa del Hijo de Dios y dijeron: ” … Señor, bueno es estarnos aquí… Mientras estaba aún hablando, he aquí, una nube luminosa los cubrió; y una voz salió de la nube, diciendo: Este es mi Hijo amado en quien me he complacido; a El oíd” (Mt.17:4,5). Esta visión gloriosa los llevó al encanto inmediato y pasajero de este evento sorprendente que ellos querían perpetuar; sin embargo, el Señor cambia toda gloria por un genuino llamado a prestar atención y obediencia a Jesucristo. ¿Dónde está el valor de nuestra fe? No en la multitud de telúricas experiencias espirituales, sino en que al final de cada una de ellas siempre pasará como con los apóstoles: “Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo” (Mt.17.8). Jesús presente es todo lo que nosotros necesitamos y la suma de todos nuestros valores.

2. El valor del hombre parte desde el hombre mismo y no desde lo que posee. El Señor no ama al hombre por lo que hace, sino por lo que el hombre es. Él sabe que nosotros no hemos actuado correctamente, por eso viene en nuestra búsqueda; y esto, sin importar nuestra debilidad o el grado de deterioro en que hemos dejado nuestra existencia. “Porque el Hijo del Hombre ha venido a salvar lo que se había perdido. ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se ha descarriado, ¿no deja las noventa y nueve en los montes, y va en busca de la descarriada? Y si sucede que la halla, en verdad os digo que se regocija más por ésta que por las noventa y nueve que no se han descarriado ” (Mt.18:11-13). Hoy deberíamos hacernos esta pregunta: ¿qué cosas valiosas estoy cambiando por un plato de lentejas?

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