Joseph Smith bautizó a mi cuarto tatarabuelo paterno, Gideon Hayden Carter, el 25 de octubre de 1831. Smith lo apartó como misionero (Doctrina y convenios 75:34) e hizo proselitismo por todo el oeste de Nueva York. Mi antepasado murió en la Batalla de Crooked River, una escaramuza que intensificó la Guerra Mormona de 1838 y llevó al gobernador de Misuri, Lilburn Boggs, a expulsar a todos los «santos de los últimos días» de Misuri.
Mis tataratíos, John y Jared Carter (hermanos de Gideon), son conocidos por los mormones simplemente como «los hermanos Carter». Ambos sirvieron en el Alto Consejo de Smith (Doctrina y convenios 102:3) y cada uno tuvo un momento único en la historia de los «santos de los últimos días» (SUD). Jared y Gideon probablemente colocaron la primera piedra del primer templo mormón. Sé menos sobre John, excepto que su correspondencia aparece mucho en Los documentos de Joseph Smith.
Crecí consciente y orgulloso de mi herencia mormona. (Aunque ahora es un paso en falso en la comunidad referirse a los «santos de los últimos días» como «mormones», debido a una revelación del nuevo profeta). Pasé mis años de formación bajo la dirección de Gordon B. Hinckley, quien hizo hincapié en la peculiaridad del Libro del mormón y adoptó el apelativo de «mormón». Es un hábito difícil de romper.
Mi herencia estaba a mi alrededor, especialmente después que me convertí en portador del sacerdocio.
Haciendo que el mormonismo funcione
Tengo un recuerdo muy claro de volver a casa después de mi entrevista de bautismo con el obispo de nuestro barrio, respondiendo a las preguntas de mi madre sobre la entrevista. A la edad de ocho años, a la mayoría de los «santos de los últimos días» se les anima a arrepentirse de sus pecados, depositar su fe en Jesús y bautizarse para el perdón de los pecados. Aunque al principio no creía en las afirmaciones del mormonismo, deseaba desesperadamente que fueran verdaderas.
Sentí el peso de la herencia, especialmente a través de las conversaciones con mi padre: «Sabes, Zach, uno de tus antepasados estaba con Smith cuando fue martirizado». «Nosotros nos establecimos en Arizona y fundamos algunas de las comunidades mormonas de allí». «Fulano de tal hizo tal cosa».
Me deleitaba con las historias y trabajé duro para ser un «digno poseedor del sacerdocio» (como joven diácono) durante mis años de adolescencia. Pero ese proyecto empezó a desmoronarse a medida que pasaba más tiempo en Internet.
Mi vertiginosa deconstrucción
Torpe y melancólico, sin muchos amigos íntimos, pasé gran parte de mis primeros años de mi adolescencia personalizando el HTML de mi tienda en Neopets, jugando videojuegos en mi PC y leyendo Wikipedia. En la providencia de Dios, veo cómo cada una de estas cosas obraron para bien. Aprendí a diseñar páginas web, lo que ha ahorrado mucho dinero a mi iglesia actual. Los juegos estratégicos me aficionaron a la historia y a la relación causa-efecto, lo que me ayudó a terminar mi tesis.
Además, el Señor usó Wikipedia para deconstruir mi mormonismo.
Wikipedia democratizó la información y me ayudó a liberarme de la esclavitud de intentar ser lo suficientemente bueno para Dios. Las encuestas muestran que ella y otros sitios están haciendo lo mismo para millones de mormones actuales y antiguos.
A los catorce años, me topé con un artículo sobre las planchas de Kinderhook. Algunos individuos hicieron una broma a los primeros «santos de los últimos días» forjando unas planchas como «antiguas» para Smith, quien las tradujo como si fueran auténticas y la Iglesia de los Santos de los Últimos Días publicó facsímiles durante décadas. Sin embargo, algunas planchas llegaron a la Sociedad Histórica de Chicago, donde un profesor de ciencias de los materiales de la Northwestern determinó que eran falsas.
A menos que seas SUD, puede que no entiendas cómo esto afectó a mi ya tambaleante fe. Smith y líderes como los Carter eran videntes y reveladores, encargados de restaurar el evangelio corrompido por Constantino, los católicos y los calvinistas. Sin embargo, ¿no podían decir que esta plancha fue falsificada?
Dios había preparado el terreno para el evangelio en mi vida. Mis padres se habían divorciado y mi madre se casó con mi padrastro. Mirando hacia atrás, él y su padre habían sembrado muchas semillas del evangelio. El padre de mi padrastro era un devoto bautista independiente y nunca suavizó sus opiniones sobre la veracidad de las afirmaciones de Smith. Se había negado a asistir a la boda de mi madre y mi padrastro porque mi madre era mormona practicante. Cada Navidad, recibíamos un generoso regalo en efectivo y un folleto evangelístico. Él oraba fielmente para que conociéramos a Cristo y respondía pacientemente a mis preguntas. Mi padrastro, graduado de una universidad bíblica, también sembró semillas del evangelio, redirigiendo mi celo cuando yo protestaba por su desinterés en llevarnos a la iglesia mormona y su insistencia en señalar cómo los mormones manipulan el texto del Nuevo Testamento para justificar sus afirmaciones restauracionistas.
