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¿Te has puesto pensar si las palabras e historias que encontramos en los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento son verdaderamente las palabras y los hechos que Jesús dijo e hizo? ¿No será que hemos estado creyendo en una versión falsa de Cristo, y que los verdaderos Evangelios que deben regir nuestro entendimiento de la persona y obra de Jesús son aquellos llamados los “evangelios gnósticos”, como el evangelio de Tomás, Pedro, Felipe, y otros?[1]

Tal vez estés meneando tu cabeza y pensado que eso no puede ser posible, pero ¿cómo podemos estar seguros de que nuestros cuatro Evangelios son realmente los libros que Dios inspiró?

Lamentablemente, la falta de respuestas (o las malas respuestas que se han dado) han llevado a muchos a dudar la autoridad y veracidad de Mateo, Marcos, Lucas, y Juan. Así que, veamos si estos libros son en realidad Palabra de Dios. 

Aspectos preliminares

Cuando se habla de este tema, el término canon es muy importante. En la teología, canon hace referencia a la lista correcta de libros inspirados por el Espíritu Santo que Dios dio a su Iglesia como regla de fe y práctica. Hablando específicamente del canon neotestamentario, y del rol que la Iglesia tuvo en este proceso paulatino de identificar cuáles eran los libros inspirados por el Espíritu Santo, debemos resaltar lo siguiente: la Iglesia no fue la que le dio a estos libros su carácter divino y autoritativo (como creen los católico-romanos). Lo único que hizo la Iglesia fue recibir estos libros como inspirados por Dios, y someterse a su autoridad. Pero ¿cómo lo hizo? ¿Cómo identificó la voz del Espíritu en esos libros, específicamente, en los cuatro Evangelios canónicos?

Lo único que hizo la Iglesia fue recibir los Evangelios como inspirados por Dios, y someterse a su autoridad.

La recepción de la Iglesia: un testimonio importante y necesario

Debido a que Dios no dio una carta con la lista de los libros en los que se registró infaliblemente su revelación, la Iglesia ocuparía un rol importante y necesario en este proceso canónico. Específicamente, sería el instrumento que, bajo la providencia de Dios, reconocería la voz de su Señor entre los distintos libros que circulaban en aquel entonces. A continuación, algunos de los criterios que la Iglesia del siglo II siguió para el establecimiento del canon del Nuevo Testamento: 

  1. Apostolicidad. El libro tenía que ser escrito por un apóstol o estar asociado con uno. Esto significa que, si hemos de aceptar los cuatro Evangelios como canónicos, algún apóstol o acompañante de apóstol debió ser el autor. Y para nuestra tranquilidad, lo que vemos en estos cuatro Evangelios es a dos apóstoles (Mateo y Juan) y a dos asociados de apóstoles (Marcos y Lucas). Pero ¿cómo sabemos que estos hombres fueron quienes realmente escribieron los Evangelios? A diferencia de los evangelios apócrifos, estos cuatro libros recibieron el apoyo y testimonio de los padres de la Iglesia del siglo II. En otras palabras, gente como Ireneo, Papías, Justino Mártir, Tertuliano, incluso el Canon Muratorio (180-200 d. C.) identificaron solo cuatro Evangelios: uno escrito por el apóstol Mateo, otro por el discípulo y acompañante de Pedro —Marcos—, otro por el compañero de Pablo —Lucas—, y el último por el apóstol amado, Juan. 
  2. Armonía. El contenido del libro debía estar en armonía y no contradecir el resto de las Escrituras. Este punto es crucial, ya que es algo que los evangelios gnósticos, como el de Tomás, Pedro, y Felipe, no concuerdan con lo que ya se consideraba Escritura. Por ejemplo, en estos evangelios apócrifos, a diferencia del Antiguo Testamento y de las cartas de Pablo, la salvación no tenía mucho que ver con una liberación del poder del pecado por medio de la fe en Cristo, sino más bien con una salvación del mundo material mediante la adquisición de un conocimiento (o gnosis) especial y superior acerca de Cristo. 
  3. Fecha. El libro debía datar; es decir, haber sido escrito dentro del primer siglo d. C. Interesantemente, los únicos Evangelios que datan del primer siglo no son los apócrifos, sino solo Mateo, Marcos, Lucas, y Juan. 

Mounce, un importante erudito del N. T., dice lo siguiente: 

“Los diversos libros fueron escritos dentro del primer siglo y empezaron a circular entre las iglesias. El surgimiento de la herejía en el segundo siglo —especialmente en la forma del gnosticismo y su portavoz más sobresaliente, Marción— fue un impulso poderoso para la formación de un Canon definido. Empezó, entonces, un proceso de cernido por el cual la Escritura válida fue diferenciada de la literatura cristiana en general, sobre la base de criterios como la paternidad literaria apostólica, su aceptación por las iglesias, y la correspondencia de doctrina con lo que la iglesia ya poseía. El Canon fue certificado finalmente en el concilio de Cartago (397 d. C.)”.[2] 

Como podemos ver, la Iglesia tuvo un importante rol en el establecimiento formal de los Evangelios canónicos, pero ¿qué dice la Biblia misma sobre estos cuatro Evangelios? 

