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El verano de 2008 iba a ser inolvidable: planeaba pedirle matrimonio a Rebekah… y que dijera que sí (¡lo hizo!). Yo tenía 22 años y no tenía idea de por dónde empezar. ¿Dónde se compra un anillo? ¿Cuál es el correcto?

Creí que bastaba con que brillara… pero no. Elegir un buen diamante implica más: quilate, claridad, color y corte. Lo descubrí en la joyería… si quería que Rebekah tuviera un diamante que fuera verdadero y no falso.

Así como un diamante auténtico tiene cualidades únicas, los creyentes auténticos también. Esta idea no es novedosa, sino que es central en el sermón más grande de todos los tiempos: el Sermón del monte.

Creyentes auténticos 

El Sermón del monte —y las bienaventuranzas en especial— es el catálogo de las características que posee un ciudadano auténtico del reino de Dios. No es que nosotros nos hagamos valiosos o dignos por sí solos. Eso es justamente lo que pensaban los religiosos de Israel en tiempos de Jesús, que por cumplir ciertos requisitos externos ya pertenecían al reino. ¡Qué mentira!

Más bien, de la misma manera en que un diamante no hizo nada para obtener esas características, tampoco nosotros hacemos algo para obtener las virtudes que hallamos en el Sermón del monte. Es decir, no es una lista de exigencias de un concurso de «belleza moral» para los creyentes que quieran probar su propia justicia.

Moisés les entregó la ley, pero no pudo cambiar los corazones; en cambio, Jesús vino a transformar el corazón de piedra en uno de carne

El Sermón del monte no trata de demostrar que eres «algo». Más bien, Jesús está diciendo: «Una vez que los hago una nueva criatura, estas son las características que poseen los ciudadanos de Mi reino».

Pero todo esto es imposible de captar a profundidad si no observamos para entender la sorpresiva conexión entre el sermón de Jesús y la historia de Sinaí.

Un mejor Moisés

El Evangelio según Mateo fue escrito con una audiencia judía en mente, para su contexto y su historia nacional. Por lo tanto, estoy convencido de que Mateo, guiado por el Espíritu Santo, no cometió ninguna casualidad al escribir: «Cuando Jesús vio a las multitudes, subió al monte» (Mt 5:1, énfasis añadido).

Cuando un judío escuchaba hablar sobre «el monte», un sitio dominaba su mente: el monte Sinaí. No existía un lugar más relevante y significativo que Sinaí. Para los judíos, era un lugar sagrado y representaba un momento cúspide en la historia de la nación. Sabían lo que había pasado allí.

Mateo quiere que veamos una conexión entre lo que pasó en Sinaí y lo que pasó el día que Jesús predicó Su sermón. ¿Pero qué pasó en el monte Sinaí?

Allí, delante del monte, acampó Israel. Moisés subió hacia Dios, y el SEÑOR lo llamó desde el monte y le dijo: «Así dirás a la casa de Jacob y anunciarás a los israelitas: “Ustedes han visto lo que he hecho a los egipcios, y cómo los he tomado sobre alas de águilas y los he traído a Mí. Ahora pues, si en verdad escuchan Mi voz y guardan Mi pacto, serán Mi especial tesoro entre todos los pueblos, porque Mía es toda la tierra. Ustedes serán para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa”» (Éx 19:2-6, énfasis añadido).

En el monte Sinaí, Dios «predicó» un sermón: «Cuando el SEÑOR terminó de hablar con Moisés sobre el monte Sinaí, le dio las dos tablas del testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios» (Éx 31:18, énfasis añadido). ¿Lo puedes notar? Este sermón no pertenece a Moisés, no son sus mandamientos. Moisés simplemente era el mensajero, pero el mensaje era de Dios mismo. Sin embargo, Israel fue un pueblo necio que desobedeció a Dios y fue infiel a Sus palabras.

Cientos de años más tarde, tenemos otra vez a Dios predicando un sermón en el monte, pero a diferencia del anterior, esta vez Moisés no es el mensajero, sino uno mejor: el Rey Jesús, Dios hecho carne. Por eso Jesús predicó este sermón en el monte, para demostrar que está conectando toda la historia bíblica y llevándola a su cumplimiento

Similar a como Moisés lo había hecho, Jesús también les da la ley de Dios, pero esta vez es el mejor profeta, el mejor libertador, el mejor rescate. Y no solo es el mejor Moisés, sino que también es el mejor Israel.

Un mejor Israel

¿Alguna vez has tenido un deja vú? Es una experiencia intensa de sentir que lo que estás viviendo en el presente lo habías vivido antes. Algo así sentimos con los primeros capítulos del Evangelio de Mateo, pues el autor hace una re-dramatización de la historia de Israel, pero conectada con la vida de Jesús. Por ejemplo:

  • Herodes manda a matar bebés, como lo hizo el Faraón.
  • Jesús sale de Egipto, como lo hizo Israel.
  • Jesús se bautiza en el río Jordán, como el Israel de Moisés cruzó el Jordán.
  • Jesús es tentado en el desierto cuarenta días, como Israel estuvo cuarenta años siendo probado por Dios.

