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Una de las preguntas más comunes que hacemos cuando conocemos a alguien por primera vez, es: “¿A qué te dedicas?”. Aunque nuestro deseo de interactuar con esa persona es genuino, encontramos que es más fácil conocerlo por lo que hace, y no por lo que es.

Vivimos en una cultura que valora mucho el éxito. El empresario, el doctor, o el ingeniero son personas generalmente reconocidas por sus grandes logros, y aceptados por sus notables contribuciones a la sociedad. Así que nos resulta muy fácil valorar a alguien que consideramos exitoso, y menospreciar al que no lo es.

Esta influencia nos ha llevado a definir a las personas por lo que hacen, y por eso muchos de nosotros tendemos a vincular nuestro valor a lo que hacemos. O para ponerlo de manera más precisa, vinculamos nuestra identidad a nuestro trabajo. Pero ¿es esto correcto a la luz de la Biblia?

Aquí te comparto cuatro razones por las cuáles no debemos vincular nuestra identidad a nuestro trabajo.

El trabajo es inestable.

 

La dificultad e inestabilidad del trabajo hace que sea un fundamento inseguro sobre el cual construir nuestra identidad.

Aunque nosotros creemos que hay una relación directa entre nuestro esfuerzo y los resultados laborales, esa relación no es tan cercana como quisiéramos.

Primero, en Génesis 3:17-19 observamos que el trabajo es difícil, no porque Dios quería ponernos un reto y así premiar a los mejores trabajadores. El trabajo es difícil por la maldición del pecado.

“Entonces el Señor dijo a Adán: ‘Por cuanto has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del cual te ordené, diciendo: «No comerás de él», maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás de las plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás’”.

Aunque seamos exitosos por un tiempo, no existe ninguna garantía de que lo seremos en el futuro. La dificultad e inestabilidad del trabajo hace que sea un fundamento inseguro sobre el cual construir nuestra identidad.

Las habilidades son regalos.

Pablo le recordó a los Corintios: “Porque ¿quién te distingue? ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?” (1 Co. 4:7).

Si somos buenos en algo no es porque logramos desarrollar esta habilidad en nuestras propias fuerzas, sino porque Dios en su misericordia nos ha dado buenos regalos. Demos la gloria a Dios si tenemos una mente aguda, o si tenemos grandes capacidades creativas. Gocémonos en Dios, y no en el trabajo, por habernos creado y desarrollado de esa manera.

Cuando construimos nuestra identidad sobre nuestro trabajo, nos estamos llevando el crédito de algo que Dios nos ha dado. Nos estamos considerando los autores de nuestras habilidades, y no los receptores humildes de lo que Dios nos ha dado por gracia.

El trabajo es temporal.

Como ya hemos mencionado antes, el trabajo tal y como lo conocemos no fue diseñado para ser difícil. La dificultad del trabajo es algo que Dios introdujo como maldición por el pecado del hombre. Esto significa que en el reino futuro, el trabajo ya no será difícil.

Construir nuestra identidad sobre ser mejores trabajadores que otros quizá nos convierta en personas distinguidas en esta vida, pero no será algo que nos distinguirá en el reino futuro.

Poner nuestra identidad en el trabajo es idolatría.

Estamos actuando como idólatras cuando buscamos nuestro significado e importancia en cualquier otra cosa o persona que no sea Dios.

El apóstol Pablo nos recuerda que el ser humano por naturaleza cambia la gloria del Dios incorruptible por la gloria corruptible de la creación (Ro. 1). Pero en cambio, la Biblia nos exhorta a lo contrario. Mientras la cultura reduce a las personas de acuerdo a lo que hacen, la Biblia establece claramente que nuestra identidad va primero, y que todo lo que hacemos es un resultado de eso.

A lo largo de las Escrituras vemos que es Dios quien le da una identidad a su pueblo, pero no como resultado o galardón por lo que ellos hicieron, sino por Su gracia. Esto lo vemos claramente reflejado en la vida del pueblo de Israel, a quien Dios rescata de la esclavitud en Egipto no por lo que hicieron, sino porque eran su pueblo.

Lo mismo es cierto en el ministerio de Jesús cuando Dios manifiesta su complacencia en Él (Mt. 3:17). Estas palabras se pronuncian antes de que Cristo hiciera un solo milagro. Y con base en su identidad, Jesús obró para agradar al Padre.

Buscar nuestro significado e importancia en cualquier otra cosa o persona que no sea Dios es un acto de idolatría.

¿Cómo impacta esto nuestra perspectiva del trabajo?

Nuestra identidad está fundamentada en la verdad de que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Así que, si Dios trabaja, entonces parte de nuestra identidad también es trabajar. Por lo tanto, nuestro trabajo es un resultado de nuestra identidad: la imagen de Dios en nosotros.

Así que no somos esclavos de los resultados. Si nuestra identidad está en el trabajo, entonces será muy difícil arriesgarnos e intentar cosas nuevas, pues siempre existirá la posibilidad de que fallemos. Pero si nuestra identidad está en ser hechos a imagen y semejanza de Dios, entonces podremos trabajar y tomar riesgos con mayor libertad, pues nuestra identidad no depende de nuestro trabajo. En otras palabras, los seguidores de Cristo tienen aun más libertad para emprender, arriesgarse, innovar, y ser creativos porque su valor no proviene del trabajo, sino de Cristo.

Por lo tanto, podemos descansar. Nuestro Dios es soberano, y eso significa que mientras trabajamos arduamente, al final los resultados dependen de Dios. Por lo tanto, podemos descansar sabiendo que Dios es el que gobierna toda la creación. Vivir a la luz de esta verdad nos permitirá apagar el celular, cerrar la aplicación del correo electrónico, tomar una siesta, y pasar tiempo con nuestra familia, sabiendo que somos más que nuestro trabajo.


Imagen: Lightstock.
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