La Biblia en su contexto antiguo fue un documento profundamente contracultural. Su historia de la creación revela a un gobernante único y omnipotente. No hay trucos, nada de enfrentamientos mortales con otros dioses. Solo estaba Yahvé. La Biblia presenta una elevada visión de la humanidad, creada a la imagen de Dios con el propósito de gobernar su creación como sus emisarios; una visión muy diferente a otros relatos del Cercano Oriente, en los que los humanos eran esclavos creados para servir las necesidades de los dioses. Las leyes bíblicas valoran la vida por encima de la propiedad, a diferencia a otros códigos legales, como el de Hammurabi.
En el mundo antiguo las personas no «seguían sus sueños”, o «estudiaban lo que amaban”, o “se dedicaban a lo que les hacía felices”, o «encontraban un trabajo gratificante». Más bien hacían lo mismo que sus padres. Para las mujeres significaba administrar el hogar y, para los hombres, trabajar en el oficio de su padre. Muchos eran esclavos. La mayoría pobres. No había escalera a escalar, ningún sueño americano que perseguir, ni opciones de carrera que considerar. (Por supuesto, uno podría señalar figuras como David, el pastor convertido en rey, pero su caso es excepcional).
Mi padre trabajó en una fábrica de papel durante treinta años más o menos, lo que probablemente explica, en parte, su alcoholismo: estaba profundamente insatisfecho con su vida profesional. Él me decía casi siempre que lo veía que fuera a la universidad y fuera mejor que él, que el trabajo en la fábrica no era bueno, que quería que yo tuviera una mejor vida. Y así lo hice. Verás, en el mundo Occidental tenemos opciones de trabajo. No era así en el antiguo Cercano Oriente, por lo que los comentarios en Eclesiastés sobre el trabajo son tan contraculturales:
“No hay nada mejor para el hombre que comer y beber y decirse que su trabajo es bueno”, Ec. 2:24.
“Sé que no hay nada mejor para ellos que regocijarse y hacer el bien en su vida; además, sé que todo hombre que coma y beba y vea lo bueno en todo su trabajo, que eso es don de Dios”, Ec. 3:12-13.
“He visto que no hay nada mejor para el hombre que gozarse en sus obras, porque ésa es su suerte”, Ec. 3:22.
“Esto es lo que yo he visto que es bueno y conveniente: comer, beber y gozarse uno de todo el trabajo en que se afana bajo el sol en los contados días de la vida que Dios le ha dado; porque ésta es su recompensa”, Ec. 5:18.
Eclesiastés se basa en gran medida en el libro de Génesis, que también ve el trabajo como un regalo de Dios. A los humanos les fue otorgado supervisar el jardín antes de que el pecado entrara en escena, y la maldición de Adán fue que su trabajo ahora sería difícil. Y ese es el mundo en el que ahora vivimos: el trabajo es difícil. Y sin embargo, como señala en sus notas Craig Bartholomew, Eclesiastés nos llama a regresar a esa visión de vida que Dios estableció en el jardín del Edén (Eclesiastés, p. 152). Es una vida de trabajo con propósito, mostrando a Dios cuando pastoreamos su creación (gracias a mi alumno, John David Vereen, por esta forma de expresarlo).
Tenemos la oportunidad de mostrar vívidamente la intención original de Dios en la creación cuando tomamos el consejo de Eclesiastés y nos regocijamos en nuestro trabajo.
En la cultura estadounidense, o al menos en mi experiencia de la cultura estadounidense, la gente tiende a vivir para el fin de semana. Nos arrastramos durante la semana, esperando ansiosamente el fin de semana. Llamamos al miércoles “el día de la cima de la montaña» porque desde allí todo va cuesta abajo hasta el fin de semana. Nos saludamos con un “¡por fin viernes!”, y caminamos un poco más despacio los lunes.
Sin embargo, eso es exactamente lo opuesto a la visión bíblica del trabajo, creando así para los seguidores de Cristo la oportunidad de ser radicalmente contraculturales, al igual que los lectores originales de Eclesiastés. Tenemos la oportunidad de mostrar vívidamente la intención original de Dios en la creación cuando tomamos el consejo de Eclesiastés y nos regocijamos en nuestro trabajo, cuando disfrutamos de la tarea que Dios nos ha dado y, al hacerlo, presentamos al mundo una visión del Edén en la cual reflejamos a Dios trabajando como Dios trabajó.