Deuteronomio 29 – 31 y 1 Corintios 11 – 12
“Hoy estáis todos vosotros en presencia del SEÑOR vuestro Dios: vuestros jefes, vuestras tribus, vuestros ancianos y vuestros oficiales, todos los hombres de Israel, vuestros pequeños, vuestras mujeres, y el forastero que está dentro de tus campamentos, desde tu leñador hasta el que saca tu agua, para que entres en el pacto con el SEÑOR tu Dios, y en su juramento que el SEÑOR tu Dios hace hoy contigo, a fin de establecerte hoy como su pueblo y que El sea tu Dios, tal como te lo ha dicho y como lo juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob”, Deuteronomio 29:10-13.
Vivimos en una sociedad clasista y sumamente clasificadora. No me refiero solo a las posturas que tienen que ver con las viejas divisiones por clases sociales, raza o religión, sino, más bien, a las clasificaciones de toda índole a las que estamos sujetos todos los días: somos un número de ciudadano, un número de teléfono, de tarjeta de crédito, de cuenta corriente, un porcentaje de opinión pública, un lado del rating, un segmento político, un sector laboral, una talla de ropa, un número de calzado, en fin, suma y sigue en la onda de las clasificaciones ordenadas de nuestra multitudinaria humanidad.
Nuestro pequeño planeta azul con el avance de las comunicaciones y la facilidad de los viajes ha entendido que la diversidad no es completamente peligrosa, sino que el mosaico humano nos enriquece al mostrarnos la vitalidad de los multiformes estilos de vida alrededor del mundo. Pero, justamente la diversidad nos lleva nuevamente a la contabilidad y a las estadísticas, para terminar, finalmente, como un nuevo número. Por estas razones, es que quisiera llevarlos a que pensemos más allá del porcentaje, y que nos demos cuenta que somos parte de una gran humanidad de carne y hueso con sueños, esperanzas, victorias y fracasos, que sonreímos y lloramos, que tenemos historia, nombres y apellidos y que en esta época nos ha tocado ser el relevo momentáneo de la población humana en el planeta Tierra.
¿De qué sirve saber que en Chile hoy día se producirán 201,2 matrimonios, 704,3 nacimientos, 219,8 decesos sino tenemos a quién felicitar, a quién recibir y a quién llorar?
El pasaje del encabezado es la gran declaración de Dios del reconocimiento de cada persona que vivía en Israel como parte de su compromiso de filiación. Nadie podía ser olvidado. Estaban delante de la presencia de Dios los grandes y poderosos, los niños, las mujeres y los ancianos y hasta el último de la escala social. El Señor podía reconocer a cada uno por su nombre y ninguno de ellos dejaba de ser importante. En el mismo sentido, esta gran multitud personalizada cumple una función de la que no podemos, por ningún motivo, desatendernos.
Existe una gran malla social que nos hace cómplices, beneficiarios y benefactores unos de otros. Por ejemplo, es realmente muy poco de lo que usufructuamos cada día que nos sea absolutamente propio. Las primeras letras nos fueron enseñadas por nuestra maestra de primaria, para lograr la pericia que tenemos en el ejercicio de nuestra profesión estuvieron comprometidas por lo menos varias decenas de personas, la ropa que llevamos puesta fue confeccionada en por lo menos cuatro países del mundo (si no me creen hagan el ejercicio), quizás cientos de personas están comprometidas indirectamente para que este mensaje les llegue a sus computadores. Chóferes de micro, de aviones, doctores, gasfiteros, plomeros, empleadas domésticas, jardineros, políticos, artistas, y un gran ejército de personas están comprometidas con nuestra supervivencia y disfrute de la vida. De la misma manera, cada uno de nosotros somos un pequeño conector dentro de la gran placa madre de la interacción social.
¿Bastan solo las cifras para facilitar la convivencia? Definitivamente no. El Señor nos muestra que el sentido de cuerpo solidario que necesita de otros y colabora con el bienestar de los demás se convierte en un imperativo primordial. “Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si el pie dijera: Porque no soy mano, no soy parte del cuerpo, no por eso deja de ser parte del cuerpo. Y si el oído dijera: Porque no soy ojo, no soy parte del cuerpo, no por eso deja de ser parte del cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿qué sería del oído? Si todo fuera oído, ¿qué sería del olfato? Ahora bien, Dios ha colocado a cada uno de los miembros en el cuerpo según le agradó”, 1Corintios 12:14-18.
Tener un número y un lugar dentro del espectro social no nos aísla, sino que nos compromete. No podremos ocupar todos los lugares, ni efectuar todas las labores, ni alcanzar a todos los desvalidos, pero sí podemos reconocer, desde donde estamos, por su nombre y como personas tanto a los que están arriba de nosotros como también a los que están abajo. “Y el ojo no puede decir a la mano: No te necesito; ni tampoco la cabeza a los pies: No os necesito… sino que los miembros tengan el mismo cuidado unos por otros. Y si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; y si un miembro es honrado, todos los miembros se regocijan con él”, 1Corintios 12:21,25b – 26.
Las dos referencias bíblicas que hemos usado hoy, tienen que ver con el pueblo de Israel y con la Iglesia, Cuerpo de Cristo. En estos dos modelos está impreso el deseo del corazón de Dios para con sus relaciones con los hombres y la de los hombres entre sí. Por eso, les invito a sacarnos de la mente los números estadísticos impersonales y empecemos a pensar nuevamente en los Pedro y María como seres de carne y hueso, cuyas vidas tienen la dignidad suficiente como para ser tratadas y que no hay persona, por más antagónica que parezca, que no tenga algo que entregarme.