El testimonio de las Escrituras: el testimonio superior y por excelencia 

En la Biblia, el término Escritura(s) es un término especial que hace referencia a aquellos escritos inspirados por el Espíritu y, por lo tanto, que forman parte de la Palabra de Dios. Pedro en su segunda epístola escribe lo siguiente: 

“Consideren la paciencia de nuestro Señor como salvación, tal como les escribió también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le fue dada. Asimismo en todas sus cartas habla en ellas de esto; en las cuales hay algunas cosas difíciles de entender, que los ignorantes e inestables tuercen, como también tuercen el resto de las Escrituras, para su propia perdición”, 2 Pedro 3:15-16. 

En este pasaje, el apóstol Pedro hace algo muy importante: clasifica las epístolas de Pablo como parte de las Escrituras. Esto es significativo, ya que Pablo en su primera carta a Timoteo escribe: “Porque la Escritura dice: ‘No pondras bozal al buey cuando trilla’, y: ‘El obrero es digno de su salario” (5:18). Esta última parte del versículo que Pablo bajo la inspiración divina llama escritura no se encuentra en ningún libro del Antiguo Testamento. Entonces ¿de dónde la tomó Pablo? Interesantemente, el apóstol la tomó del Evangelio que su compañero Lucas había escrito (Lc. 10:7), mostrándonos que ese Evangelio es también parte de las Escrituras. 

Podemos afirmar que los escritos de los apóstoles fueron inspirados por el Espíritu Santo.

Pero ¿qué hay de Mateo y Juan? Como dijimos anteriormente, estos dos creyentes eran apóstoles y, por consiguiente, sus escritos eran inspirados por Dios, ya que fue primeramente a los apóstoles a quienes el Espíritu Santo capacitó para hablar y escribir la Palabra del Señor. Esto lo sabemos por la promesa que Jesús les hizo, en la cual les prometió que enviaría a su Espíritu para que les recordara todas sus palabras y los guiara a toda verdad (Jn. 16:12-15). Tomando esto en consideración, podemos afirmar que los escritos de los apóstoles fueron inspirados por el Espíritu Santo.

En cuanto al Evangelio de Marcos, admitimos que no encontramos algo tan claro como lo que Pablo dice de Lucas, o lo que Jesús dice de sus apóstoles. Sin embargo, el respaldo apostólico que Marcos tuvo debido a su asociación con el apóstol Pedro confirma que el Espíritu también lo guió a escribir la Palabra de Dios. De hecho, podemos decir que su Evangelio era, en cierto sentido, el Evangelio según Pedro, ya que de acuerdo con Papías:

“Marcos, intérprete que fue de Pedro, puso cuidadosamente por escrito, aunque no con orden, cuanto recordaba de lo que el Señor había hecho. Porque él no había oído al Señor ni lo había seguido, sino, como dije, a Pedro más tarde, el cual impartía sus enseñanzas según las necesidades y como quien se hace una composición de las declaraciones del Señor, pero de suerte que Marcos en nada se equivocó al escribir algunas cosas tal como las recordaba [Pedro]. Y es que puso toda su preocupación en una sola cosa: no descuidar nada de cuanto había oído [de Pedro] ni engañar en ello lo más mínimo”[3]

Conclusión

Como podemos observar, Mateo, Marcos, Lucas, y Juan son parte de las Sagradas Escrituras y, por lo tanto, palabra autoritativa del Señor. Esto lo sabemos por el testimonio que la misma Biblia da de estos Evangelios, el respaldo apostólico, y la aceptación de la Iglesia de estos escritos como Palabra de Dios. 

Por consiguiente, gocémonos y tengamos plena confianza de que lo que sabemos de Jesús es verdad, de que el evangelio que se nos ha predicado y que hemos aprendido por medio de estos cuatros evangelistas es veraz y digno de compartir con todo el mundo. Así que levantemos nuestra voz y en gozosa confianza y anunciemos que “el tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en el evangelio” (Mr. 1:15). 


[1] Estos “evangelios” no fueron en realidad escritos por alguno de los apóstoles, sino por sectas que existieron en los primeros siglos de la Iglesia.

[2] Mounce, R. H. (2006). BIBLIA. En E. F. Harrison, G. W. Bromiley, & C. F. H. Henry (Eds.), Diccionario de Teología. (p. 87). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

[3] Eusebius of Caesaria. (1890). The Church History of Eusebius. En P. Schaff & H. Wace (Eds.), A. C. McGiffert (Trad.), Eusebius: Church History, Life of Constantine the Great, and Oration in Praise of Constantine (Vol. 1, p. 173). New York: Christian Literature Company.


Imagen: Lightstock.
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