Me esforzaba por mantener la fe mormona, me esmeraba por complacer al dios mormón poniendo mala cara cuando mi padrastro tomaba café, leyendo el Libro de mormón para fortalecer mi testimonio y planchando los botones antes de las reuniones sacramentales. Sentía que tenía que mantener mi herencia en esta nueva dinámica familiar.
Pero no funcionó. El camino hacia la gracia había sido trazado. No estoy seguro exactamente cuándo, pero en algún momento después de ser ordenado «maestro» en el sacerdocio, le di la espalda al mormonismo.
Instrumentos de gracia
Una crisis de herencia provocó preguntas eternas. Cuando estaba en segundo año de secundaria, mi abuelo materno falleció. Como mi padre biológico trabajaba en otra ciudad, y esto fue antes de que Dios me trajera a mi padrastro, mi abuelo había sido una figura paterna maravillosa.
Mi abuelo materno también se convirtió a los «santos de los últimos días». Al principio se resistió, pero la claridad de un profeta le resultó convincente. Que yo sepa, nadie en su congregación bautista del sur hizo ningún esfuerzo por contrarrestar el mensaje de los misioneros mormones. Su iglesia simplemente dejó que él, mi abuela, mi tío y mis tías tropezaran con el mormonismo.
Su muerte hizo que los miembros de mi familia materna de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días se comprometieran aún más con su fe. Tuvo el efecto contrario en mí, por una razón increíble: El Código Da Vinci.
La película (basada en el libro de Dan Brown) me proporcionó un vocabulario compartido con los cristianos de mi vida y la oportunidad de mantener conversaciones extensas sobre el evangelio. Un problema que encontré mientras investigaba el cristianismo fue que mi vocabulario teológico no era útil en un contexto evangélico. Palabras como «evangelio», «salvación» e incluso «Jesús» significaban cosas diferentes para mis amigos que para mí. Pero esa película nos permitió discutir sus ideas sin confusión de significado.
Dos amigas del instituto, Rebecca y Emily, daban testimonio de su fe de forma extraordinaria. Tras el estreno de la película, Rebecca respondía regularmente a mis preguntas sobre la misión de Jesús. Recuerdo que le pregunté: «Dios dijo fructificad y multiplicaos; ¿qué tiene de malo que Jesús se case y tenga hijos?». Rebecca respondió sucintamente: «Jesús vino para una cosa: buscar y salvar a los perdidos». Dan Brown nos brindó un espacio neutral para debatir la identidad de Jesús revelada en las Escrituras.
Le pregunté por qué los evangélicos afirman que los mormones no van al cielo. «¡Mi abuelo era una de las mejores personas que conozco!». Repliqué. «Se metió en la brecha por mí. ¿Me estás diciendo que eso no cuenta?». Emily respondió: «Zach, si tu abuelo está en el infierno, ¿es eso lo que querría para ti?». Todavía me maravilla esa osadía casi dos décadas después. Podría escribir mucho más sobre la amabilidad de sus familias hacia mí.
Poco a poco me di cuenta de que yo era un pecador, de que Jesús es el Salvador y de que solo podía arrojarme a Él por la fe. Cuando le dije a mi familia que había decidido repudiar el mormonismo y que sería bautizado en una iglesia bautista, la ira brotó por todas partes. Fue insoportable. Pero en la brecha se interpuso mi padrastro: «Nadie se interpondrá en el camino de Zach para seguir a Jesús y bautizarse».
Costoso y digno
Algunos familiares no me hablaron durante años. Todo el proyecto mormón gira en torno a la restauración del verdadero evangelio por parte de Smith; dar marcha atrás era un atentado contra él. Dentro del contexto de mi herencia, la conversión significaba dar la espalda a mi familia.
Mis relaciones familiares se han arreglado ahora, aunque de vez en cuando recibo un mensaje frustrado cuando escribo sobre cómo el mormonismo no es el cristianismo ortodoxo: «¡Zach, nosotros tenemos literalmente “Jesucristo” en el nombre de nuestra iglesia! ¿Dónde está en la tuya?». El evangelio divide familias (Mt 10:34-39), pero yo he experimentado la promesa del Salvador: he perdido una herencia familiar, pero he ganado otra.
Me había estado esforzando por cumplir con mi deber hacia Dios porque sentía que tenía una herencia que mantener. Pero en Cristo, tengo una herencia mayor. Mi linaje de «realeza mormona» no es nada comparado con conocer a Jesucristo como Señor. Él tuvo la bondad de hacer a un lado mis esfuerzos y luchas e injertar esta ramita en una nueva familia, Su familia: la poderosa herencia de la gracia.