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Los siete pecados capitales constituyen una lista de vicios de la carne dada a conocer por el papa Gregorio Magno (siglo VI d. C). Es decir, no es un listado que aparezca en la Biblia, aunque son pecados que las Escrituras sí tratan.

Aunque el inventario ha tenido variaciones en el orden luego de su publicación, se ha mantenido su esencia. Dicha enumeración ha sido popular, sobre todo en el contexto de la religión católica, y validada tanto por el teólogo Tomás de Aquino en una de sus obras, como por Dante Alighieri en La Divina Comedia.

El orden en que se presentan estos pecados es: la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. Se denominan como «capitales» porque son considerados como la fuente de otros pecados y porque el corazón humano está generalmente inclinado a ellos.

Los siete pecados capitales

La utilidad de revisar la lista se encuentra en que, al estar conscientes del alcance de estos vicios y la probable tentación que tenemos hacia ellos, podemos reducir su avance y evitar tropiezos, solo si dependemos de Dios en la lucha contra el pecado. Como el médico atiende primero a una persona herida de bala antes que a alguien con indigestión, es prioritario que corramos a poner cierre al conducto por el que rápidamente estos pecados emergen. A continuación, presento estos vicios con una breve definición.

La soberbia

Es el pecado del altanero, la actitud de mirar a los demás con desdén. La Real Academia Española define la soberbia como la «altivez y el apetito desordenado de ser preferido a otros». El soberbio experimenta cierta complacencia con sus propias dotes, posesiones o habilidades. La soberbia combina la egolatría con una denigración a los demás. La deshonra sigue a la soberbia. Sin embargo, es de sabios evitarla (Pr 11:2; 13:10).

La avaricia

Aunque sutil y sigiloso, el pecado de la avaricia es común en el corazón humano y ciertamente puede fomentar la práctica de otros, como el egoísmo y el odio. Este pecado se caracteriza por la búsqueda de riquezas. Es contradictorio, pero el avaricioso tiende a vivir una vida miserable puesto que nunca está satisfecho y carece de amigos auténticos, porque su comportamiento aleja a los pocos que tiene. El carácter cristiano se caracteriza por evitar este mal (Heb 13:5).

La lujuria

Este deseo intenso de la carne y que deshonra a Dios no solo hace pecar al hombre o a la mujer en conducta, sino también en pensamiento. Cuando existe en el individuo un deseo sexual desmedido, que imagina concretarlos en forma inadecuada, entonces la lujuria ha entrado en acción. En contraste, el deseo sexual sano fue creado por Dios para el disfrute de la persona dentro del marco matrimonial (Heb 13:4).

La ira

Podemos definir la ira como una fuerte emoción de enojo acompañado de deseos de venganza, lo cual conduce a la persona a otros actos pecaminosos. Cuando el dominio propio es escaso en el carácter de un creyente, tendrá problemas derivados de la ira (Pr 19:19).

La gula

Describe un apetito desordenado por comer y beber. Bien lo expresa un autor: «La gula es decir “más” a cualquier cosa cuando deberías decir “basta”». Como los demás pecados capitales, la gula también reproduce otros vicios incoherentes con el evangelio. Alrededor de este mal han estado envueltos la lujuria y la vanidad, entre otros deseos pecaminosos destructivos.

La envidia

Es uno de los «virus» más comunes que se alojan en el alma humana. La envidia corroe el alma como el óxido al hierro. Amarga el corazón y debilita la mente, conduciendo al individuo a la enemistad y el recelo. El sabio mantiene alejada de su casa esta infección, no vaya a ser que convierta su vida en un desastre, como Saúl (1 S 18:8-9).

La pereza

La falta de diligencia en lo que se debe hacer caracteriza nuestra época. La diligencia es productiva mientras que la negligencia es improductiva. El trabajo diligente y sabio puede traer buenos frutos y hacer prosperar. Sin embargo, la pereza es una pasividad destructiva; enferma el alma y la contamina como la gangrena lo hace al cuerpo. La medicina contra este vicio se nutre del consejo del proverbista: «¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño?» (Pr 6:9).

La Escritura, Cristo y el Espíritu Santo

Aunque es útil conocer esta lista de pecados, ningún cristiano debería sobrevalorarla, puesto que la Biblia no se limita a hablar solo de estos pecados.

Al estar unidos a Cristo, contamos con el poder del Espíritu que nos asiste en nuestra debilidad

Los cristianos afirmamos que la Biblia es suficiente para instruirnos sobre nuestro crecimiento conforme a Cristo (2 Ti 3:16-18). No obstante, podemos acudir a la historia de la iglesia para encontrar sabiduría, reflexionar y aprender.

El apóstol Pablo provee la clave para que el cristiano derrote esos pecados influyentes. Su exhortación es: «Digo, pues: anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne» (Gá 5:16). Nos conduciremos con sabiduría e integridad si como cristianos escuchamos con atención esta exhortación y la obedecemos con prontitud.

Ningún pecado puede ser vencido sin el poder del Espíritu Santo. Al estar unidos a Cristo, contamos con el poder del Espíritu que nos asiste en nuestra debilidad y nos capacita para someter a Él nuestras pasiones carnales (Ro 6:12-14).

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