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La Santa Cena es uno de los momentos más solemnes en la vida del cristiano. Una de las frases más impactantes, y hasta aterradoras, del Nuevo Testamento aparece en el contexto de la Santa Cena. El apóstol Pablo advierte en contra de “tomar indignamente” de ella. Si lo haces, eres culpado del cuerpo y de la sangre de Cristo, serás juzgado por Dios e incluso pudieras enfermar o morir (1 Co. 11:27-32). 

Esta severa advertencia nos lleva a la pregunta: ¿qué significa tomar indignamente de la Santa Cena? ¿Cómo puedo tomar dignamente de la Santa Cena y evitar ser juzgado e incluso morir?

He escuchado a muchos explicarlo así: 

“Si esta semana no has vivido en santidad, no tomes de la Santa Cena. La persona que participa debe estar caminando con Dios y andando dignamente de su vocación”. 

Me temo que, en el pasado, yo mismo llegué a explicar estos versículos de la misma manera.

Aunque esta aseveración suena lógica a primera vista, una reflexión más profunda nos indica que no refleja la enseñanza bíblica. 

El trasfondo del Antiguo Testamento

Para responder la pregunta, tenemos que remontarnos al significado de los sacrificios en el Antiguo Testamento. 

En la primera Pascua, Dios ejecutó al primogénito de toda casa que no tenía el marco manchado por la sangre de un cordero (Éx. 12:29). El cordero era el sustituto que moría para salvar al primogénito. Años después, en el templo, todos los días se sacrificaba un cordero en la mañana y otro en la tarde (Éx. 29:39). 

¿Por qué tanto sacrificio? Porque el hombre es pecador y merece morir, y porque, en su condición pecaminosa, no puede acercarse a un Dios santo.

Nadie merece acercarse a Dios por sus propios méritos. 

Los corderos ofrecidos diariamente morían como sustitutos de la nación de Israel, y preservaban la presencia de Dios con Israel. Todo este sistema enfatizaba algo: nadie merece acercarse a Dios por sus propios méritos. Todos somos pecadores y merecemos morir. 

La Pascua y la Santa Cena

¿Qué tiene que ver todo eso con comer y beber indignamente? Reflexionemos un poco. Cuando escuchamos las palabras de Pablo sobre participar indignamente de la Santa Cena, instintivamente evaluamos nuestro comportamiento en los días anteriores. Llevamos a cabo un pequeño recuento mental. Va algo así: “¿Fui lo suficientemente bueno la semana pasada?”. Si leí mi Biblia, si oré, si fui a la iglesia, si no cometí algún pecado escandaloso, entonces pienso que puedo tomar de la Santa Cena. 

Pero veámoslo desde otra perspectiva. ¿Cuán bueno tengo que ser para poder tomar de la Santa Cena? ¿Por cuánto tiempo? ¡Es algo totalmente subjetivo! Si tomo o no tomo depende de cómo me siento, y cómo me siento depende de la vara de medir que yo mismo me pongo. 

¿Entonces? ¿Debo ser enteramente perfecto? ¿Casi perfecto?

No. Pensar así contradice la enseñanza de la Pascua, de los sacrificios diarios en el templo, la cruz de Cristo, y la Santa Cena. 

Dios proveyó un sustituto para que podamos acercarnos a Él a pesar de nuestra indignidad.

Aquí está la clave: nadie puede acercarse a Dios por mérito propio. Nadie es digno. Nadie es perfecto. Todos tenemos que reconocer nuestro pecado e indignidad. El cristiano más maduro, el que tuvo una semana espléndida en su vida espiritual, no fue perfecto, y no puede acercarse a Dios por mérito propio.

Pero esto no es lo único que nos enseña la Pascua y los sacrificios. También nos enseña que Dios proveyó un sustituto para que podamos acercarnos a Él a pesar de nuestra indignidad. Esa es nuestra gloriosa esperanza.

¿Qué significa tomar indignamente?

No significa haber sido bastante bueno los días anteriores a la celebración de la Santa Cena. Entonces, ¿qué? Creo que hay dos maneras en las que pudiéramos tomar indignamente. La primera es la más obvia:

1. Participar de ella con indiferencia hacia el pecado. 

Esto ocurre cuando una persona ha pecado, no le importa, y manifiesta negligencia y pasividad hacia su pecado. No ha confesado su pecado. No se ha lamentado por su pecado. No tiene intención de dejar su pecado. Y aun así, extiende su mano y toma de la Santa Cena. 

Pablo nos dice que esta persona come y bebe juicio para sí. Esta persona será disciplinada y castigada. 

2. Participar creyendo que soy lo suficientemente bueno como para tomarla. 

Cristo murió porque nadie es digno.

Esto es más sutil, pero me parece que Pablo tenía en mente esta perspectiva errónea que algunos de nosotros tenemos, y por eso una y otra vez nos recuerda que no somos nada fuera de los méritos de Cristo (Gá. 6:14).

Tomamos indignamente cuando menospreciamos la gravedad del pecado y la magnitud de la cruz de Cristo. Cristo murió porque nadie es digno. Todos necesitamos el cuerpo molido y la sangre derramada de Cristo. 

¿Qué significa tomar dignamente?

Déjame darte tres conceptos. 

1. Debo reconocer mi pecado e indignidad. 

Soy pecador. Nunca seré lo suficientemente bueno como para tomar de la Santa Cena con base en mis méritos. ¡Todos los días peco! Puedo hacer buenas cosas. Puedo serle fiel a Dios. A veces tengo días, semanas, o incluso meses más o menos buenos. Pero ni esas “épocas doradas” son suficientes, porque no soy perfecto. 

2. Debo aferrarme a la persona y obra de Cristo. 

Puedo acercarme a Dios y tomar de la Santa Cena porque Cristo murió en la cruz por mis pecados. Él es el cordero divino que pagó por mi maldad. 

Puesto que Dios acreditó la justicia de Cristo a mi cuenta, ahora puedo acercarme a Él. Dios me vistió de la santidad de su Hijo. Me puedo acercar a Dios solamente por la persona y obra de Cristo. 

Esto me debe humillar. Debe apagar mi orgullo y fariseísmo. Yo no soy digno, pero puedo acercarme a Dios y participar de la Santa Cena por los méritos de Cristo y el perdón que Él ganó por mí. 

3. Debo confesar mis pecados específicos. 

Igual que el apóstol Pablo, quien puso su dedo sobre un pecado específico de la iglesia de Corinto (1 Co. 11:18-22, 33-34), nosotros debemos obedecer su instrucción de examinarnos a nosotros mismos para no ser disciplinados por Dios. 

Esto implica que la Santa Cena debe ser un momento de reflexión y autoevaluación. De esta manera reconocemos la gravedad de nuestros pecados, los confesamos a Él, y pedimos que la sangre de Cristo nos limpie. Al comer y al beber, estamos proclamando esta realidad: seguimos necesitados de la persona y obra de Cristo. 

La maravillosa obra de Cristo nos hace dignos de tomar de la Santa Cena.

La siguiente ocasión que vayas a tomar de la Santa Cena, evalúa tu vida, pero no para ver si tienes mérito suficiente que te permita participar de ella, sino para reconocer tu indignidad, confesar tus pecados, y confiar en la obra del Cordero de Dios que quita tus pecados. 

La Santa Cena no tiene como propósito imponer culpa sobre nosotros, sino dirigir nuestra atención a la maravillosa obra de Cristo, la cual nos hace dignos de tomar de ella y acercarnos a un Dios perfectamente santo. ¡Que la maravillosa gracia y misericordia de Dios nos motive a la santidad!


Imagen: Lightstock.
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