Como puedes ver, en un sentido, lo que leemos en Mateo no es completamente  «nuevo». La historia de Jesús es la historia de un Israel nuevo y mejor.

Además, previo al Sermón del monte, Mateo es enfático en su narración con un punto geográfico: el desierto. Juan el Bautista estaba en el desierto y allí acudían quienes querían ser bautizados anticipando la llegada del reino (Mt 3:1, 5-6). Luego, el Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto para ser tentado y en cuarenta días logró lo que Israel no pudo en cuarenta años: ser fiel en todo a Dios (Mt 4:1-2). Cuando una gran multitud llegó a Jesús (Mt 5:1), no se dice que estaban en el desierto, pero la narración hasta este punto nos remite al Israel que salió al desierto del Sinaí para recibir las tablas de la Ley.

¿Pero quiénes eran toda esta multitud? Eran israelitas que habían escuchado la fama de Jesús y que venían de lejos para verlo. Venían a escuchar Su predicación, ver las maravillas que hacía y a buscar un milagro también (Mt 4:23-25). En este sentido, no es una multitud tan diferente al pueblo que esperaba al pie del Sinaí.

Jesús nos da una ley cuyo poder no depende de nuestra promesa de que vamos a cumplir, sino una ley que Él promete que cumplirá por nosotros y en nosotros

Pero en esta ocasión hay un mejor Moisés que iniciará la historia de un mejor Israel. Moisés les entregó la ley, pero no pudo cambiar los corazones; en cambio, Jesús vino a transformar el corazón de piedra en uno de carne, sensible a los mandamientos de Dios (Ez 36:26). De hecho, parte del ministerio de Cristo en la tierra fue llamar y discipular a doce discípulos para comenzar un nuevo Israel.

No obstante, en otro plano más profundo, Jesús mismo es el mejor Israel, porque hace y logra lo que Israel nunca pudo en el Antiguo Testamento. Eran infieles a Dios, se olvidaban rápidamente de Él y se alejaban de Sus caminos al menor soplo de viento. Sin embargo, donde Israel falló, Jesús triunfó. Él es el verdadero israelita, el varón bienaventurado «que en la ley del SEÑOR está su deleite, / Y en Su ley medita de día y de noche» (Sal 1:2).

Al ser el mejor Moisés y el mejor Israel, Jesús también nos da una mejor ley.

Una mejor ley

En el monte Sinaí, Dios declara a los israelitas que son Suyos. Entonces hace un pacto con ellos y les dice que deben guardar Sus mandamientos escritos, no para que sean de Dios, sino porque ya son de Él.

Los mandamientos no fueron dados para obtener el rescate de Dios, sino que fueron dados a los que ya habían sido rescatados por el Rey. Por eso, antes de los mandamientos, Dios les recuerda: «Yo soy el SEÑOR tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto» (Éx 20:2). Sin embargo, Israel no pudo cumplir la ley.

Siglos más tarde, Mateo nos cuenta que el Señor Jesús subió al monte y se sentó (la postura habitual de un maestro ejerciendo su función) para entregar a Sus discípulos lo que podemos ver como una mejor ley y llamarlos a una obediencia superior (Mt 5:20).

Sin embargo, cuando leemos el Sermón, si somos honestos, tenemos que admitir que sus enseñanzas son imposibles de cumplir en nuestras propias fuerzas. ¿Ser pobre en espíritu, misericordioso, hambriento y sediento de justicia? ¿Cumplir la ley de todo corazón? ¿Quién puede hacer todas esas cosas, todo el tiempo y sin fallar? ¡Nadie! Nadie puede cumplir al pie de la letra las enseñanzas de Jesús y entonces nos damos cuenta de que no somos diferentes al Israel infiel del Antiguo Testamento. Y ese es el punto.

Jesús quiere que entendamos que la enseñanza del Sermón del monte, comenzando con las bienaventuranzas, no puede ser cumplidas sin Jesús. Nuestro Rey nos está dando una nueva ley, revelando el significado más profundo de la ley de Dios, pero no es una ley cuyo poder depende de nuestra promesa de que vamos a cumplir, sino que es una ley que Él promete que cumplirá por nosotros y en nosotros. En otras palabras, no es para que confiemos en nuestro mejor esfuerzo, sino para que confiemos en el esfuerzo de Cristo. ¡Jesús cumplió la ley y nos entregó Su justicia (Referencias)! Somos santos, perfectos y sin manchas en Él.

Diamantes bien cortados

Así como el valor de un diamante auténtico no depende de lo que hizo la piedra para formarse, las cualidades del creyente auténtico no nacen del esfuerzo humano, sino de una obra previa: la de Cristo.

En Él tenemos un mejor Moisés, un mejor Israel, una mejor ley, lo cual nos habla finalmente de un nuevo pacto que es infinitamente mejor, porque no depende de nuestra conducta ni está condicionado por nuestra obediencia. Es un pacto en el que Cristo transforma el corazón y revela, como un diamante bien cortado, la luz de Su reino en nosotros.

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