¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Génesis 30-31 y Mateo 21-22

“Estos veinte años yo he estado contigo; tus ovejas y tus cabras no han abortado, ni yo he comido los carneros de tus rebaños. No te traía lo despedazado por las fieras; yo cargaba con la pérdida. Tú lo demandabas de mi mano, tanto lo robado de día como lo robado de noche. Estaba yo que de día el calor me consumía y de noche la helada, y el sueño huía de mis ojos. Estos veinte años he estado en tu casa; catorce años te serví por tus dos hijas, y seis por tu rebaño, y diez veces cambiaste mi salario”, Génesis 31.38-41

Jacob le dice estas palabras a su suegro Labán el día que se despidió de él para volver a Canaán. Ya no nos encontramos con el joven que creía merecerlo todo, sino con un hombre que había trabajado arduamente por conseguir todo lo que ahora tenía. Seguía siendo tan astuto como antes, pero ahora tenía aprendida la lección del sacrificio para obtener lo que se anhela.

Hace un tiempo hablaba con una joven que me decía que había cosas que no deseaba hacer porque ya no “sentía” hacerlas. Este sentimiento, quizá de complacencia o de gusto, le estaba haciendo dejar de lado cosas importantes en las que se encontraba muy comprometida. Este “sentimiento” es tan fuerte en la toma de decisiones que hace que nos olvidemos del más importante “debo”. Claro que debemos estar a gusto en lo que hacemos; y no debemos de perder de vista el sentido estético de cada una de nuestras actividades. Sin embargo, el deber y el propósito esencial por el que hacemos las cosas debe primar en nuestra búsqueda de estabilidad.

Por ejemplo: ¿cuál es la razón por la que estamos en un determinado centro de estudios? Seguramente es porque su malla curricular satisface nuestras expectativas académicas o porque tiene un profesorado excelente. La cafetería, la calidad de los baños o la buena onda de los compañeros ocuparán un segundo y un tercer lugar. Cuando yo digo que no me “siento” bien allí… ¿a qué área me refiero?; y si ese sentimiento es correcto, ¿qué tan importante es como para desestimar mi propósito principal?

Lamentablemente, estas no son preguntas que nos hacemos continuamente. Creo que la percepción es equivocada cuando confundimos el propósito por el que hacemos las cosas. Entiendo la importancia del “sentir” cuando voy a participar en una reunión con amigos, o cuando voy a ir al cine o al teatro en donde mi gusto forma la razón principal del propósito. No voy a hacer un viaje en donde no me “sienta” a gusto con mis anfitriones, ni tampoco voy a ponerme ropa que en la que no me “sienta” bien, pero no es tampoco una equivocación cambiar el “siento” por el “debo”. Hay padres que “deben” tener más de un trabajo para mantener a la familia, y sin importar lo que “sientan” se deben levantar muy temprano en la mañana y laborar hasta muy tarde en la noche. Un policía puede “sentir” miedo (que es muy humano) en una situación peligrosa, pero su “deber” lo llevará a exponer su vida. Un trabajador podrá “sentir” que sus compañeros no son muy agradables, pero él sabe que “debe” seguir trabajando porque ése es el propósito esencial y porque tiene “deberes” que cumplir para con su familia.

Jacob había llegado veinte años antes a la casa de su suegro huyendo de la cólera de su hermano. El joven aprovechador tuvo que aprender una lección. Él llegó sin nada a vivir con sus parientes, pero ahora partía lleno de riquezas: “Y se enriqueció el varón muchísimo, y tuvo muchas ovejas, y siervas y siervos, y camellos y asnos” (30.43). ¿Qué aprendió Jacob acerca del deber? Hagamos un breve resumen:

  1. Todo lo que vale en la vida demanda un escrupuloso cuidado. “…tus ovejas y tus cabras nunca abortaron…”.
  2. Todo lo que vale en la vida tiene un costo y nada que vale la pena es gratis. ”… ni yo he comido el carnero de tus ovejas”.
  3. Todo lo que vale en la vida implica asumir la responsabilidad de nuestras acciones. “No te traía lo despedazado por las fieras; yo cargaba con la pérdida. Tú lo demandabas de mi mano, tanto lo robado de día como lo robado de noche”.
  4. Todo lo que vale en la vida demanda sacrificio que no puede ser rechazado. “Estaba yo que de día el calor me consumía y de noche la helada, y el sueño huía de mis ojos”.
  5. Todo lo que vale en la vida no se logra de la noche a la mañana. “Estos veinte años he estado en tu casa”.

Nuestro Señor Jesucristo alabó el trabajo arduo y la necesidad de que los hombre pudieran aceptar con alegría y buenos “sentimientos” las responsabilidades y el deber. Cuando Él llegó a Jerusalén se encontró con una higuera llena de hojas pero no encontró en ella frutos, y la maldijo. ¿Por qué tan dura decisión? La característica principal de este árbol es que hojas y fruto (y muchas veces el fruto antes que las hojas) aparecen por el mes de junio. Los estudiosos suponen que era abril y ya esta higuera se encontraba muy frondosa, pero sin frutos. Hay mucha gente que vive pretenciosamente lleno de hojas que son puras propuestas y sueños para el futuro, pero que son incapaces de trabajar hasta el punto de dar verdaderos frutos. Son estériles pero ocultan su apariencia haciéndose notar fértiles, pero el propósito final que es dar fruto siempre queda en el camino. La higuera pierde su razón de vivir al ser infructuosa, así el hombre cuando no descubre el propósito para su vida o no se esfuerza para conseguirlo.

Por último, el trabajo arduo supone aceptar todo desarrollo humano y de cualquier índole involucra esfuerzo y deber. Jesús reconoció esto con su muy conocida frase: “… Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt.22:21b). Cumplir con nuestras obligaciones será siempre nuestro deber. Ni lo espiritual debe ser sacrificado por lo secular, ni lo secular por lo espiritual. Debemos trabajar arduamente para sacar adelante y con sacrificio los propósitos para nuestra vida.

Una vez Picasso estaba dibujando febrilmente cabezas de caballo buscando la perfección.  Boceto que terminaba, boceto que terminaba siendo arrojado con furia por el pintor al tacho de basura. Una alumna suya, ingenua y desesperada, para tratar de ayudar a su maestro y terminar con su sufrimiento tomó una de las cartulinas del basurero, la llevó hacia él y le dijo: “Pero Pablo, mira, ésta ya está bonita”. Picasso la miró largamente y luego solo dijo: “Cuídate de lo bonito”. Lo bonito nunca ocupará el lugar de lo excelente, y la complacencia nunca saldrá con el vigor. Aprendamos a usar correctamente nuestros sentimientos y a cumplir con nuestros deberes.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando