Deuteronomio 26 – 28 y 1 Corintios 9 – 10
“Y entre esas naciones no hallarás descanso, y no habrá reposo para la planta de tu pie, sino que allí el SEÑOR te dará un corazón temeroso, desfallecimiento de ojos y desesperación de alma. Y tendrás la vida pendiente de un hilo; y estarás aterrado de noche y de día, y no tendrás seguridad de tu vida. Por la mañana dirás:”¡Oh, si fuera la tarde!” Y por la tarde dirás:”¡Oh, si fuera la mañana!” por causa del espanto de tu corazón con que temerás y por lo que verán tus ojos”, Deuteronomio 28:65-67.
Me prestaron un libro de Víctor Frankl llamado “El Hombre en busca de Sentido”. Allí el autor narra su paso por los campos de concentración en donde estuvo prisionero. Con crudeza y un agudo sentido de observación narra su dolorosa experiencia. Una de las cosas que más me impresionaron fue cómo en medio de tanto quebranto se manifiesta la tremenda capacidad del hombre para sobreponerse a cualquier circunstancia por más adversa que esta sea. No voy a comentar las cosas que sucedieron en esos días horrorosos y que son de amplio conocimiento, pero sí, algo que me llamó poderosamente la atención.
Dice el doctor Frankl: “Me gustaría mencionar algunas sorpresas más acerca de lo que éramos capaces de soportar: no podíamos limpiarnos los dientes y, sin embargo y a pesar de la fuerte carencia vitamínica, nuestras encías estaban más saludables que antes. Teníamos que llevar la misma camisa durante medio año, hasta que perdía la apariencia de tal. Pasaban muchos días seguidos sin lavarnos ni siquiera parcialmente, porque se helaban las cañerías de agua y, sin embargo, las llagas y las heridas de las manos sucias por el trabajo de la tierra no supuraban (es decir, a menos que se congelaran). O, por ejemplo, aquel que tenía el sueño ligero y al que molestaba el más mínimo ruido en la habitación contigua, se acostaba ahora apretujado junto a un camarada que roncaba ruidosamente a pocas pulgadas de su oído y, sin embargo, dormía profundamente a pesar del ruido. Si alguien nos preguntara sobre la verdad de la afirmación de Dostoyevski que asegura terminantemente que el hombre es un ser que puede ser utilizado para cualquier cosa, contestaríamos: ‘cierto, para cualquier cosa, pero no nos preguntéis cómo’”.
Ha sido demostrado hasta la saciedad la enorme capacidad del hombre para levantarse de las condiciones más terribles a las que puede ser expuesta su vida. Miles y miles de testimonios dan cuenta que el ser humano puede encontrar la suficiente fuerza interior para salir de la adversidad y enmendar el rumbo. Pero, también existe otra mayoría numerosísima de personas derrotadas que son incapaces de levantar la cabeza ante el menor asomo de dificultad. En el pasaje del encabezado se habla también con crudeza del hombre que vive una vida alejado Dios. Allí el Señor menciona que la angustia, la depresión, la soledad y el temor son las grandes sombras que han oscurecido y oscurecen las vidas de muchas personas de nuestro tiempo y de todos los tiempos por dejar de lado al Creador. Más de uno de nosotros se puede sentir identificado con el pasaje principal como si fueran sus propias palabras en un día cualquiera, quizás hasta en este mismo instante.
Sin embargo, y para no perder la perspectiva, es necesario recalcar que el ambiente tétrico del pasaje de Deuteronomio es consecuencia del abandono del Dios por parte del hombre. Son las maldiciones a la desobediencia: “Pero sucederá que si no obedeces al SEÑOR tu Dios, guardando todos sus mandamientos y estatutos que te ordeno hoy, vendrán sobre ti todas estas maldiciones y te alcanzarán”, Deuteronomio 28:15.
Nosotros que vivimos en una sociedad post cristiana debemos tomar nota de los resultados de nuestro abandono de Dios y sus consecuencias. Por ejemplo, ya Nietzsche profetizó con la voz de Zaratrusta que todos los dioses han muerto y que el súper hombre hacía su aparición. Este hombre que supuestamente había roto las cadenas que lo hacían esclavo de la divinidad era capaz de dejar atrás todas sus alienaciones y crear sus propios valores sobre la base de una profunda e inalterable confianza en sí mismo. El hombre deja de ser débil para ser libre. Ahora que es fuerte nada lo podrá detener.
¿Esa es la realidad de la humanidad en nuestro recién estrenado siglo?
