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El equipo de Coalición por el Evangelio quiere darte la bienvenida al quinto número de nuestra revista, que en esta ocasión tiene como título Las Escrituras — Todo el propósito de Dios. En esta oportunidad queremos celebrar la pertinencia, el poder y la fidelidad de la Palabra de Dios aun para nuestros tiempos.
Podría parecer que este tema está sobreentendido y que la importancia de la Biblia es obvia para el pueblo cristiano. Sin embargo, aunque sabemos que tenemos en alta estima a las Escrituras, existe una gran paradoja al respecto: los mismos que celebran la Biblia tienen una dieta muy pobre de consumo regular de Biblia; existe poca aplicación decidida de la cosmovisión bíblica para entender la realidad y vivirla conforme al mandato divino; y también causa tristeza la poca fidelidad en la interpretación de la Biblia por maestros y predicadores.
No podemos pasar por alto esta paradoja, y mucho menos considerarla como normal. El Señor siempre ha combatido esa actitud displicente. Él siempre nos ha llamado, una y otra vez, a volver a poner a las Escrituras en el lugar que merecen, no solo en palabras o rituales, sino en el corazón y en las acciones.
El apóstol Pablo demostró durante su ministerio esa actitud de sumo aprecio por la Palabra. También mostró un anhelo inmenso por vivirla y compartirla en la iglesia y al mundo entero. Sus palabras de despedida en Mileto, a su amada iglesia en Éfeso, son un testamento glorioso de su testimonio y pasión por las Escrituras. Las palabras que Lucas registra demuestran que Pablo estaba muy emocionado, y no era para menos, porque dice: «Y ahora, yo sé que ninguno de ustedes, entre quienes anduve predicando el reino, volverá a ver mi rostro» (Hch 20:25).
Esta separación dramática final le hizo reflexionar sobre la labor ministerial realizada y por eso no dejan de sorprenderme los énfasis que usa: «He servido al Señor con toda humildad, con lágrimas y con pruebas» (20:19a); «de noche y de día, no cesé de amonestar a cada uno con lágrimas…» (20:31). Pablo también expresó:
No rehuí declararles a ustedes nada que fuera útil, y de enseñarles públicamente y de casa en casa, testificando solemnemente, tanto a judíos como a griegos, del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo (20:20).
Es evidente la inmensa pasión y disciplina desplegada por Pablo en su labor. No se trata de una labor rutinaria o complaciente, sino de una vida ministerial sacrificada e intensa. Pablo se entregaba por completo a declarar todo lo útil, enseñar en público y en privado, testificar con solemnidad y amonestar de día y de noche, y con lágrimas, a las ovejas que el Señor mismo «compró con Su propia sangre» (20:28c).
Es posible que nos desafíe una vida ministerial de tal envergadura. Pero no nos equivoquemos, no se trata solo de activismo y una agenda ministerial recargada. Lo que observo es que Pablo estaba comprometido a no dejar que la Palabra de Dios sea solo como una bandera que ondee orgullosa sobre un asta en lo más alto de una iglesia, cumpliendo una función simplemente decorativa. Por lo contrario, Pablo estaba comprometido con que la Palabra poderosa de Dios fuese en verdad leída, reflexionada, expuesta y obedecida para transformar las vidas de los creyentes (1 Ts 2:13; Heb 4:12).
Esa es nuestra motivación con este número de la revista. Queremos hacer un aporte humilde para no perder de vista la necesidad de despertarnos una vez más a la responsabilidad que tenemos con la Palabra poderosa de Dios en nuestros días, de tal forma que digamos con Pablo: «Por tanto, les doy testimonio en este día de que soy inocente de la sangre de todos, pues no rehuí declararles todo el propósito de Dios» (Hch 20:27, énfasis añadido).