Francamente, no lo creo. Hoy más que nunca la debilidad del carácter humano y una gama de patologías paralizantes del alma, son las características de una sociedad enferma de Dios. Por ejemplo, tiempo atrás vimos con perplejidad como en el Perú, la corrupción había llegado a las más altas esferas del poder. Ya hace algunos años atrás un estudioso de la realidad peruana había señalado lo siguiente: “El Perú está como está, en gran parte, porque hemos vivido amodorrados por los privilegios. Cuando éstos se acaban, no sabemos qué hacer, por dónde comenzar, cómo sobrevivir. El otro ángulo de la moneda es la impunidad. La ley para ser tal tiene que ser imperativa, poder ser aplicada e impuesta coercitivamente. Para lograrlo la ley está dotada de sanción: quien no la acata o la viola es castigado. Una norma jurídica sin sanción es una recomendación moral, una simple regla de conducta de voluntario cumplimiento. Hoy en día en cambio, vivimos en el reino de la más absoluta impunidad.
Nadie sanciona a nadie. Crímenes atroces, los peculados más escandalosos, estafas multitudinarias, contrabandos y otros tráficos prohibidos; todo delito, en fin, queda sin punición. El efecto desmoralizador de la impunidad es tremendo… la secuela que ello produce se transforma en una pérdida de la calidad de vida, en un sentimiento de frustración y de indefensión”.
La tristeza del alma humana está fundada en el profundo desaliento que nace de la injusticia en que todos nos vemos sumidos en un mundo relativo y confuso, producto de la ausencia de Dios. Leer las consecuencias del abandono de Dios en Deuteronomio es como leer el diario de cualquier día en cualquier país del mundo: “y andarás a tientas a mediodía como el ciego anda a tientas en la oscuridad, y no serás prosperado en tus caminos; más bien serás oprimido y robado continuamente, sin que nadie te salve. Te desposarás con una mujer, pero otro hombre se acostará con ella; edificarás una casa, pero no habitarás en ella; plantarás una viña, pero no aprovecharás su fruto. Tu buey será degollado delante de tus ojos, pero no comerás de él; tu asno será arrebatado, y no te será devuelto; tu oveja será dada a tus enemigos, y no tendrás quien te salve. Tus hijos y tus hijas serán dados a otro pueblo, mientras tus ojos miran y desfallecen por ellos continuamente, pero no habrá nada que puedas hacer”, Deuteronomio 28:29-32.
Ernesto Tugendhat, conocido filósofo ético alemán, decía acerca del problema moral del hombre: “Yo diría que el problema fundamental de la humanidad, en estos años finales del siglo XX, es el problema moral. Porque, debido a una serie de fenómenos históricos, tanto teóricos como prácticos, la juventud actual está completamente desorientada desde el punto de vista ético… El origen de estos brotes de violencia (brotes de nazismo que están surgiendo en Europa y en otros países de Europa) es, según creo, que desde hace ya muchos años los viejos valores que tenían plena vigencia en el mundo occidental se han derrumbado y, hasta ahora, no han sido reemplazados por nuevas vigencias morales que la juventud pueda incorporar en su visión del mundo. Una experiencia común en los jóvenes de hoy es que ven a sus padres predicar una moral que no practican. Entonces los sienten hipócritas. Y, cuando un adolescente pierde la estima por sus padres, puede quedar totalmente desorientado. Muchas veces, por ir en contra de las ideas de sus padre o de su madre, es capaz de los peores radicalismos”.
Nuestro pequeño planeta azul se desintegra como consecuencia de la desilusión y el dolor de la sociedad, y pronto todo eso se convierte en tristeza y desintegración. Vivimos en lo que parece un nuevo gran campo de concentración en donde no vemos posibilidades de redención. Cubrimos nuestro desencanto con apatía y cubriendo con sinrazón todo aquello en lo que tememos reconocer nuestra culpabilidad.
Pero en el Evangelio encontramos las Buenas Noticias para nuestros desalentados corazones. Las palabras de Jesucristo no tenían como misión firmar el acta de defunción de nuestro insalvable planeta, sino todo lo contrario, mostrar las riquezas de compasión de Dios quien vuelve en busca de los que le rechazaron. El Señor nos invita a caminar de su mano, viviendo el desafío del verdadero cambio y victoria que solo se encuentra en Jesucristo. Frankl decía que “la última de las libertades humanas es la capacidad de elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias” (Opcit.p.9). No hay duda de que el hombre es capaz de levantar la cabeza en las situaciones más patéticas pero sin Dios es solo una mera ilusión. El Señor espera que nuestra actitud esté recubierta de fe y expectativa en lo que Él pueda hacer, sin importar cuán grandes sean nuestros dilemas: “Por tanto, el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga. No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres; y fiel es Dios, que no permitirá que vosotros seáis tentados más allá de lo que podéis soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que podáis resistirla”, 1Corintios 10:12-13.
Solo cuando el hombre recupera la comunión perdida con su Creador puede alejar de su corazón la tristeza. Esto se debe a que solo con el Señor se puede ver la luz al final del túnel, y solo al verle sabemos que no todo está perdido y que tarde o temprano el Creador de todas las cosas pondrá en orden su casa, que en realidad es más suya que nuestra.